Por Lianne Garbey Bicet
Yamilka siempre había sido una mujer llena de vida, una madre ejemplar y una enfermera dedicada. La conocí en un pequeño café en la Habana Vieja, donde solíamos coincidir en la espera de la habitual tacita de energía matutina. Su risa era contagiosa, pero había algo en su mirada que me intrigaba.
Un día comenzamos a hablar y me fue revelando su historia lentamente, como un libro cuyas páginas se pasan con cuidado.
En ese momento supe que vivía con su esposo y dos hijos en un modesto apartamento muy cerca de dónde nos encontrábamos. Era la encargada de mantener el hogar funcionando, de preparar las comidas y de asegurarse de que los niños tuvieran todo lo que necesitaban.
Me comentó que su vida tuvo un cambio significativo tras el nacimiento de su segundo hijo; la alegría que antes la caracterizaba comenzó a desvanecerse.
Lo que inicialmente parecía ser cansancio postparto se convirtió en una tristeza profunda y persistente. Yamilka empezó a sentir que una sombra oscura la seguía a todas partes, afectando su estado de ánimo y su capacidad para disfrutar de los momentos simples de la vida.
Con el tiempo, se dio cuenta que esa tristeza se iba transformando en una depresión. Las risas en casa se tornaron en silencios incómodos. Su esposo, preocupado por el cambio en su comportamiento, intentó acercarse a ella, pero Yamilka se sentía atrapada en un ciclo de desesperanza y culpa.
La conexión con sus hijos se debilitó, ya no podía jugar con ellos como antes ni disfrutaba sacarlos a pasear por las calles empedradas de la Habana.
En su trabajo como enfermera, la falta de energía y la desmotivación comenzaron a afectar su desempeño. Yamilka ya no era aquella profesional conocida por su dedicación y compasión hacia los pacientes.
Las ausencias laborales se volvieron más frecuentes y sus colegas comenzaron a murmurar sobre su estado. La presión social y el estigma asociado a la salud mental hicieron que se sintiera aún más aislada.
Por aquel entonces su autoestima se desplomó, se miraba al espejo y no reconocía a la mujer que solía ser. Las actividades cotidianas se convirtieron en cargas pesadas; incluso salir a comprar pan le parecía una hazaña monumental.
La lucha interna era constante: quería ser la madre y esposa que todos esperaban, pero la depresión le robaba esa posibilidad.
Finalmente, tras meses de sufrimiento silencioso, se decidió a buscar ayuda profesional con el equipo de salud mental de su policlínico.
Luego de la primera consulta con el especialista y reconocer que tenía un problema muy común en estos tiempos, Yamilka inició un tratamiento para salir de la depresión, optó por no tomar medicamentos y decidió hacer cambios radicales en su estilo de vida, comenzó a participar en terapias grupales donde conoció a otras mujeres con historias similares. Fue un alivio darse cuenta de que no estaba sola en su lucha.
A medida que avanzaba en su proceso terapéutico, fue rencontrándose con la mujer que solía ser en años anteriores. Aprendió sobre la importancia de hablar abiertamente sobre sus sentimientos y dejó atrás el estigma que rodeaba la depresión. Con el apoyo adecuado y un entorno comprensivo, poco a poco, fue encontrando la luz al final del túnel.
En ese punto de la historia ya habíamos bebido una segunda taza de café, pero la seguía escuchando como si tan solo hubiesen pasado dos minutos.
Recuerdo que esa mañana sabatina, nuestra charla fue interrumpida por la llegada de su familia con quienes había planificado un hermoso paseo hasta el Cristo de la Habana. Nos despedimos y la vi marchar feliz y según se alejaba iba borrando a cada paso los vestigios de tristeza y oscuridad que pudieran afectarla.
En este Día Mundial de Lucha contra la Depresión, les comparto su historia a modo de reflexión pues prevenir este trastorno mental constituye una necesidad urgente para las personas y sistemas de salud a nivel internacional.
Datos de la Organización Mundial de la Salud revelan que en la actualidad este padecimiento es la principal causa de discapacidad y contribuye de forma significativa a la carga global de morbilidad con más de 300 millones de personas afectadas en todo el mundo, siendo más común en mujeres que hombres.
La lucha contra la depresión debe ser una causa colectiva; requiere empatía y comprensión para asegurar un futuro más saludable para todas las mujeres.
Al hablar abiertamente sobre estas experiencias y brindar apoyo a quienes lo necesitan, podemos contribuir a derribar los muros del silencio y el estigma que rodean a esta enfermedad.
Yamilka es solo un ejemplo de los miles que podemos encontrar a nuestro alrededor, pero su historia es el vivo ejemplo de que nunca se debe estar sola en esta lucha.
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