Por Marilys Suárez Moreno
Muchas penas le esperarían a Doña Leonor, nacida en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, el 17 de diciembre de 1828, radicada en Cuba desde los 14 años y casada con el valenciano Don Mariano Martí y Navarro, con quien procreó ocho hijos. Pero si algo llenó su existencia de luz, fue aquel 28 de enero de 1953, cuando nació Pepe, su único varón entre tantas niñas, quien se convertiría en un hermano devoto de ellas.
Era una mujer singular. Mariano, por entonces sargento de artillería , valoraba en ella su inteligencia natural, al extremo de otorgarle un poder para que lo representara en sus gestiones de negocios. Dulce y delicada debió de haber sido aquella, que venciendo el cerco familiar y los prejuicios de la época en Las Canarias de entonces, aprendió a leer y escribir por su cuenta.
Ella libró con constancia y consagración la crucial batalla de cuidar a su numerosa familia y aportar a la formación y personalidad de cada uno de sus hijos valores tales como la modestia, la laboriosidad, la entereza ante las dificultades y la defensa de la verdad.
De inteligencia natural y delicadas maneras, aquella moza fuerte se creció ante los ojos de su hijo la noche de los sucesos del teatro Villanueva, cuando en medio de las balas salió en su busca.“Era mi Madre; fue a buscarme en medio de la gente herida y las calles cargadas a balazos y sobre su cabeza misma, balas que disparaban a una mujer”. Hecho bien reflejado en el filme cubano El ojo del canario .
“Mi madre tiene grandezas y se las estimo y la amo”, dijo de ella Martí, quien nunca dejó de preocuparse por sus padres. El amor y la ternura que depositó en sus vástagos, se trocó en dolor y angustia cuando su primogénito José Julián sufrió prisión y trabajos forzados en las canteras de San Lázaro, siendo apenas un adolescente.
Desterrado después por sus ideas políticas, nadie como su madre sintió tanta pena por el peregrinaje de su hijo amado. Alejado de ella, fuera de la patria en que nació y en la que apenas pudo vivir, porque se vio ante la disyuntiva de escoger entre el amor a sus padres y hermanas y su deber con la tierra amada.
Pepe describió el hondo dolor de sus progenitores durante aquellos días de su encarcelamiento, cuando logró ver a su padre y cómo este hizo para colocarle unas almohadillas que su madre le había hecho llegar para atenuar el roce de los grilletes .
Ya en prisión, Doña Leonor iba todos los días con sus hijas a la oficina del gobernador a pedir la libertad del hijo prisionero, con “ideas peligrosas”, según las autoridades coloniales. Muchas más penas le esperarían a lo largo de su existencia a Doña Leonor, la orgullosa madre de Martí.
Para sus padres, Pepe debía ser un sostén para la familia y guía y consejero para sus siete hermanas, como era costumbre de la época. Pero no fue así, por lo menos de la manera que quizás lo imaginaron sus progenitores.
Por sus cartas, vemos cómo él ejercía tutela y orientación desde la distancia sobre sus hermanas, casi siempre a petición de Leonor. Entre Martí y sus padres hubo, sin dudas, desarreglos, incomprensiones, reprimendas, consejos, enfrentamientos, pero nunca lo dejaron solo. Ella tenía conocimiento de los peligros que rodeaban a su hijo, y aunque quizás, no lo supo comprender ni apoyó en sus actividades independentistas, no fue por razones políticas, fue por la supervivencia de la familia que amaba y protegía.
Su querido Pepe nunca dejó de preocuparse por la autora de sus días y por su padre, ya viejo y achacoso, y a pesar de su obligado alejamiento, se las ingeniaba para hacerle llegar ayuda y misivas enternecedoras . “Mi madre tiene grandezas y se las estimo y la amo.” “¿ Y de quién aprendí yo mi entereza y rebeldía, o de quién pude heredarlas sino de mi padre y de mi madre ?”
Un duro golpe debió sufrir Doña Leonor Pérez Cabera, cuando conoció de la muerte en combate de su único hijo varón José Julián Martí Pérez , aquel fatídico 19 de mayo de 1895, golpe que sumó al dolor provocado por los sucesivos fallecimientos de la mayoría de sus hijas.
Ya anciana, sobrevivía con un sueldo como empleada subalterna de una secretaría de gobierno. Se sabe que los emigrados cubanos promovieron una colecta popular para adquirir la casa natal del Héroe Nacional de Cuba y Apóstol de nuestra Independencia, y lugar donde ella se había preocupado por colocar una tarja, honrando su nacimiento en la vivienda de la calle Paula, en La Habana de intramuros.
Esta le fue entregada a Leonor, ya con su salud bastante quebrada y con la miseria a las puertas, lo que la obligó a alquilarla e irse a vivir con su hija Amelia. Allí falleció el 19 de junio de 1907, a la edad de 78 años.
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