Por Marilys Suárez Moreno
Este 1ro.
de agosto se cumplen 125 años del nacimiento en Pontevedra, Galicia, de Rosario
García Calviño, madre espartana de Frank y Josué, a quienes apoyó en la lucha
que llevaban a cabo por la liberación de la patria que consideraba suya y a
quien conocemos como la madre de los País. Justamente, ese día de su
onomástico, enterró a Frank, el segundo hijo que le mató el batistato.
Los
santiagueros la llamaban Doña Rosario y sentían gran afecto por la mujer
sencilla y luchadora que crió sola a sus tres hijos varones, no solo con los
principios evangélicos que profesaba, sino con un hondo sentido patriótico,
cariño y sabiduría natural.
Recta en
sus convicciones, pero afable, gentil y noble en su trato, Doña Rosario se
enfrentó sola a la crianza de sus hijos, pues quedó viuda cuando estos apenas
se empinaban a la vida. Frank, el mayor, solo tenía cuatro años; Agustín, dos y
Josué, uno.
Su esposo
y padre de sus hijos, Francisco País Pesqueira, era también de origen español y
arribó a Cuba en 1907, procedente de Galicia, para hacerse cargo de la primera
Iglesia Bautista en esa ciudad. El
hombre tenía 45 años de edad y un fracasado primer matrimonio. En el ejercicio
de su ministerio conoció a Rosario, quien lo apoyaba en las labores de servicio.Se
casaron en 1918 en la Iglesia Bautista del Cobre y tuvieron tres hijos, a los
que Francisco no pudo ver crecer, pues falleció poco tiempo después.
Doña
Rosario, que había arribado a Cuba en 1917, se volcó de lleno a la crianza y
educación de sus muchachos, los que corretearon, jugaron y se divirtieron como
todos los niños; pero a sabiendas de que, llegada la tarde-noche, el tiempo era
para las tareas y el estudio. Frank, por demás, tenia inclinación para la
música y aprendió a tocar el piano y el acordeón, además de escribir hermosos
versos.
La madre
trabajaba mucho y duro para mantenerlos, pero no descuidó su educación y la
ternura que estos merecían. Estimaba que a los
hijos hay que comprenderlos y guiarlos con disciplina por el camino
correcto, sin golpes ni castigos inmerecidos.
Era motivo
de orgullo para ella recordar que, el día de su cumpleaños, sus hijos la
despertaban con una flor y un beso y Frank tocaba bellas melodías en el piano.
Así crecieron, amados y educados, con ideales de justicia y libertad,
acrecentados ya en los oscuros días del golpe de estado de Batista y el
posterior asalto de los jóvenes de la Generación del Centenario al cuartel
Moncada, la segunda fortaleza militar del régimen en el país.
Ella nunca
se opuso a los ideales revolucionarios de sus hijos y, aunque con la
preocupación lógica de toda madre por su seguridad, nunca los dejó solos en su
lucha, que apoyaba y sentía como propia.
A la
muerte de Frank, acribillado a balazos en el callejón del Muro, y a petición de
Vilma, reclamó el cadáver de su hijo a los jenízaros de la dictadura. Mostrando
todo su coraje, les dijo: “Mataron a Frank, pero queda su mamá”.
Al
solicitarle el Movimiento 26 de Julio el cadáver del Jefe de la clandestinidad
en Oriente, respondió: “Hagan lo que crean mejor, Frank es de ustedes”.
Luego del
asesinato de Josué a los 19 años y un mes después, el de Frank, el mayor de sus
hijos, Rosario se mudó para una humilde
vivienda situada en la barriada del Tivolí, donde recibió no solo el afecto y
la colaboración de vecinos y amistades, sino la visita de luchadores como el
propio Fidel, Vilma, Almeida y Haydée, entre otros muchos revolucionarios. “No
es hora de llorar, decía, sino de luchar”.
Desde su
comunidad, y tras el triunfo revolucionario de enero de 1959, se integró a
la Federación de Mujeres Cubanas, de la
que fue Presidenta de Honor; a los CDR y a cuanta labor podía acometer y que
sus años y salud le permitían realizar, en especial a las relacionadas con la formación
de las jóvenes generaciones.
El
fallecimiento de la Doña, el 5 de agosto de 1977, a los 78 años de edad, causó
gran consternación en el país y en
especial en Santiago de Cuba, la ciudad que la acogió como hija y en la que nacieron sus inolvidables hijos.
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