Texto y fotos: Linet Gordillo Guillama
A María Eugenia Salazar Cabrera la distingue su sonrisa fácil y unas manos inquietas que transmiten habilidad, talento y creatividad, que se materializan en hermosas y funcionales piezas tejidas a crochet.
La pinareña que echó raíces en Isla de la Juventud, hace más de tres lustros, recibe con su afabilidad proverbial a esta periodista ávida de conocer acerca de sus inicios en esa manualidad y también sobre la historia de vida de una mujer sencilla, que gustosa transmite los secretos de su arte a pequeñas del reparto Micro-70.
Nací en una finca cercana a Los Palacios y, hasta mi jubilación, mi vida transcurrió entre ese poblado, la ciudad de Pinar del Río y San Diego de los Baños.
Refiere que el tejido a crochet o ganchillo, como lo llamábamos en casa, era un arte que dominaban muy bien las mujeres de su familia. "Mi abuela y una tía eran las más duchas, de ellas aprendí los secretos de cada tipo de punto y de todo lo que podía hacerse con una aguja y una hebra de hilo: desde un detalle para personalizar un pañuelo hasta una sobrecama.
"Durante 34 años fui educadora de círculos infantiles en el municipio especial. En esa etapa formé una familia y crié a mi hijo. Si bien entonces no había mucho tiempo libre para tejer, las agujas, los hilos y un proyecto en mente siempre estaban ahí, listos y agazapados, a la espera de una pequeña pausa en la vorágine del día", comenta risueña.
"Para mí, tejer es mucho más que un arte manual: resulta una manera de crear, de expresarme, una válvula de escape para el estrés y hasta un conjuro para mantener bajo control a mis 'demonios', en esos días, cuando nada sale bien", agrega sin dejar de sonreír.
Apunta que cuando su hijo se graduó como profesor de Matemáticas, vino a cumplir su servicio social aquí, donde constituyó familia. "Una vez jubilada, consideré que era momento de reunirnos nuevamente. Y aquí sí que he tejido… A la gente le gusta lo que hago y tengo muchos encargos, desde canastilla hasta piezas exclusivas", ríe a carcajadas.
"Pero yo también modelo mis propias creaciones", dice con picardía mientras muestra su clóset repleto de piezas. Algunas solo con un detalle en el cuello, los puños, una punta de adorno; otras tejidas a crochet de principio a fin, con enmarañados puntos que denotan amplio conocimiento del oficio.
María Eugenia lamenta que este arte no atraiga como antes a jóvenes y niñas. Ella no se conforma con los lauros merecidos en eventos de mujeres creadoras y reconocimientos entregados por la Federación de Mujeres Cubanas, como activista de proyectos comunitarios para rescatar la práctica de oficios tradicionales.
"La práctica del tejido a crochet no debe perderse. Es una habilidad que para muchas puede constituir un pasatiempo, pero para otras es una fuente de ingresos. Por eso, me tomo muy en serio la actividad de enseñar a todas las que quieren aprender", subraya.
Agrega que algunas logran confeccionar estuches para teléfonos móviles, guardar lápices y materiales escolares, pequeñas carteras y otros artículos en los que combinan puntos y colores a su gusto, según la habilidad que van adquiriendo.
Luego de la despedida, María Eugenia queda tejiendo sueños a crochet con la certeza de que, mientras existan artesanas dispuestas a transmitir sus conocimientos a las generaciones más jóvenes, con la paciencia y dedicación que ello implica, estas manualidades no quedarán en el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario