Por Loraine Castillo De los Reyes
En el hogar de niños sin amparo familiar La Casita, de Santiago de Cuba, varias mujeres acogen y cuidan con inmenso amor a niñas y niños de cero a seis años, a fin de garantizar en un futuro su pleno desarrollo en la sociedad y formarlos como adultos de bien.
Con capacidad de 12 plazas, la satisfacción y felicidad de los pequeños constituye prioridad para las trabajadoras del lugar, quienes dedican las horas necesarias a inculcar valores humanos desde la primera infancia.
De acuerdo con Isabel López, directora de la institución desde 2017, existe una exitosa concatenación entre los sectores Educación y Salud Pública, la cual permite el acceso a los círculos infantiles, escuelas e instituciones médicas correspondientes, así como el seguimiento por parte de profesionales de cada ramo.
Entre los momentos más significativos de las jornadas, destacó los fines de semana de paseo al zoológico, heladerías, parques y centros recreativos, instantes de esparcimiento merecido tras varios días de estudio y aprendizaje.
“La Casita” funciona como una familia y el cariño profesado hacia estos infantes es igual al de los hijos, nietos y sobrinos de cada trabajadora, aseguró López, pues sus alegrías, tristezas, logros y preocupaciones también son motivo de orgullo y desvelo.
Según Dianella Ochoa, docente de la primera infancia en el hogar, fomentar hábitos y habilidades como tender las camas, cuidar la higiene personal, respetar los horarios de alimentación y mantener modales sentados a la mesa forman parte de su rutina diaria, labor acometida con astucia, paciencia y compromiso.
Además, al regresar de las instituciones escolares, las educadoras cuentan con espacios dedicados a la revisión de lo aprendido y aclaración de dudas, promueven el interés por la lectura y planean juegos didácticos adecuados a las edades.
Todos los niños y las niñas no son iguales, por lo que distinguir los caracteres, las actitudes ante diferentes situaciones, los modos de expresar los sentimientos y la velocidad de aprendizaje es determinante para labores tan variadas como ayudarles en sus tareas docentes o disipar tristezas, acciones que requieren de profundo amor maternal, manifestó.
El bienestar físico también deviene prioridad en este hogar, de ahí la importancia de contar con Mercedes Blanco, enfermera experimentada en el cuidado de los pequeños.
Ante cualquier indicio de dolencia, se encarga de visitar al médico responsable del área de atención primaria para la evaluación y diagnóstico, en tanto se responsabiliza de la correcta adhesión al tratamiento indicado.
Mercedes subrayó que prevenir y curar enfermedades, al mantenerse al tanto de la alimentación, limpieza y asistencia a consultas especializadas, de manera similar al proceder con su propio hijo y los nietos, representa el mayor logro de su trayectoria laboral, mientras que los abrazos de agradecimiento de los infantes son el mejor premio.
A su primer lustro de edad, Leomar Preval solo puede sonreír al describir el trato de quienes lo cuidan desde muy pequeño, pues la práctica en casa de vocales, consonantes y trazos le permiten dar ya los pioneros pasos en el universo de la lectura.
Por su parte, Tailén Samira Quesada, de 7 años, prefiere los momentos de recreación en exteriores, pues las educadoras le narran curiosidades sobre las calles de la ciudad, la naturaleza y la importancia de cuidar el entorno.
Adheridos a la premisa de no dejar a nadie desprotegido, los hogares de niños sin amparo familiar figuran entre esas obras de inmenso amor de la Revolución cubana, y el cariño y apego de sus trabajadoras hacia niñas y niños garantiza el desarrollo de una vida plena.
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