miércoles, 5 de junio de 2024

Infancia y madurez



Por Marilys Suárez Moreno

Aylett no concebía que sus padres no la dejaran salir esa noche con su grupo de amigos. ¿Por qué no puedo, por qué? Repetía una y otra vez, cada vez más exasperada y sacando de sus casillas al matrimonio, que no acababa de comprender la actitud de su retoño que, fuera de sí, arrojó violentamente contra el piso el vaso que llevaba en la mano. Insultos y castigos llovieron entonces.

La adolescencia continúa siendo la etapa de la vida menos comprendida por los adultos. Es una época ambigua, a medias entre la infancia y la madurez, en la que se definen tanto el cuerpo como la personalidad.

Época cruzada de conflictos y peculiaridades propias de la edad que se distorsionan y convierten en rasgos negativos de la conducta, cuando las y los adolescente carecen de buena formación o se encuentran desorientados. Todo depende de cómo se afronten las diferentes situaciones que la vida va presentando. Es un período de cambios y de crisis, también de maduración y autonomía y de mucha comunicación familiar.

Factores biológicos y sociales, incluyendo la educación en la escuela, el hogar y el medio donde se desarrollan confluyen en su curso que toma en cuenta el proceso de desarrollo madurez que va enfrentando la chica o el chico de entre 10 y 16 años.

Según los sicólogos, este referente está dado por los cambios que se producen y por las contradicciones que estos provocan y hacen que ocurran transformaciones importantes para el desarrollo de la personalidad infantil.

De hecho, dentro del punto de vista biológico y físico, hay un crecimiento y una madurez sexual que son elementos muy significativos en esas edades. En lo psicológico, se da una crisis de la auto conciencia y, según la opinión de especialistas, inciden todos los fallos educativos de la infancia. Por ejemplo, el niño o niña que fue criado en el egocentrismo acentuará su egoísmo, al arribar a un período en que una gran carga psicológica lr obliga a concentrar demasiado la atención en sí mismo.

Tanto muchachas como muchachos parecen tener un radar específico para lo prohibido y peligroso. Pueden ser crueles, en algunos casos, y temerarios, agresivos y soberbios en otros. Dañar cosas, en ocasiones sin proponérselo, está entre sus embates, lo que provoca que la relación fraterno-filial entre en crisis. Y aunque es cierto que muchos asumen esos cambios sin grandes aspavientos, ávidos de crecer y parecerse a sí mismos, otros se transforman de la noche a la mañana y se vuelven desobedientes, contestones y altaneros, lo que resulta bastante difícil de entender a sus progenitores.

No son pocas las mamás y los papás que perciben el significado de la palabra entendimiento, cuando de su hijo o hija adolescente se trata. De hecho, les significa un peligroso esfuerzo de convalidación, una justificación de malacrianzas y actos que deberán ser reprimidos; en una palabra, una invitación al desbarajuste y el conflicto familiar.

Pero es un esfuerzo que bien vale la pena y facilitará la tarea cotidiana de lidiar con ellos en un clima de razonamientos y esfuerzos conjuntos, no solo de normativas y prohibiciones que, a estas edades, ni siquiera intentan concebirse, pero que forman parte de los inconvenientes que tiene que enfrentar la familia.

Si a lo anterior añadimos que las y los adolescentes son muy críticos hacia los mayores y poco autocríticos hacia sus comportamientos, e incapaces de reconocer sus limitaciones, pues los conflictos están a la mano entre unos y otros.

Algunos tratan de oponerse a la conducta del adolescente con un rigor excesivo; otros admiten hasta sus acciones impropias como un fenómeno, un mal que pasará con el tiempo; hay quienes solo saben lamentarse y no resuelven nada; también existen quienes se despreocupan y los dejan campear libremente. Actitudes erróneas que repercuten en su formación y los vuelven cada vez más conflictivos.

Convivir con ellas y ellos es asumir el reto de una relación con una persona cambiante al que, para educarle, no es centrarse en negarle o prohibirle lo que pide, sino en proporcionarle un espacio y un marco de límites que favorezca y aliente el desarrollo de su personalidad en ciernes. Pero si somos ese espejo y los ayudamos a aclarar verbalmente lo que está ocurriendo, les serviremos en su complejo proceso de encontrarse, al tiempo que los preparamos para que vivan su vida con respeto y felicidad.

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