lunes, 20 de enero de 2025

Wilda Almagro: Soy muy cubana, de mi idioma y de mi raza


Texto y fotos: Laura de la C. González Trujillo

Añejas manos movían en círculos las fichas que garantizarían en los próximos minutos distracción para aquellas mentes rebosantes de años; en el característico movimiento de darle agua al dominó estaba Wilda, presidenta del consejo de ancianos de la Casa para Abuelos Antonio Dicirt, de la ciudad de Matanzas.

Semanas antes, durante una conversación casual con la longeva de 86 años, la interesante narración me acercaba a la historia de una mujer admirable, fiel a sus principios y hasta un poco arriesgada cuando de
 defenderlos se trata, entre anécdotas apremiadas por el tiempo y el deber de continuar con el trabajo, una invitación para un segundo diálogo quedó abierta.

Wilda Almagro Torriente, natural del municipio Jovellanos, rememoró la infancia y la educación que le permitió la economía desahogada de la familia; su progenitor trabajaba en la Compañía de Electricidad de la localidad y propició los recursos necesarios para estudiar.

Teníamos posibilidades, no con opulencia, porque mis padres nos hacían bajar la cabeza y nos recordaban a diario sus orígenes, una de las máximas que tenía mi madre era el respeto a todos, nos enseñó la importancia y valía de esa palabra tan grande, aseguró la adulta mayor.

Con 12 años Wilda se trasladó junto a su familia a la urbe de Matanzas, luego de ser promovido su padre. Completó en la ciudad el ciclo de estudios para posteriormente matricular en el Instituto de Segunda Enseñanza, hoy Instituto Preuniversitario José Luis Dubrocq, donde aseguró “empezar a coger otro tipo de conciencia”.

Alentada por un amigo de la escuela, comenzó a involucrarse y colaborar con el movimiento revolucionario: “Lanzábamos proclamas desde la azotea del Instituto y preparábamos huelgas; recuerdo la que se hizo cuando asesinaron a José Antonio Echeverría y cómo tuvimos que correr para escondernos porque nos perseguían”.

En 1958, destacó, nos negamos a graduarnos y realizamos un paro porque no queríamos que nuestros títulos estuvieran firmados por funcionarios del gobierno de Fulgencio Batista, abandoné la escuela y en 1959, la retomé para licenciarme dos años después.

De regreso a los estudios, Almagro Torriente optó por realizar las asignaturas pendientes de modo que le permitiera trabajar al mismo tiempo, pues la situación económica de la familia cambió con el nacimiento de dos hermanas.

Wilda inició su vida laboral en la Empresa Eléctrica, por nueve años se desempeñó como auxiliar de contabilidad, allí aprendió lo referente a esa rama, además de taquigrafía y mecanografía que le posibilitaron participar en las asambleas realizadas en Matanzas durante el tránsito de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC).

La habilidad que ganó en la técnica de escribir de prisa le permitió, junto a dos de sus compañeras de trabajo, conocer de cerca a Ernesto Che Guevara; asumía la responsabilidad de Ministro de Industrias, y en un local de la calle Milanés, próximo al actual Museo Palacio de Junco, todos los representantes del sector en el territorio estaban reunidos.

El hombre que sostenía un tabaco en la boca, y de discurso directo pero justo, se acercó a la mesa donde las jóvenes tomaban notas, “nos preguntó si éramos taquígrafas parlamentarias, las tres nos miramos con asombro, aquel título apuntaba a palabras mayores, y le señalé la máquina de grabación rusa que había en la sala como la única parlamentaria, era una persona impresionante”.

Los nombres de Fidel Castro, Juan Almeida y Vilma Espín, regresaron con frecuencia a las memorias de Wilda, que hoy con más experiencia y a la luz de los años se admira de la gran oportunidad que le ofreció su actividad voluntaria con las organizaciones políticas y de masas de compartir con estas personalidades.

Es de las que prefiere las letras y el acto de hablar, intereses que la enamoraron de la lengua francesa durante su quinto año en el Instituto, que más tarde la llevaron a ejercer como maestra en la escuela de idiomas local, sin embargo su trayectoria laboral estuvo más cercana a los números, a la que sumó más de dos décadas como contadora en la tenería y fábrica de calzado en la barriada de Pueblo Nuevo.

Cuando el reloj casi rozó el mediodía, y la despedida se imponía, la anciana de voz firme sorprendió entre risas con una anécdota de esas que llaman locura de la juventud, que no entiende de peligros ante el compromiso y el deseo de hacer por los suyos.

En abril de 1961, cuando la invasión por Playa Girón, la jefa de la milicia en Matanzas y yo nos fuimos en mi carro para Jagüey Grande a combatir, fue el impulso de ayudar, aunque iba vestida de verde olivo y expliqué que venía como sanitaria militar, no logré pasar, comentó entre sonrisas.

Resaltó que por 15 años se vinculó al Hospital Militar Mario Muñoz, en el que se graduó como enfermera militar y asumió disímiles funciones como la cura de heridos en los sucesos de Girón; durante la Crisis de Octubre estuvo movilizada con la Escuela de Responsables de la Milicia.

El carné de cuando se constituyó la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) firmado por Vilma Espín, el reconocimiento por participar en el primer trabajo voluntario que se hizo en Matanzas e instantáneas, atesoran la historia de la bisnieta de una esclava que rompió cadenas para convertirse en mambisa en búsqueda de sueños de libertad.

Wilda solo conoció por cuentos a aquella oriunda de África condenada a la explotación, pero que encontró en los montes una lucha por la dignidad, que sanó con hierbas a mambises, una mujer firme y valiente, a la que estima, y de la que pese a la distancia en el tiempo heredó el coraje y el amor por su identidad: “Soy muy cubana, de mi idioma y de mi raza”.

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