viernes, 17 de noviembre de 2023

¿Violencia contra la mujer? ¡¿Otra vez?! ¡SÍ!

 




Por Aime Sosa Pompa

Cuando mi vecina descubrió el hematoma en su rodilla izquierda, no sabía cómo esa carne dolorosa, entre un color violeta y negro rojizo azulado, había aparecido en ese lugar. Lo más curioso fue que se lo detectó cuando pasó las manos por casualidad en esa zona afectada y le sorprendió el dolor, molesto, algo profundo; era un pedazo del cuerpo lastimado que respondía. Después recordó que había tropezado con una mesa, bailando, dos días atrás. Le llevó más de una semana desaparecerlo.

Yo, mirándola y escuchando sus quejas, imaginé cómo se formaban los hematomas de las mujeres golpeadas. Y se lo comenté. Ella guardó unos segundos de silencio y me confesó que nunca había pensado en eso, ni en cómo podían ocultarse tales marcas, mucho menos sabía cómo se podía sobrevivir a tal ejercicio execrable de poder y fuerza bruta.

No seguimos la conversación. Creo que cada una se fue con imágenes inventadas en su mente. Hasta mi inquietante voz interior llegó a preguntarme si sabía cómo sonaban los golpes.

Más tarde, en una de esas noches refrescantes que se caminan por una avenida iluminada con amigas, pude escuchar claramente cómo sonaba el impacto de una palma masculina, con los dedos bien abiertos, en la cara de una joven. En realidad lo vi; estaba atenta a la discusión de esa pareja sin entender las palabras, cuando sucedió. Nunca sabré qué fuerza especial de la tierra sostuvo a aquella muchacha para que no cayera al suelo. También se escucharon muy altos, casi como un retumbar, los choques de su cabeza contra una pared.

La historia, para qué contarla, medio terminó con el susodicho llevado no sé a dónde, por tres jóvenes policías, mientras le gritábamos desde “abusador” hasta “ven a meterte con nosotras”, “¿a qué no te atreves?”. En medio de toda nuestra real valentía y euforia vengativa, levitaba una tristeza contenida, una impotencia segura, porque en el fondo pensábamos que ella volvería a los brazos de su maltratador sin hacerle pagar por su acto público y desmedido. Sinceramente, creo que los maltratadores y golpeadores se sienten impunes e intocables, quizás satisfechos de un deber cumplido para un yo engreído, a veces enfermo, a veces tan cuerdo y sano como el tuyo o el mío.

Sobre las causas y sobre esas mujeres violentadas, agredidas, hay quien se pregunta: ¿por qué lo permiten..., es tan difícil acabar con esta situación? Yo les diría que no es tan fácil de eliminar todas esas violencias plurales. Un detalle: la gente -y yo también soy gente- está tan acostumbrada a lo verbal, es tan común escuchar un lenguaje grosero y cargado de testosterona, que entonces no es extraño si después llega un golpe, un empujón, un ataque, que a veces no son evitados, pero sí algo acostumbrado….

A veces me cuestiono si el acto de recibirla es contagioso. Hace poco se cuestionaba una amiga que cómo era posible que algunas tuvieran de parejas a hombres conocidos por “meter golpes” o a ex convictos con condenas por agresiones físicas a otras. Todo es muy complicado y no se pueden asumir respuestas fáciles. Incluso sé que ahora mismo estás pensando si será verdad que a algunas les gusta que les peguen. ¡Jum! Gustar, estar acostumbradas, habituadas... a recibir golpes...

Y del (re)(contra)dicho refrán de que entre marido y mujer nadie se debe meter…, ¿hasta dónde apartarse? Otra interrogante esencial cuando conocemos las trágicas consecuencias de ese actuar.

Si la agresividad es una emoción que tiene una función adaptativa, ¿a qué se ajusta exactamente quien recibe los golpes? Si debe haber una expectativa razonable de que la agresión será exitosa, ¿dónde está lo triunfante de ser golpeada? ¿Es cierto que a algunas les gusta que les peguen? No lo creo tanto. Esa actitud necesita de una atención especializada, porque detrás puede existir algo más que culturas y modos de vida y herencias. Por lo pronto, te sugiero no repetir esa frase. Te pido que tampoco creas cuando alguien dice, mujer o un hombre, que la misma mujer provoca que la violenten, el fenómeno no es tan sencillo y en ningún caso se justifica la violencia.

La muchacha que recibió aquellos golpes que describí al inicio se alejó sola y demasiado acelerada por una calle, dando gritos y llamando ¿a quién? ¡A su mamá! “¡Ay mamita, mamita!”. La escuchaba con el alma en pena y lágrimas en los ojos, pensando: ¿cuántas ahora mismo están viviendo bajo amenazas o chantajes de sus maridos, novios, o de sus amantes o ex maridos? ¿Y cuáles habrán sido los últimos gritos de una mujer mientras está siendo golpeada hasta la muerte?

Cuando sucede un lamentable femicidio en Cuba, no es solo una estrella la que se apaga. En realidad, se vuelven a encender grandes faros de alerta mientras muchos se preguntan: ¿qué hubiera pasado si las leyes, con implicaciones directas sobre el tema, se aplicaran más rápido? ¿Y si hubieran alejado a ese hombre de esa familia..., y si estuviera advertido..., o en prisión? O si lo hubieran tratado por un especialista..., y si estaba enfermo…. ¿Y si todos sospechaban que eso iba a suceder y nadie, absolutamente nadie, hizo nada?

Pase lo que pase, ninguna mujer es propiedad, ni se le puede tratar como tal. Y para los que discuten del tema como asunto de pasiones y no de femicidios, solo recomiendo un ejercicio a la inversa: ¿qué sucedería si, todos los meses, más de una mujer toma a más de un hombre como su propiedad y lo maneja hasta el acoso o la muerte?

Los ciclos de violencia que hoy se enmascaran y mañana son visibles y fuertes, como ese hematoma que te descubres sin recordar cuándo nació, deben y pueden desaparecer. Si este es tu caso, decídete, no estás sola. Mientras, y no hay un por si acaso, aquí volveremos a hablar de la violencia contra la mujer, ¡OTRA VEZ! ¡SÍ!

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