Por Lubia Ulloa Trujillo
En la Empresa de Productos Lácteos en Ciego de Ávila, Maritza Valladares Quiñones hace muchos años perdió su nombre. Los que llevan tiempo allí la apodan La Microbióloga o La Gallega, pero los de menos estadía la llaman Madrina.
Cualquiera de los tres alias está bien justificado, pues lo cierto es que ella goza de prestigio en ese centro, del cual es una de los cuatro fundadores aún activos.
“Me dicen La Microbióloga, porque es mi función; La Gallega por el color de la piel y lo de Madrina es cosa de los que se incorporan al colectivo y aprenden de mis conocimientos en cursos de capacitación relacionados con la elaboración del yogurt. Los he enseñado y me siento realizada en mi actividad”, explica.
“Llegué aquí por una solicitud que hicieron a Salud Pública. Desde que me gradué en 1974 como técnico medio en Microbiología, llevaba cuatro años en el Laboratorio Provincial de Higiene y Epidemiología”, narra esta mujer, a quien sus 66 primaveras revelan lo bonita y elegante que debe haber sido en su juventud, pues todavía lo es.
“Nos dijeron que iban a inaugurar el Lácteo y necesitaban profesionales en esta especialidad para su laboratorio, no lo pensé dos veces y di mi aprobación junto con otra colega que trabajaba en el Hospital Provincial Doctor Antonio Luaces Iraola, de la ciudad capital avileña”, alega.
“Inmediatamente nos incorporamos. En efecto, el laboratorio estaba construido, pero le faltaba el área de Microbiología y tuvimos la posibilidad, y también el privilegio, de dar ideas para su diseño. Vivo orgullosa de ese detalle, pues a pesar de mi corta experiencia laboral de entonces, no me equivoqué en las sugerencias”.
La apertura del referido inmueble demoró dos años más, pero mientras eso sucedía nos incorporamos a las labores de limpieza y hasta raspamos con espátulas las paredes de la nueva industria que se construía, refiere Maritza.
Recuerda que también aprovecharon cuanta capacitación aparecía, entre ellas la impartida en la pasteurizadora de Santa Clara, donde estuvieron seis meses tomando experiencias en los procesos productivos de ese lugar.
El período de preparación incluyó, además, dos meses en un curso en La Habana, en la pasteurizadora de Morón, en las Fábricas de Conservas de Majagua y en la de Vinos, de esta ciudad, refiere la mujer, vestida toda de verde.
Esta entrevistada pudo continuar su superación de nivel superior en la capital, pero decidió contribuir con el sustento del hogar junto a su papá, que era operador de una máquina en la fábrica de vinos; entonces el salario no alcanzaba para costearse esos anhelados estudios.
Maritza ya posee edad, desde hace unos seis años, por ley, para estar jubilada, pero sus argumentos para continuar son sólidos: “Me siento bien, no padezco de ninguna enfermedad, mi mente está clara y gozo de todas las facultades para seguir en esta profesión que tanto me gusta, que estudié con pasión.
“Aquí pasé mi juventud, mi vida entera y bien que pudiera quedarme en mi casa, pero... ¿para qué?”, se pregunta… “¿Para pasar pañito, limpiando?”, se contesta.
“No niego que he tenido días en los que he deseado quedarme en la cama un rato más y me digo que si estuviera jubilada, eso podía hacerlo; pero enseguida cargo las pilas porque no soy mujer para estar mucho tiempo en el hogar”, sostiene Maritza y en sus palabras hay firmeza.
“Estoy acostumbrada al laboratorio, donde son constantes el debate y la exigencia con los demás, ya que a muchos les interesa la producción del día. Pero para nosotros va más allá, debe salir sí, pero con calidad para que el destinatario confíe en nuestra labor”.
Luego de conocer a Maritza: La Microbióloga, La Gallega o Madrina, como indistintamente la nombran, no hay dudas de que la Empresa de Productos Lácteos en Ciego de Ávila es privilegiada en contar entre sus trabajadores con una fundadora, convertida en maestra experta en análisis y pruebas microbiológicas de cuanto alimento se produce allí.
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