sábado, 11 de enero de 2025

Una imagen imborrable


 

Por Marilys Suárez Moreno

Celia, indispensable en la guerrilla y en toda la Revolución. Salvaguarda de la historia, quien guardó escritos, anotaciones y cartas para el futuro. A 45 años de su fallecimiento, el 11 de enero de 1980 está más presente que nunca.

Las aguas del Golfo de Guacanayabo bañaron su nacimiento en Media Luna, al sur de la antigua provincia de Oriente, el 9 de mayo de 1920. Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley se llamó  la niña que, convertida en mujer y con una riquísima historia de luchas por delante, escribió su nombre para siempre en la historia patria.

Hurgar en sus condiciones sería como bucear en la sencillez, cordialidad,  ternura, humildad, aunque muchas, muchas más, fueron las virtudes que la adornaban y que honraban sus raíces cubanas. Huérfana de madre con solo cuatro años, su padre, médico y dentista de profesión tuvo que hacerse cargo de sus hueve hijos. En ese ambiente de dedicación y entrega, de patriotismo y buenas costumbres creció la pequeña Celia, cuya personalidad fue perfilándose y enriqueciéndose al paso de los años y de las enseñanzas de su padre, Manuel Sánchez.

Había alcanzado la suficiente madurez política cuando se sumó a la lucha contra Batista, si bien con anterioridad había realizado labores organizativas para el Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, de Eduardo Chibas, y se hizo combatiente de la clandestinidad y la Sierra.

Su entrega fue completa y absoluta. Su excepcional intuición, sensibilidad e inteligencia, unido a su valor personal, demostrado en los días más difíciles de la guerra y su lealtad a Fidel, quedara para siempre en la memoria histórica y en la que resguardó para la posteridad en cada escrito o papel que pasara por sus manos, segura del valor que un día tendrían para la Patria toda.

 La Historia me Absolverá, en cuya distribución en Manzanillo participó, le reveló el alcance programático del movimiento gestado en el Moncada y desde entonces estuvo al lado de la Revolución y en el reagrupamiento inicial en Cinco Palmas del pequeño destacamento de expedicionarios, tras el arribo del Granma. Ella fue la mujer que incorporó a la guerrilla los primeros campesinos y también la primera en empuñar el fusil. No cesaría la comunicación con Fidel, al que se había ligado desde la salida de los moncadistas de la prisión, en 1955.

 En su carácter se integraron la dulzura, el afecto, la ternura, con la más rigurosa exigencia en los principios revolucionarios, martianos y patrióticos. Los que la conocieron de cerca nos dieron la estatura de la heroína desde la distancia del tiempo, describiéndola como una mujer de espíritu inquieto y carácter decidido; sensible y acuciosa y con  un gran sentido de la honradez y la ética. Guía e inspirador de su patriotismo y rebeldía fue su padre, de quien Celia heredó la proyección humanista y su amor por José Martí, el más universal de los cubanos, que guiaron sus pasos.

 Aquella mujer de gran  modestia y ternura innata, conocida por su extraordinaria  preocupación e inquietud por las opiniones e intereses del pueblo, no relegó nunca el interés de su nexo inmediato con las masas, al extremo, que fue una de las personas más allegadas y amadas por el pueblo cubano que buscaba en ella, la respuesta  a un problema o preocupación, resumida en una frase: “Voy a escribirle a Celia. Y había convicción de respuesta y atención al problema ajeno.

 Sus virtudes la llevaron a hermanarse de forma particularmente intensa con sus más cercanos compañeros de lucha e ideales: Haydée, Melba, Frank, el Che, Fidel, Camilo, Vilma, Raúl y tantos más. Y siempre, al frente de todos ellos, Fidel, cuya historia no podría escribirse en toda su magnitud sin reflejar la vez la vida de esta mujer quien según dijera Roberto Fernández Retamar, tiene su nombre escrito para siempre en el agua, y no conocerá final.

 Celia se nos fue físicamente el 11 de enero de 1980, pero su leyenda de heroína sigue viva como la naturaleza que tanto amaba y que en ella era fusión de vida y amor.

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