Por Marilys Suarez Moreno
Ciudad con vida propia, fortalezas inexpugnables como el Castillo de los Tres Reyes del Morro, plazas, edificaciones coloniales y alzada a la modernidad como una urbe que se respeta, La Habana de hoy se renueva sobre sí misma, aunque no con la celeridad y los deseos que demandan sus habitantes, ávidos de verla limpia de basureros, despintes, salideros, albañales desbordados y baches, que le dan una imagen decadente, desaseada y ruinosa. Y aunque mucho de ello pasa por la complejidad económica que vive el país, evidencia también desatinos, comportamientos indeseables y el ultraje de quienes indolentes campean por sus fueros, ajenos a la sensibilidad colectiva de sus buenos avecindados.
Periodísticamente hablando he empezado este escrito, quizás por donde no debiera, lo feo y doloroso, pero si bien nos duele como habaneras, habaneros, residentes y visitantes contemplar así a nuestra hermosa ciudad, es cierto también que ésta se niega a ceder supremacía al tiempo y sigue envolviéndose en un halo de misterios y tradiciones que certifican cuánto de historias y de leyendas se esconden en sus símbolos citadinos y en sus obras arquitectónicas más representativas, sus paisajes y su herencia colonial.
A La Habana se le puede mirar y pensar de infinitas maneras. Tantas como los que nacieron en ella, habitantes, turistas y visitantes la vean y sientan. Ciudad barroca en su sentido heterogéneo, abigarrada y colorida, en ocasiones puede parecernos tímida, como escondida entre las azules aguas de su hermosa bahía.
Como diría nuestra Graciela Pogolotti, las ciudades, como las personas, tienen vida propia, “son seres animados por el espíritu de la memoria”.
Considerada una de las ciudades iberoamericanas que mejor conserva su legado histórico y su núcleo colonial, el casco fundacional de la urbe, en la llamada Habana Vieja, por ejemplo, es uno de los conjuntos urbanos más importantes del continente.
Monumentos de valor patrimonial y arquitectónico y construcciones e inmuebles de valía ambiental se yerguen altivos entre edificaciones de corte modernista o clásico. Fundada el 16 de noviembre de 1519 por el conquistador español Diego Velázquez en honor a los reyes de España en su asentamiento definitivo frente a la bahía, la capital de Cuba, San Cristóbal de La Habana enamora e invita.
Ciudad de luz y mar, La Habana de nuestros sueños y realidades es el escenario ideal de cuanto una persona puede imaginar y otros pueden hacerlo realidad, según una expresión del gran Julio Vernes que otro gran soñador, como Leal, hizo suya.
Una ciudad en la que confluyen estilos y tendencias de todas las épocas, en opinión de otro gran habanero, el arquitecto Mario Coyula. Una Habana dispuesta como un gran mosaico, donde lo español y lo africano se dieron la mano para engendrar una ciudad con identidad propia.
Patria chica de ilustres habaneros, como el Héroe Nacional José Martí, la ciudad se nos antoja irrenunciable y siempre a disposición de su gente, que la ama y disfruta, quizás por ese sentido de pertenencia que la identifica y que la hace placentera y sorpresiva siempre. Capital de luz y tonalidades únicas, arte y tradición forman parte del alma cubana y de sus conflictos.
Declarada Patrimonio de la Humanidad y Ciudad Maravilla , la capital cubana se despliega encantadora y subyugante como esa Giraldilla que la simboliza y sirve de vigía, mientras se alza atrevida entre el castillo de Los Tres Reyes del Morro y su rutilante y esplendente Malecón.
Disfrutarla y amarla como el más loco amor desde la responsabilidad y la participación ciudadana, es deber compromiso de quienes amamos La Habana.
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