Por
Marilys Suárez Moreno
Celia, indispensable en la guerrilla y en toda la Revolución. Salvaguarda de la historia, quien guardó escritos, anotaciones y cartas para el futuro. A 45 años de su fallecimiento, el 11 de enero de 1980 está más presente que nunca.
Las aguas del Golfo de
Guacanayabo bañaron su nacimiento en Media Luna, al sur de la antigua provincia
de Oriente, el 9 de mayo de 1920. Celia Esther de los Desamparados Sánchez
Manduley se llamó la niña que,
convertida en mujer y con una riquísima historia de luchas por delante,
escribió su nombre para siempre en la historia patria.
Hurgar en sus condiciones sería
como bucear en la sencillez, cordialidad,
ternura, humildad, aunque muchas, muchas más, fueron las virtudes que la
adornaban y que honraban sus raíces cubanas. Huérfana de madre con solo cuatro
años, su padre, médico y dentista de profesión tuvo que hacerse cargo de sus
hueve hijos. En ese ambiente de dedicación y entrega, de patriotismo y buenas
costumbres creció la pequeña Celia, cuya personalidad fue perfilándose y
enriqueciéndose al paso de los años y de las enseñanzas de su padre, Manuel
Sánchez.
Había alcanzado la
suficiente madurez política cuando se sumó a la lucha contra Batista, si bien
con anterioridad había realizado labores organizativas para el Partido del
Pueblo Cubano Ortodoxo, de Eduardo Chibas, y se hizo combatiente de la
clandestinidad y la Sierra.
Su entrega fue completa y
absoluta. Su excepcional intuición, sensibilidad e inteligencia, unido a su
valor personal, demostrado en los días más difíciles de la guerra y su
lealtad a Fidel, quedara para siempre en la memoria histórica y en la que
resguardó para la posteridad en cada escrito o papel que pasara por sus manos, segura
del valor que un día tendrían para la Patria toda.
La
Historia me Absolverá, en cuya distribución en Manzanillo participó, le
reveló el alcance programático del movimiento gestado en el Moncada y desde entonces
estuvo al lado de la Revolución
y en el reagrupamiento inicial en Cinco
Palmas del pequeño destacamento de expedicionarios, tras el arribo del Granma.
Ella fue la mujer que incorporó a la guerrilla los primeros campesinos y
también la primera en empuñar el fusil. No cesaría la comunicación con Fidel,
al que se había ligado desde la salida de los moncadistas de la prisión, en
1955.
En su carácter se integraron
la dulzura, el afecto, la ternura, con la más rigurosa exigencia en los
principios revolucionarios, martianos y patrióticos. Los que la conocieron de
cerca nos dieron la estatura de la heroína desde la distancia del tiempo,
describiéndola como una mujer de espíritu inquieto y carácter decidido;
sensible y acuciosa y con un gran
sentido de la honradez y la ética. Guía e inspirador de su patriotismo y
rebeldía fue su padre, de quien Celia heredó la proyección humanista y su amor
por José Martí, el más universal de los cubanos, que guiaron sus pasos.
Aquella mujer de gran modestia y ternura innata, conocida por su
extraordinaria preocupación e inquietud
por las opiniones e intereses del pueblo, no relegó nunca el interés de su nexo
inmediato con las masas, al extremo, que fue una de las personas más allegadas
y amadas por el pueblo cubano que buscaba en ella, la respuesta a un problema o preocupación, resumida en una
frase: Voy a escribirle a Celia. Y había convicción de respuesta y atención al
problema ajeno.
Sus virtudes la llevaron a
hermanarse de forma particularmente intensa con sus más cercanos compañeros de
lucha e ideales: Haydée, Melba, Frank, el Che, Fidel, Camilo, Vilma, Raúl y tantos
más. Y siempre, al
frente de todos ellos, Fidel, cuya historia no podría escribirse en toda su
magnitud sin reflejar la vez la vida de esta mujer quien según dijera Roberto
Fernández Retamar, tiene su nombre escrito para siempre en el agua, y no conocerá
final.
Celia se nos fue físicamente
el 11 de enero de 1980, pero su leyenda de heroína sigue viva como la
naturaleza que tanto amaba y que en ella era fusión de vida y amor.
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