jueves, 27 de febrero de 2025

Céspedes, el padre fundador



A 151 años de su muerte, la luz y gloria del llamado Hombre de Mármol, estremece en toda la dimensión de su grandeza

Por Marilys Suárez Moreno

Recordar a Carlos Manuel de Céspedes en el aniversario 151 de su caída heroica en San Lorenzo, merece infinito respeto ante el recuerdo de su vida. El Padre de la Patria cubana tuvo una existencia consagrada a la lucha emancipadora. Por ello admiramos su obra heroica, su grandeza y su ímpetu revolucionario e íntegro.

Irguiéndose por encima de las vacilaciones de los demás, el abogado bayamés, iniciador de la gesta libertaria del 10 de octubre de 1868, tomó la disposición de iniciar la guerra en esa fecha y no días después, como habían previsto todos los complotados.

La mayoría consideró precipitada tal decisión. Sin embargo, desde los inicios de aquella epopeya y en especial por la fuerza que esta había alcanzado en la zona oriental, se comprendió que aquel suceso fue un acontecimiento histórico y una decisión audaz y acertada, porque gracias a ello se aceleró el levantamiento armado en Camagüey y la insurrección se extendió por todo el Oriente del país, vinculando, por demás, los intereses cubanos a la abolición de la esclavitud.
La Asamblea Constituyente de Guáimaro lo eligió Presidente de la República en Armas, reconociéndole el mérito de haber iniciado la lucha armada. Luego, en un momento de confusiones, contradicciones, vacilaciones y pasiones personales, lo destituyeron del cargo, tratando de eclipsar su grandeza.

Una grandeza que enorgullece y conmueve por su total consagración a la lucha independentista de Cuba, Céspedes ansiaba a su patria libre y sacrificó hasta su vida por lograrlo.

Admirable su obra heroica, su dignidad y su ímpetu revolucionario, lejos de esposa, hijos, familia y seres queridos, y su renuncia a las riquezas de su cuna para echar al vuelo las campanas de La Demajagua y llamar a la guerra libertaria.

Hombre de recia personalidad, vasta cultura y concepciones patrióticas arraigadas, el abogado bayamés tuvo la humildad necesaria para aceptar su destitución. “He hecho lo que debía hacer”, dijo entonces quien Martí llamó Hombre de Mármol.



Un acuerdo que el presidente depuesto calificó de carente de nulidad, pero que consideró que no le tocaba a él ventilar esa cuestión. En esa coyuntura, diría, “¿qué debía hacer yo ? Obedecer a lo dispuesto.

Por mí no se derramará sangre en Cuba. Y se refugió en las montañas de la Sierra Maestra, en plena guerra todavía, donde se dedicó a enseñar la cartilla a los niños campesinos de la zona, a escribir y, por qué no decirlo, a cortejar a una joven campesina que lo ayudó cuanto pudo para mitigar su soledad y que su vida fuera más llevadera en aquellos intrincados parajes de la serranía.

Más, nunca brilló tan alto su patriotismo, firmeza y abnegación, como cuando, ante la propuesta enemiga de que depusiera las armas y salvara a su hijo Oscar de ser fusilado, no dudó en responder que ese no era su único hijo, lo eran todos los cubanos que luchaban por la Patria, ganando para la historia el título de Padre de la Patria.

No era un hombre joven, pues en 1868, cuando alzó a la nación en armas, andaba cerca del medio siglo de vida, pero como expresó Hart, había acumulado la suficiente cultura, sensibilidad y amor a la causa de Cuba como para romper con todo lo que aquel medio colonial significaba y adscribirse al ideario más avanzado que podía concebirse en la Cuba de su época.

El 27 de febrero de 1874, avisado de la presencia española, buscaba un barranco donde protegerse cuando fue abatido en desigual combate. Cayó sin hacer renuncia de sus principios, tal como había vivido.

Como bien dijo Martí, “Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanto como la de las grandezas”. Hoy se reconoce también a quien tuvo la sabiduría política y el empuje suficiente para decir, rememorando las palabras del Héroe Nacional de Cuba, que “la historia con sus pasiones y justicias ha encontrado en el arranque y el ímpetu de Céspedes y en la dignidad y pureza de Agramonte, honra para la epopeya”.

Fue así como a los 55 años, murió el primero de los cubanos que consiguió dar a su país y a sus paisanos patria y honra, como acertadamente dijo de él un ilustre veterano, Enrique Collazo. Allí donde hace 151 años cayó peleando por su vida, perseguido por el odio y la traición, en plena Sierra Maestra, se reiniciaría tiempo después la lucha definitiva de la nación.

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