Por Marilys Suárez Moreno
Su voz se hizo escuchar en una sociedad donde se le negaba a la mujer hasta el derecho a opinar. Pero ella sobresalió por su discurso valiente y precursor que la engrandece ante la patria. Se llamó Ana Betancourt y se le conoce como la precursora de los derechos femeninos en Cuba y fue una mujer...
La Asamblea de Guáimaro es uno de los sucesos más importantes de la Guerra de los Diez Años en Cuba. Ese fue el marco aprovechado por Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte para clamar por los derechos de la mujer, el 14 de abril de 1869.
Ante los delegados representantes del Camagüey, Oriente y Las Villas, proclamó y solicitó por escrito la igualdad de la mujer en un siglo en que se le negaba a esta el acceso a la cultura y su participación en la vida cívica. Su alegato tuvo en el Mayor Ignacio Agramonte, amigo personal de la patriota, un preclaro expositor.
Carlos Manuel de Céspedes, el hombre que alzó en armas a la nación, valorando la petición hecha por Ana Betancourt, dijo que la historia reconocería a una mujer que en Cuba se había anticipado a su siglo pidiendo la emancipación femenina.
Precursora de los derechos de la mujer en Cuba, Ana Betancourt pidió a los delegados reunidos en la Constituyente de Guáimaro, que tan pronto fuera establecida la república se concediese la igualdad de la mujer y los derechos de que en justicia eran acreedoras, recordando que, junto a la esclavitud del color y de la cuna, existía la del sexo.
La esposa del abogado y patriota Ignacio Mora fue parte integrante de la gesta libertadora. Fue ella quien rompió de un tajo el tabú de la desigualdad entre el hombre y la mujer y abrió la brecha para la lucha dura y ardua que sostendría la cubana durante más de 100 años por la independencia de la patria y por conquistar un sitio decoroso dentro de la sociedad.
Aquella misma noche, La adelantada habló en un mitin: La mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar espera paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompa su yugo y le desate las alas.
Una solicitud de igualdad en un siglo en que se le negaba a la mujer el acceso a la cultura y su participación en la vida cívica del país, lo que no arrendó a la corajuda camagüeyana para que forjara por sí misma un sitial en la historia patria.
Nacida en el seno de una familia acaudalada del Camagüey, Ana recibió una educación como correspondía a las mujeres de su época, pero las corrientes independentistas que corrían en Cuba antes, incluso, del inicio de la lucha emancipadora, la hizo abrazar tempranamente esa causa.
El día que su esposo, Ignacio Mora, un hombre de ideas avanzadas también, partió junto al Mayor de nuestra primera gran gesta, Ignacio Agramonte y Loynaz, a luchar por la libertad de Cuba a pocos días del inicio de la Guerra Grande (10 de octubre de 1868), Ana despidió y alentó a su amado, diciéndole: Por ti y por mí, lucha por la libertad.
Pero ella no se quedó atrás, su profundo patriotismo y su temple de mujer patriota se creció cuando capturada por los españoles, estos la presionaron para que le escribiera a su esposo pidiéndole que depusiera las armas, a lo que contestó: Prefiero ser viuda de un hombre de honor a ser esposa de un hombre sin dignidad y mancillado. Nunca más vería a su Ignacio, quien fue fusilado cuatro años después.
Deportada, se vio obligada a ejercer disímiles oficios en el extranjero, entre ellos el magisterio, dada su instrucción y cultura, trabajando como maestra en colegios de El Salvador y Jamaica, pero alentando siempre por la libertad de la patria lejana.
La valerosa camagüeyana que alzó su voz para reclamar los derechos inherentes a su sexo, falleció en Madrid, el siete de febrero de 1901 y sus restos reposan en un mausoleo erigido en Guáimaro, el municipio camagüeyano donde su nombre entró definitivamente en la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario