miércoles, 13 de noviembre de 2024

Aluvión de ilusiones


Por Marilys Suárez Moreno

Hay un momento en la infancia que se puede calificar de “mágico”, y no debe preocuparnos si en la edad preescolar el niño o niña inventa historias, compañeros de juegos, interlocutores invisibles o “presencias” que responden al fruto de su imaginación altamente desarrollada.

Después de los cuatro años de edad, los menores hablan de “hazañas” que realizaron o vieron, y que no ocurrieron o acontecieron de modo mucho menos “heroico” o espectacular a lo que nos dicen.

Invenciones que obedecen a un mecanismo psíquico muy distinto del de la mentira, porque en gran parte es inconsciente e involuntario, y castigarlo o llamarle mentiroso constituye un error y no es justo.

Mediante la fantasía el infante se libera de las restricciones que a su corta edad le imponemos y, con sólo cuatro o cinco años y su mucha imaginación, ya se consideran doctores, maestras, artistas, bomberos o soldados y se reconocen y actúan con la misma seriedad con que lo haría un profesional avezado.

La ilusión constituye una de las posibilidades del ser humano que más desarrollo le brinda al infante, siempre y cuando no se mal encamine o se malogre por la ignorancia de los adultos que no comprenden cuán importante es su sentido de la imaginación, pues con ella puede suplir la falta de algún juguete y hasta la ausencia de otro niño o niña con quien jugar.

Así, una caja puede convertirse en una carriola, un cochecito en una locomotora con vagones, además de acudir en su ayuda durante su desarrollo social y en todos los aspectos relacionados con este proceso fantasioso del menor.

Todo este mundo imaginativo le sirve también para ir adaptándose al medio, ya que su desbordante fantasía le permite buscar soluciones, formas de actuar y de expresarse y todo un universo de acciones que le facilitarán luego actividades y responsabilidades que irán presentándose con los años.

Confundir la mentira, generalmente intencional, con la invención o la fantasía de la niñez resulta frustrante para el pequeño.

No lo menosprecie diciéndole mentiroso, utilizando frases, gestos, sonrisas irónicas o burlándose de lo que dice o cuenta. Lo mejor es creerle pero, a medida que vaya creciendo, ayudarlo a distinguir lo verdadero de lo imaginario, haciendo que vea en la verdad un principio moral de su conducta cotidiana.

La realidad de la vida vendrá a su debido tiempo, mientras tanto, compréndalo y comparta con su hijo o hija ese desbordante aluvión de ilusiones naturales propias de las edades tempranas.

Las ilusiones que ayudan a la fantasía por lo general no cuestan nada, a lo más un poquito de esfuerzo, No los hagamos perder ilusiones naturales propias de la niñez, no cortemos su imaginación, sus sueños, mejor procuremos encauzarlos. Ellos constituyen una gran reserva para enfrentarse con la realidad de la edad adulta.

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