Por Aime Sosa Pompa
El 6 de junio de 1961, marcó un antes y un después en la historia de Cuba. Ese día, se dio a conocer una norma con cinco artículos que beneficiaban al pueblo cubano. Su primera línea fue una contundente respuesta a un derecho ciudadano: “Se declara pública la función de la enseñanza y gratuita su prestación. Ya se habían abierto las puertas de muchas escuelas a quienes antes solo podían soñar con ellas. Fue una conquista revolucionaria que cambió la vida de generaciones, especialmente para niñas y mujeres, históricamente rezagadas en el acceso al saber.
Antes de 1959, la realidad era dura para las cubanas: muchas niñas no asistían a la escuela, el analfabetismo era alto y las oportunidades para las mujeres, casi nulas. Sin embargo, la Campaña de Alfabetización fue un acto de justicia social y de empoderamiento femenino: miles de adolescentes, la mayoría mujeres, se convirtieron en maestras improvisadas, llevando la luz del conocimiento a los rincones más apartados del país. Aquella hazaña sembró la semilla de la equidad en el corazón de la educación cubana.
Hoy, más de seis décadas después, la educación pública sigue siendo un pilar del proceso revolucionario. Cuba es reconocida internacionalmente por sus logros en materia de acceso, equidad y calidad educativa. Según el Informe de Seguimiento de la Educación para Todos (EPT), en el Mundo 2015 de la UNESCO, en América Latina y el Caribe, Cuba fue la única nación que consiguió cubrir esos objetivos establecidos para el periodo 2000-2015, que incluyen la equidad de género en la educación, y se destaca porque alcanzó la totalidad de los objetivos mensurables.
Pero la equidad real no queda en el acceso, todavía hay mucho por hacer. Las brechas de género persisten, sobre todo en lo que se conoce como “techo de cristal” y en la elección de carreras. Aunque las mujeres superan a los hombres en tasas de matrícula y graduación universitaria, siguen estando subrepresentadas en carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Las estadísticas muestran que, aunque hay más mujeres que hombres en la educación superior, la presencia masculina predomina en las ingenierías y las tecnologías, mientras que las mujeres se concentran en carreras pedagógicas, de salud y humanidades. Este fenómeno no es solo un asunto de números, sino de estereotipos y barreras culturales que todavía pesan en la toma de decisiones al elegir su futuro profesional.
El “techo de cristal” se manifiesta en los obstáculos invisibles que dificultan que las mujeres lleguen a ocupar cargos de alta responsabilidad y liderazgo en organizaciones, empresas o instituciones, aun cuando cuentan con las mismas capacidades y méritos que sus colegas. Muchas veces, estos obstáculos son invisibles, pero sólidos: discriminación sutil, falta de redes de apoyo, sobrecarga de responsabilidades familiares y escasa visibilidad de referentes femeninos en las ciencias y la tecnología.
El acceso de niñas y adolescentes a enseñanzas especializadas, como las escuelas vocacionales de ciencias exactas o los politécnicos tecnológicos, sigue siendo un desafío. Si bien existen políticas de igualdad y programas de orientación vocacional, los estereotipos de género influyen en la elección y permanencia de las estudiantes en estas áreas. Muchas veces, la presión social y familiar, orienta a las niñas hacia carreras tradicionalmente “femeninas”, dejando a un lado su potencial en la ciencia y la tecnología.
La violencia simbólica también está presente en las aulas, aunque a veces pase desapercibida. Se manifiesta en comentarios, bromas y actitudes que refuerzan la idea de que ciertas carreras o habilidades “no son para mujeres”. Combatir estos prejuicios requiere una educación inclusiva y un lenguaje que reconozca la diversidad y el potencial de todas las personas, sin importar su género.
Pero la transformación cultural es un proceso lento y profundo. Es necesario seguir trabajando desde la familia, la comunidad y los medios de comunicación para desmontar los estereotipos y mostrar referentes femeninos en todos los campos del saber. La escuela cubana, pública y gratuita, quiere y puede ser también un espacio para aprender a desaprender prejuicios y a construir relaciones igualitarias y respetuosas.
El 6 de junio es una fecha para celebrar, pero también para reflexionar y actuar. Cada niña, adolescente o joven que prefiere o elige una carrera STEM, cada mujer que asume un cargo de dirección como corresponde, cada docente que utiliza un lenguaje inclusivo en el aula, está contribuyendo a esa Cuba necesaria. La nacionalización de la enseñanza fue el punto de partida; ahora toca a las nuevas generaciones, con el apoyo de toda la sociedad, seguir abriendo caminos hacia una educación verdaderamente equitativa.
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