Por Arnaldo Mirabal Hernández/Periódico Girón
Si bien las personas que viven con VIH todavía sufren del estigma, las mujeres que portan el virus suelen padecer mucho más este flagelo. Conozca la historia de la doctora que logró alcanzar la plenitud, a pesar del diagnóstico de esta enfermedad.
La joven Marielena*vino al mundo con una recia voluntad, esa que le impulsa a derribar cada obstáculo de su camino. Otra en su lugar quizás hubiera desfallecido ante cada intento malogrado, pero no ella. Sabe reponerse de los tropiezos, y asumir la vida con entereza.
Desde sus estudios iniciales de Medicina, en el Oriente cubano, escuchaba a los profesores en una especie de arrobamiento y, al terminar cada jornada lectiva, solo añoraba interactuar con los pacientes para poner en práctica lo aprendido.
No necesitó el paso de los días para entender que la medicina sería la razón de su existencia, y nada, ni nadie, ni tan siquiera el asomo de alguna enfermedad, estropearía sus ganas de convertirse en médico.
Fue así que traspuso el sacrificio que representa ascender las montañas orientales, para atender a los enfermos del lomerío, entre otras tantas responsabilidades.
Desde muy joven se caracterizó por una personalidad obsesiva-compulsiva, que le llevaba a buscar la perfección en cada tarea asignada.
“No soy de estar sentada sin hacer nada, si tomo el teléfono es para estudiar, buscar información, interactuar con colegas y pacientes, no tolero estar ociosa. Me exijo a mí misma intentar ser mejor cada día”, comenta en una calurosa mañana.
Sin que le flaquee la voz, asegura que a veces la vida te pone a prueba, porque justo cuando se sentía con más fuerzas para alcanzar sus logros, una enfermedad casi hace añicos todas sus aspiraciones.
Unos fuertes dolores de cabeza le desataron una crisis, obligándola a permanecer en cama. Los estudios arrojaron que padecía aracnoidocele, “una hernia de la aracnoide, esa capa que recubre el cerebro. Se llena de líquido cefalorraquídeo y provoca dolor de cabeza y altera las hormonas”, expresa como quien ha aprendido a vivir con ese padecimiento.
Logró recuperarse y retomar su pasión. Esta vez, radicada en un poblado a varios kilómetros de la cabecera matancera. El nuevo escenario no la amilanó, todo lo contrario; poco a poco pudo mostrar sus conocimientos, e incluso incorporar nuevas prácticas que no se aplicaban a los pacientes.
Su carácter y profesionalidad le granjearon el respeto de sus colegas, vieron en ella a la persona capaz de dirigir los procesos. Así aceptó la jefatura en varias áreas de la institución de Salud donde laboraba.
Ella, que se especializó en el campo de la Ginecología, también pudo sentir en su vientre las pataditas y sobresaltos de una nueva vida. Su existencia transitaba por ese momento idílico que algunos llaman plenitud, y que a veces resulta tan frágil, que una palabra puede deshacerlo de golpe.
EL DIAGNÓSTICO DEL VIH
Transcurre el año 2019. Marielena desea salir nuevamente en estado, por lo que decide realizarse un análisis de sangre rutinario. Han pasado ya cuatro años pero la voz se le quiebra cuando rememora aquel aciago día.
Para algunos, la palabra diagnóstico no encierra más sentido que el reconocimiento de un médico a un paciente. Pero existe un sector de la sociedad para el cual puede resultar una especie de fuerte golpe que atonta y nubla los sentidos.
Así se sintió ella cuando le diagnosticaron VIH. Su vida se apagó de improviso: nada oía, se sumió en una penumbra total. Apeló a esa defensa que emite nuestro organismo ante situaciones desesperadas: el llanto.
Lloró horas, días, hasta semanas. Sentía que nada podía hacer, solo llorar. “¿Será el fin?”, se preguntaba. A ello se sumaba la incomprensión de su pareja, en esa egoísta necesidad para algunos de hallar un culpable, como si sirviera para aminorar el dolor.
