Por Marilys Suárez Moreno
Abril es un mes prolifero en fechas nacionales, muchas de las cuales han sido rememoradas en estas páginas. Comenzando el mes, recordamos el desembarco de los hermanos Antonio y José Maceo y de otros patriotas por Duaba, a fin de incorporarse a la Guerra Necesaria organizada por Martí, apenas un par de meses antes, el 24 de febrero de 1895. Diez días después, desembarcarían con igual fin Martí y Máximo Gómez, por Playita, ambos desembarques en el extremo oriental del país.
Más cercano en el tiempo, el 4 de abril de 1961 y 1962, un año por medio, pioneros y jóvenes comunistas celebran cumpleaños; y avanzando, el 7 del mismo mes, pero en 1930, recordamos el natalicio de la heroína de la clandestinidad y la Sierra, Vilma Espín Guillois, Presidenta fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas y una mujer toda lucha y grandeza.
Otros hitos concatenados en el tiempo le sucedieron: muerte de Fe del Valle, el 13 de 1961, en el sabotaje de la tienda El Encanto, tratando de salvar el dinero a su cargo para la construcción de círculos infantiles que, justamente, el 10 de abril de ese mismo año tuvieron su creación por la propia Vilma. Tres días después, se produjo la histórica declaración Socialista de Cuba por Fidel, durante el sepelio de las víctimas de los bombardeos a los aeropuertos cubanos, preludio a la invasión por Paya Girón, iniciada el 16 de ese mes y aniquilada el 19 de ese cuarto mes del año. Una aplastante victoria que en menos de 72 horas hizo de Cuba el primer país en América en propinarle su primera gran derrota al imperialismo.
Otras efemérides abrileñas destacadas a saber y sin secuencia cronológica en el tiempo, fueron la huelga del 9 de abril de 1957, intensificada por una brutal represión; el nacimiento el día 18 del año 1819 (205 años) de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria cubana, y el ataque al Cuartel Goicuría de Matanzas, el penúltimo día de ese mes, del año 1956, en plena lucha contra la tiranía de Batista. El comando atacante fue masacrado a las puertas del cuartel y una persecución de horror se desató contra la juventud matancera simpatizante o no de las fuerzas revolucionarias que luchaban en Cuba.
Dejamos para el colofón otra fecha no menos importante y señera: la proclama de una corajuda camagüeyana, Ana María Betancourt, emitida entre el 10 y el 12 de ese cuarto mes del año, corriendo 1869, a los constituyentes de la histórica Asamblea de Guáimaro, en favor de los derechos sociales y políticos de las mujeres. Tema este que abordamos a renglón seguido.
Una Mujer Precursora
En un medio de casi total servidumbre, Ana Betancourt Agramonte se atrevió a alzar su voz y pedir para la mujer un sitio digno dentro de la sociedad. Ante los delegados a la histórica asamblea Constituyente de Guáimaro, nuestra primera Carta Magna, la atrevida camagüeyana demandó que tan pronto fuera establecida la República, se concediese a las mujeres los derechos de que eran acreedoras, expresando:
“Ciudadanos: La mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta obra hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.
“Aquí todo era esclavo, la cuna. El color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer¡”
Era la primera vez que se escuchaba a una mujer reclamar lo que justa y dignamente merecía. A partir de ese momento, Ana, nacida en Puerto Príncipe, hoy provincia de Camagüey, el 14 de diciembre de 1832 consagró su vida a la lucha por la independencia.
Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la patria cubana y el hombre que nos llevó a nuestra primera guerra independentista, el 10 de octubre de 1868, valorando la petición hecha por Ana Betancourt, dijo que la historia reconocería a una mujer que en Cuba se había anticipado a su siglo pidiendo la emancipación femenina.
La vida de esta camagüeyana fue una concreción de las ideas expresadas por ella en Guáimaro. Se hizo escuchar en una sociedad donde se le negaba a la mujer desde la educación hasta el derecho a opinar. Ahí estriba la importancia de su discurso valiente y precursor, que la engrandece, porque abrió la senda para la lucha que sostendría la mujer por ocupar el sitial dentro de la sociedad que hoy desempeña.
Ana Betancourt, la mujer que alzó su voz para reclamar los derechos inherentes a su sexo, estuvo en la manigua, sufrió destierro, pérdidas como la muerte de su amado esposo. Falleció en Madrid, España, el 7 de febrero de 1901. Sus restos reposan en un mausoleo en Guáimaro, el lugar donde su nombre entró definitivamente en la historia.
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