domingo, 12 de mayo de 2024

¡Feliz día, Mamá!


Por Marilys Suárez Moreno

Cuando Mayelin supo que estaba embarazada sintió que el mundo se le venía encima. Estaba en el último año de su carrera y trabajaba en una oficina de Telecomunicaciones. Pensó que le iba a resultar todo muy difícil y no sabía si podía asumirlo como deseaba.

Hoy, sus dos hijos cursan la escuela primaria y ella, salvo las correspondientes Licencias de Maternidad, concluyó su carrera y nunca dejó de trabajar. Cierto que su esposo participa en los cuidados y educación de sus hijos a la par que ella, y que su madre y su suegra la han sacado alguna que otra vez de apuros.

Ella, como creo que ninguna madre, no tuvo ningún manual de instrucción ni recabó de recetas ajenas. Tampoco le dijeron qué hacer y cómo actuar en determinados momentos y, ciertamente, en no pocas ocasiones se las vio negra, pues sus hijos apenas se llevan dos años de diferencia y cuando se enfermaba alguno, el otro le seguía, amén de otras complicaciones domésticas y laborales.



Es verdad irrebatible que la maternidad cambia la vida de la mujer para convertirse en niñera y educadora, pues sabe que la formación de los hijos e hijas, su cuidado y atención deviene afán prioritario de su existencia y se vuelca incondicional, ejemplar y sabia a guiar la existencia de su descendencia.

Y aunque todo en la vida tiene sus excepciones y sabemos que hay madres por casualidad y no por vocación y afanes, no es de éstas, afortunadamente una minoría, sino de aquellas que perpetúan la maternidad con afán de orfebres, prestas a la paciencia y la responsabilidad para desempeñarla con fervor y aliento de futuro, la que nos ocupa.

Ecuánimes, dulces, sabias, pero sólidas y firmes en sus exigencias y férrea en la adversidad, las madres saben darle siempre al hijo o hija la respuesta inteligente que espera de ella, porque son, bajo cualquier circunstancia, fuente de amor y dulzura, amuletos ante las adversidades. Quizás porque en su vientre el amor tiene infinitas conjugaciones

Nadie como ellas para alertarse cuando su muchacha o muchacho (para ella los hijos(as) siempre serán eso, sus muchachos, sus bebés) demandan ayuda, comprensión y apoyo, entonces se crecen y hacen malabares con tal de protegerlos desde la calidez de sus ojos y lo profundo de sus corazones, porque los miedos y las incertidumbres que irrumpen los senderos de la vida materna, no saben de pesares ni de años, aunque los soporten.

A ellas, las más jóvenes y las que peinen canas, dedicamos este día de besos y regalos; visitas y abrazos postergados, de glorias y cotidianidades, como son todos sus días, porque las madres son y siempre lo serán, esa luz diáfana que alumbra nuestro camino.

A ellas, puntales de la familia y la sociedad, madres por sus partos o vocación maternal, mujeres siempre obligadas a reinventarse y renovarse, Felicidades desde lo más profundo de nuestros corazones o el recuerdo imperecedero para las que ya no nos acompañan físicamente, pero que sabemos siempre presentes.

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