Por Yuliet Teresa
Hay muchas formas de maternar. No hay una sola piel, una sola voz, una sola identidad que defina lo que es ser madre. Maternan las mujeres cis, las lesbianas, las trans, las personas no binarias. Maternan las que paren y las que crían. Maternan las que eligen, las que resisten, las que se inventan cada día una manera de sostener la vida. Sin embargo, el mundo insiste en imponer una sola narrativa, un modelo único, normado y estrecho que deja fuera la riqueza y la diversidad de las maternidades reales.
Ser madre —o no serlo— sigue siendo una decisión vigilada, juzgada, moralizada. En muchas culturas, el mandato de maternar se convierte en destino, no en opción. Y cuando se elige, casi nunca se elige del todo sola. Porque la maternidad viene cargada de exigencias, de expectativas, de responsabilidades que rara vez se comparten de manera justa.
Las maternidades enfrentan la triple jornada: trabajar fuera, sostener el hogar y criar, mientras el mundo sigue sin reconocer el valor del cuidado, ese trabajo invisible que permite que todo lo demás funcione. Las redes de apoyo son frágiles o inexistentes, y las estructuras sociales y económicas están lejos de garantizar una maternidad desde la dignidad.
La crianza, además, se vive bajo presión. Cada gesto es observado, cuestionado, señalado. Se exige entrega total, sin margen para el error, mientras se niegan recursos básicos como tiempo, descanso, salud mental, reconocimiento.
Y en medio de todo eso, están las maternidades que no encajan en la norma. Las maternidades sexogenérico diversas, que también crían, también aman, también luchan. Que enfrentan discriminación, invisibilidad, exclusión. Que rompen el molde y nos obligan a imaginar nuevas formas de acompañar, de sostener, de cuidar.
Repensar la maternidad es también una tarea política. Es reconocerla en su pluralidad, dignificarla en todas sus formas, redistribuir el cuidado, garantizar derechos y derribar los muros que aún la encierran. Porque maternar —cuando es libre, diversa, digna y compartida— no solo transforma la vida: transforma el mundo.
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