Tras el período de aceptación de la enfermedad, vino otro momento de incomodidad para la relación: la decisión de mantener el secreto, de ocultar la enfermedad.
“La familia influye mucho, porque es la que te apoya en esos momentos tan difíciles. Cuando te diagnostican, si no tienes el apoyo familiar, si no escuchas frases como ‘no importa, seguirás siendo nuestra hija’, te sentirás mucho más vulnerable.
Desgraciadamente existen familias que no lo admiten, por eso una parte de quienes portan el VIH deciden ocultarlo.
“Pero las personas que no lo aceptan, se perjudican negativamente ya que asumen la vida con remordimiento, y eso afecta, porque al enfrentarse a un estrés continuado este actúa sobre el organismo en diferentes niveles. Es una emoción negativa e influye siempre en la estabilidad emocional de las personas y puede generar otras enfermedades”, explica la doctora.
Por suerte no fue el caso de Marielena. Con los días se recuperó, encontró sosiego en su trabajo, lo que le reconfortó y permitió recuperar el equilibrio. Asegura que con las semanas experimentó un nuevo renacer, sobre todo cuando conoció el trabajo de la Red Cuba+, a la que se integró para conocer más sobre la enfermedad.
Luego, con la experiencia, pudo ayudar a otras personas a asumir su condición con optimismo en la recuperación, “para que entendieran la importancia de superar ese instante negro que es el diagnóstico”, comenta.
“Una vez divorciada decidí acercarme a esta red. Allí me piden trabajar como parte del equipo técnico provincial. Vivir con VIH no es impedimento para lograr mis metas, conocí a un nuevo hombre que me apoya, cuento con el amor de mi hija, en el medio no soy tan estigmatizada y no interfiere en mi labor como galena.
“Ya pasó esa época gris, ahora es época de alegría, felicidad, de ayudar a otras personas, apoyarlos en la terapia retroviral y su adherencia.
“Un diagnóstico no es sinónimo de muerte como en años anteriores, hemos superado esa etapa. Mientras se asuma la enfermedad con responsabilidad y se tomen sus retrovirales, un portador puede realizar cualquier profesión”.
Gracias a la labor de la Red Cuba+, en un trabajo coordinado con otras organizaciones, una persona con VIH y carga viral indetectable no transmite la enfermedad mediante intercambio sexual.
La doctora explica que toda persona seropositiva, que siga estrictamente el tratamiento antirretroviral, tendrá en el futuro una carga viral no detectable, lo que evitará que infecte a su pareja sexual. Incluso existen métodos preventivos
adicionales como la Profilaxis Prexposición (PrEP).
Pero a pesar de los adelantos y la suficiente información, el estigma continúa siendo el peor de los males para los que viven con este virus en su sangre. Incluso Marielena una vez se sintió afectada, cuando al acudir a consulta un colega decidió atenderla de última por su padecimiento.
“Como si los métodos de esterilización de los instrumentos no fueran los mismos para todos los pacientes. Precisamente porque no sabemos quién es portador del VIH, o cualquier otra enfermedad que también se puede transmitir por la sangre, como la Hepatitis B”.
Son precisamente las mujeres con VIH el sector más estigmatizado, según explica Marielena, debido al machismo reinante en la sociedad y a la creencia de que los enfermos llevan una vida airada e irresponsable, entre otros factores.
A cuatro años de aquel día infausto, Marielena asegura levantarse cada mañana con una sonrisa, de este modo la vida le retribuye las energías con el cariño de los suyos, así como el respeto y la admiración de su colectivo y pacientes.
Asegura que al paso del tiempo ve este tropiezo como una oportunidad que le obligó a robustecer su espíritu, adquirir nuevos saberes, y sobre todo, contribuir al mejoramiento de las personas, su razón de ser en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario