viernes, 2 de agosto de 2024

La paz, esa señora intranquila que no le cede espacio a los odios

 


Por Aime Sosa Pompa

Ella camina y camina sin descanso, no puede estar en un solo sitio, ni siquiera quiere descansar de sus extensos velos y sus coloridas telas. Los lleva para no cegarse con la luz de los soles que encuentra en cada latitud donde anida para cada tregua rápida, los usa para cubrir del viento sus pelos diversos que a veces pretenden quitarle su paciencia, y se los amaña para que, cuando se empapa de arcoíris, pueda secar rápido las esperanzas.

Hace siglos que está buscando un nicho, una oquedad, un portal, un bosque, una cima; cualquier espacio donde plantar las muchas banderas que le han dejado en sus manos. No hace promesas, no quiere ser para unos sí, para otras no. Quisiera estar en la disparidad de las posibilidades... y no la dejan. Se sabe intranquila, se sabe... ¿qué va a hacer con títulos y apelativos?... se sabe señora.

Si existiera ese perfume fantástico, lo dejaría caer gota a gota para inseminar las grietas con las que tropiezan sus variados botines, chancletas, zapatos, babuchas, sandalias y tenis. Si dejara de existir un día mundial que le nombra, agradecería los no-cumpleaños de su alargada vida para celebrarlos a cada instante. Si pudiera cantar al unísono con todas las voces y todos los idiomas, alzaría entonces el vuelo para que más allá de la Luna resaltaran sus ecos. Pero hoy debe estar aquí, cerca, donde le piden que no se aleje mucho...

Una vez se emocionó al encontrar una hoja perdida y ajada con unas letras firmadas por un hombre llamado Mario, nacido en Uruguay: “vale la pena cualquier sacrificio para que ese abrir y cerrar de ojos abarque por fin el instante universo, con una mirada que no se avergüence de su reveladora efímera insustituible luz”.

En otra ocasión quiso evadir los destrozados cristales de una tapa indolente de gris metálico, pero dos palabras tan unidas por los halos de antiguas memorias, Maya y Angelou, cayeron desde las hojas de un árbol fragmentado en una fotografía hecha pedazos y la hicieron detenerse: “Come, clad in peace and I will sing the songs/ The Creator gave to me when I/ And the tree and stone were one”.

Ahora se refugia entre las corrientes grises de avisadas inundaciones y crepitaciones de montañas que se derrumban al sonar de una tierra cada vez más temblorosa, deja de creer en las manos que apodan los ciclones con nombres tiernos, accede a las simas marinas donde lo ciego y lo mudo merece más atención; mientras le pide a los odios que la dejen reposar solo unos segundos, porque está cogiendo fuerzas para irse de viaje, otra vez, por cada mundo.

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