Por Lianne Garbey Bicet
En Cuba cuando se interpreta o se habla del filin resulta imprescindible hablar de una mujer que jamás se limitó a ser testigo de su tiempo. Pues en cada nota, en cada gesto de ternura y compromiso, vive aún la fuerza de Tania Castellanos a quien siempre recordamos por su esencia revolucionaria, su labor como poeta del amor y militante de la esperanza.
Nacida en Regla el 27 de junio de 1920, bajo el nombre de Zoila Castellanos Ferrer, desde niña vivió las limitaciones económicas y sociales de su época. Esa realidad forjó en ella una conciencia proletaria y nacionalista, que la llevó a integrarse al movimiento sindical y al Partido Socialista Popular desde muy joven.
Su vínculo con el arte surgió en paralelo a su activismo. Mientras trabajaba en la fábrica textil El Universo y ejercía como dirigente proletaria, Tania se acercó a la música a través de las versiones en español de temas internacionales y, más tarde, de sus propias composiciones. Pronto, su voz y su sensibilidad destacaron en un entorno donde las mujeres rara vez ocupaban el centro de la escena.
El filin, surgido en la década del 40, fue un movimiento musical que apostó por la autenticidad y la emoción, y Tania encontró en él un espacio para expresar todo su arte. Desde los inicios de este movimiento su nombre resaltó entre grandes figuras masculinas como César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez y Ñico Rojas, aportando una mirada propia, tanto en la temática amorosa como en las canciones de contenido social que marcarían su madurez artística.
Su estilo, definido por la compositora Marta Valdés como el de una “melodista por excelencia”, no dependía de instrumentos: las armonías y melodías brotaban de su intuición y sensibilidad, logrando piezas de gran belleza y profundida. Obras como “En nosotros”, “Recordaré tu boca” y “Me recordarás” fueron interpretadas por grandes voces como Elena Burke, Celeste Mendoza y Moraima Secada, y se convirtieron en clásicos del repertorio cubano.
Más allá de su aporte artístico, Tania también fue una pionera en la defensa de los derechos de autor. Junto a su compañero de vida, el líder sindical Lázaro Peña, impulsó la creación de la editorial Musicabana, cuyo principal objetivo era la protección de la música cubana de la explotación de los grandes consorcios internacionales y promover la circulación de la música nacional. Esta labor, poco reconocida en su tiempo, sentó bases para la autonomía cultural y la dignidad profesional de muchos y muchas artistas en nuestro país.
Debido a su ferviente actividad revolucionaria en la segunda mitad de la década del 50 se ve forzada a marchar al exilio en México. Allí, estableció fuertes alianzas con figuras como Benny Moré y Dámaso Pérez Prado. Durante esos años sus canciones alcanzaron popularidad en voces como la de Lucho Gatica.
A su regreso a Cuba, tras el triunfo revolucionario, su obra se volcó hacia temas sociales y patrióticos, con piezas como “Cuba, corazón de nuestra América” y “Por los Andes del Orbe”, interpretadas por instituciones como el Coro Nacional de Cuba y artistas de toda la región. En esta nueva etapa asumió responsabilidades culturales y políticas, llegando a ser fundadora de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Falleció en La Habana en 1988, dejando un legado inmenso y, sin embargo, aún insuficientemente reconocido. Pues su nombre sigue siendo menos visible que el de sus colegas masculinos, reflejo de una industria musical que, a pesar de los avances, mantiene deudas con las creadoras. Recordarla en este día es un acto de justicia y una invitación a repensar el canon musical cubano desde una perspectiva más inclusiva y plural.
Hoy, en el aniversario de su natalicio, Tania Castellanos no es solo memoria. Es presente que canta, inspira y exige. Porque las canciones de amor también pueden ser trincheras. Y porque, como ella, hay muchas que siguen defendiendo la belleza desde la dignidad.
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