Por Marilys Suárez Moreno
Los paradigmas son esenciales en la infancia. Una vez que se alcanza un determinado desarrollo, pueden ser fijados y cotejados consecuentemente, lo que resultará esencial para futuros procederes. Así sucederá también con las maneras de proyectarse en la vida nuestros niños, niñas y adolescentes.
La realidad es que el mundo marcha de una manera muy acelerada y a veces la mentalidad del individuo, sus formas de vida, se quedan rezagadas o transitan demasiado de prisa. Se precisan nuevos enfoques, conocimientos de las características de los infantes que crecen en estos tiempos y no en los de nuestros abuelos y abuelas.
El ejemplo que más huella deja es el que trasmiten los padres. De nada servirán las prédicas y los regaños, si no van acompañados de modelos positivos, porque si tanto la niña como el niño observan en la conducta de su papá y su mamá actitudes negativas y hasta contradictorias con lo que pretenden enseñarles, no hará grandes progresos; por el contrario.
La conducta social que manifiestan niñas y niños, en la actualidad, está estrechamente influida por la educación hogareña, porque es en ese medio donde se deben aprender y practicar las costumbres y modelos positivos de convivencia. Esto solo es factible mediante relaciones que se establecen entre padres, hermanos, abuelas, abuelos y demás integrantes del grupo familiar, basadas en el cariño, la comprensión y el respeto recíproco.
Nada sustituye la responsabilidad familiar en la crianza de hijos e hijas No existe escuela, por perfecta que sea, capaz de hacerlo, pues esta es una tarea que compete, en primera instancia, a los padres. Son ellos quienes tienen que preocuparse por la instrucción de sus vástagos; enseñarles y exigirles respeto y disciplina.
El menor tiene una tendencia innata a la imitación. El gesto que ve o la palabra que escucha son para así mucho más fáciles de asimilar que toda una cuidadosa lección. De ahí la necesidad de emplear modales, expresiones, frases o palabras que no sean malsonantes delante de los niños y las niñas, pues seguramente las repetirán en la primera ocasión que tengan para ello.
Tan importante como las normas de vida que les inculcamos desde que nacen, es la formación de los hábitos sociales. Ningún padre aspira a formar un hijo que no se ajuste por su conducta a la vida en sociedad. Todos quieren que su descendencia sea aceptada, que mantenga relaciones armónicas y estables con sus semejantes y conserve una vida íntegra. Pero ello no se logra sino de una manera: en el hogar que los cobija y con el ejemplo familiar.
Cabe a los adultos la responsabilidad de tratar de compatibilizar los intereses y concepciones de las edades extremas, en caso de convivir con ellas, y enseñarles desde muy temprana edad a quererse y protegerse mutuamente, inculcándoles sentimientos hermosos y buenos ejemplos de vida.
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