Por Marilys Suárez Moreno
Agonizaba, pero rechazó ser atendida por el enemigo. Prefirió morir vistiendo el traje de miliciana que la honraba y reafirmar su condición de mujer revolucionaria. Solo dos palabras pudo decir en su agonía: ¡Patria o Muerte”.
Historias como la de la campesina Cira María García Reyes, no pasan al olvido. Ella había elegido desde muy joven estar al lado de los cenagueros, aunque había nacido en Jagüey Grande, el 8 de junio de 1920 y huérfana desde temprana edad quedó al amparo de sus tíos maternos, residentes en la Ciénaga de Zapata.
Allí creció y como tantas otras campesinas de la zona, sufrió privaciones y desesperanzas. En la Ciénaga reinaba la miseria y el analfabetismo y la más inhumana explotación. Ella, sin embargo, pudo asistir a una escuelita de barrio y estudiar hasta el sexto grado. Casada muy joven con un pescador, de cuya unión nacieron tres hijos, su vida quedó compartida entre el mar y la tierra.
Antes del triunfo revolucionario de enero, Cira había colaborado desde la clandestinidad con gente de su zona que como ella deseaban un futuro mejor para los suyos y su Patria. Al producirse la agresión enemiga vivía con su familia en Caletón, donde se integró a las Milicias Nacionales Revolucionarias y se hizo dirigente de base de la Federación de Mujeres Cubanas. Tarea a la que dedicaba gran parte de su tiempo, pues debía atender a los trabajos emanados de la organización femenina en ese territorio, en Perdices y en Buena Ventura, donde laboraba en una Escuela como conserje voluntaria.. Además de brindar asistencia y apoyo a los jóvenes que, enrolados en las brigadas Conrado Benítez, habían llegado a esa zona del sur de Matanzas.
En la madrugada del 17 de abril, Normita, su hija mayor, se percató de que en el cielo se veía un centelleo de luces que parecía tornarlo de vivos colores. Eran las ametralladoras y fusiles de los invasores y el inicio del artero ataque a Playa Girón.
En la mañana, un miliciano orientó el traslado de los pobladores hacia un lugar más seguro. Apenas habían recorrido un corto trecho cuando fueron interceptados por un grupo de mercenarios. No más el camión había frenado, obedeciendo el alto, cuando recibió una descarga cerrada desde el monte. Varias personas de las que viajaban en el vehículo resultaron muertas o heridas por la metralla enemiga. Una de ella, la campesina Cira María García, quien, casi desangrada, rechazó ser curada por los invasores de su país.
Sus últimas palabras fueron para pedirle a su hija de 13 años, Normita, que nunca abandonara la defensa de la patria por la que daba su vida. Tenía 41 años de edad, una familia e infinidad de sueños y planes por cumplir que quedaron truncos.
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