No somos una receta ni un esquema, no cabemos en estereotipos ni dictados; somos la mitad del mundo, una mitad con voz...
Por Yeilén Delgado Calvo (Premio Especial 26 de Julio de la Editorial de la Mujer, categoría prensa escrita )
No hay una única mujer, no nacimos producto de un molde. Somos mucho más que estereotipos y dictados.
Hay que mirarse en el espejo y aceptarse: las arrugas incipientes en el cuello, las manos marcadas por el vivir, las estrías en la piel del vientre y las caderas, aquella cicatriz...
Bien valen las huellas y todo aquello que nos han enseñado a reconocer como imperfecciones, si nos hacen tal cual somos, si son parte del cuerpo que nos tocó y nos permite experimentar el mundo, si cuentan nuestra historia de éxitos y fracasos, de vidas gestadas, de batallas.
Hay que mirarnos en el espejo y amar la imagen que nos devuelve, y si no, hacer por parecernos al ideal, pero al nuestro, no al que nace de visiones reduccionistas, discriminatorias o sexistas.
Somos más las mujeres que esos trozos en que nos han querido dividir: senos, glúteos, cinturas... Y no solo tenemos entendimiento, sino además, voz, una que se hace infinitamente poderosa si se une a las de otras, pidiendo por todas.
No hay una única mujer, no nacimos producto de un molde, y pese a lo que el género define, somos también mucho más que estereotipos y dictados. Tenemos, por tanto, en razón de esa diversidad, derecho a las libertades que nos permitan ser tal cual queramos, en materia de amor, de profesión, de imagen... y a no ser violentadas (incluso asesinadas) por ejercer la autodeterminación sobre nuestros destinos.
Nos pertenece, además, el derecho de decidir si asumir la maternidad, y cuándo y cómo hacerlo. Tenemos el deber de formar nuevas generaciones, hijas e hijos, libres de prejuicios, educados en el respeto al otro.
De frente al espejo, bien vale también despojarse de los lugares comunes que nos aseguran que somos, en nuestra condición de mujeres, tan fuertes, que podemos con todo y más. Asumir la fragilidad propia, y el derecho al cansancio es un imperativo para poder ser realmente plenas.
Hay infinitas formas de ser mujer, humanas, personas; y de luchar porque la mitad del mundo que representamos sea tan visible como nuestros aportes y anhelos.
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