Por Marilys Suárez Moreno
Dicen que fue una mujer de armas tomar y su historia de vida no deja dudas sobre la también llamada Capitana de Vuelta Abajo. Ferviente seguidora de los planes insurreccionales de José Martí, con quien llegó a entrevistarse personalmente en Nueva York, en 1895, María Isabel del Rosario Rubio Díaz se destacó entre las mujeres que buscaban la independencia de Cuba del yugo colonial español.
Nacida el 8 de julio de 1837 en Paso Real de Guane, Pinar del Rio, en el seno de una familia adinerada, la joven recibió determinada instrucción y conocimientos de medicina y farmacopea, los cuales le permitieron establecer una farmacia y, a posteriori, prestar inestimable ayuda a las huestes mambisas que combatían en el Ejército mambí en los días de la llamada Guerra Necesaria; aunque ya lo había hecho al inicio de la Guerra de los Diez Años, no obstante las limitaciones de aquella contienda en el Occidente del país.
Patriota venerada de la occidental provincia pinareña, Isabel Rubio era una mujer dispuesta siempre a responder al llamado de la patria. Y cuando emigró a Cayo Hueso --porque una de sus tres hijas, casada con un coronel veterano de la primera guerra, le facilitó efectuar viajes a dicho lugar en La Florida--, lo primero que hizo fue vincularse con destacados patriotas en la emigración, entre ellos el propio José Martí.
De regreso a Cuba, la pinareña se reincorporó a la lucha, aun con dolorosos problemas personales, como el fallecimiento de una de sus hijas También confrontó situaciones de de salud, que no pudieron quebrantar su ánimo. Ello incrementó sobre ella la persecución de las autoridades coloniales, que espiaban sus pasos.
Pero nada la amedrentaba y el 26 de enero de 1896, cuando el Lugarteniente General Antonio Maceo llegó triunfante a Guane, al frente de su columna invasora, después de recorrer la Isla para llevar la insurrección hasta el Occidente del país, una mujer de baja estatura y sonrisa bondadosa se adelantó de entre la masa de pueblo para darle la bienvenida. Era Isabel, quien desde 1893 fungía allí como delegada del Partido Revolucionario Cubano, fundado por Martí en los Estados Unidos un año antes.
Fue un día de extraordinaria relevancia en su vida, pues el Lugarteniente General Antonio Maceo le confirió el grado de Capitana de Sanidad del Ejército Libertador, ganado por su incorporación al movimiento independentista y sus muchos méritos en esa lucha. Ocasión que ella aprovechó para incorporarse al Ejército Libertador “hasta morir o alcanzar la independencia”, según sus propias palabras.
Apasionada, tenaz, no entendió más razones que las de la libertad y la independencia de Cuba, y a pesar de que ya cifraba los 60 años y de que su hijo, coronel del Ejército Libertador, le argumentaba sus muchos achaques, su edad y estado de salud, su respuesta fue clara: “Necesito practicar lo que propagué”, le dijo a éste, médico del Estado Mayor de Maceo. Y marchó a la guerra.
Incorporada a las filas guerreras, a sugerencia de Maceo fundó un hospital ambulante cerca de la localidad pinareña de San Diego de los Baños, donde colaboró con una tropa de mujeres que la acompañaba en tan riesgosa misión. Los que pensaron que la sexagenaria mujer no resistiría los rigores de la contienda, se equivocaron, pues ella nunca se dio por vencida ni ofreció muestras de cansancio. Por el contrario, aquella mujercita que Maceo incorporó a sus partidas se mostró diligente y obstinada todo el tiempo.
Durante la segunda campaña de Pinar del Rio, Isabel recorrió más de 150 kilómetros para prestar servicios sanitarios a la tropa independentista e incontables fueron las ocasiones en que la Capitana se vio precisada a apelar a su ingenio para sacar de apuros al pequeño hospital de campaña que dirigía, buscando siempre la forma de resolver los problemas que las condiciones de la guerra provocaban.
Desde hacía un tiempo, la Capitana, única mujer entre los siete oficiales mambises que en la provincia pinareña ostentaron tal jerarquía, era objeto de una constante persecución por parte de las autoridades coloniales.
Finalmente, el 12 de febrero de 1898, consumaron el ataque al pequeño hospitalito que dirigía, aunque ella trató de impedir con su cuerpo que penetraran en el rustico bohío que les servía de enfermería, y gritó: “No tiren, somos mujeres, niños y enfermos”, una descarga la hizo caer con una pierna destrozada, mientras pasaban a cuchillo a casi todos los heridos, presuntos mambises.
Como era costumbre entre las tropas enemigas, a ella se la llevaron hasta la localidad de San Diego, obligándola a caminar el largo trayecto en medio de las difíciles condiciones del terreno, sin respetar su edad, sexo ni que estaba gravemente herida. Conducida como prisionera de guerra hasta la capital provincial, allí falleció tres días más tarde, a causa de la gangrena que minó su herida y la mala atención recibida, pues incluso impidieron que su hermano, uno de los médicos más prestigiosos de la región, le asistiera.
La Capitana de Sanidad, la más destacada mambisa de Vuelta Abajo, pidió a sus captores antes de morir que la enterraran con el uniforme de las tropas mambisas del Ejército Libertador.
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