domingo, 26 de enero de 2025

Un amor difícil


Por Marilys Suárez Moreno

 Martí y Carmen Zayas Bazán, su esposa, vivieron un apasionado romance que transitó entre el amor y la incomprensión de ella hacia la lucha emancipadora que su José Julián llevaba a cabo. No entendía que para él Cuba y su destino fueran la máxima prioridad de su existencia.  

Entre las muchas y buenas relaciones que nuestro José Julián Martí Pérez tuvo en México, una había de traer a su vida consecuencias que lo marcarían con honda huella.

 Allí hizo amistad con el abogado camagüeyano Don Francisco Zayas Bazán, hombre de acomodada posición, en cuya casa se respiraba vida y recuerdos de la patria amada, allí conoció el amor.

Con él vivían sus tres hijas, Carmen, Isabel y Rosa. La primera y el joven cubano, se sintieron irremediablemente atraídos.

Ya Martí tenía cierta fama en el país azteca por sus escritos de política, poesía, de arte y por una pieza teatral que se puso en escenario con gran éxito: Amor con amor se paga.

Esta obra en versos la escribió un día a petición de un amigo mexicano. Magnífico orador también se le procuraba para homenajes, conferencias y actividades culturales y patrióticas.

No tardó Carmen, una mujer vistosa, gallarda, elegante, en sentirse prendada del joven periodista y poeta de palabra dulce y verbo encendido.

 Martí se encariñó enseguida con la joven camagüeyana, naciéndole en el corazón un firme amor que era promesa de eternidad. Ambos tenían 22 años y habían nacido en Cuba.

 El amor se desbordó en pasión y lograron vencer la resistencia del padre de la muchacha, Don Francisco, quien veía con temor la pobreza de origen del joven habanero, a pesar de su reconocido talento, pero el Golpe de Estado del general Porfirio Díaz obligó a Martí a marchar a Guatemala, si  para entonces ya  la   estaban prometidos y soñaban con sus bodas.

En diciembre de 1877 él volvió a México para casarse con su Carmen. Lo hizo en el Sagrario de la Catedral Metropolitana y en el hogar de sus amigos, Los Mercados, se realizó la ceremonia civil.

Tras un aventurero viaje de luna de miel, partieron del puerto de Acapulco hasta Guatemala. Ya embarazada Carmen y tras la firma del oprobioso Pacto del Zanjón, luego de 10 años de guerra por la independencia, el matrimonio partió hacia Cuba, donde querían que naciera su hijo, y en la que Carmen ansiaba que su esposo se estableciera en paz, cuidando de su familia.

Solo que él sabía que bajo el régimen colonial no habría paz y que no cejaría en su lucha hasta conseguir la libertad y la independencia de su patria.

 Carmen quería a su lado al hombre que la conquistó, al padre de su hijo, no entendía que Martí antepusiera la estabilidad familiar a sus objetivos de libertad e independencia para la patria. Y entre amores, desamores e incomprensiones, vendría la despedida.

Y es que Martí era patriota por encima de todo y su ideal independentista creció cuando vio la posibilidad de contribuir al surgimiento de aquellos patriotas que como él, querían una Cuba libre de colonialismo español. Por eso nunca pudo estar tranquilo ni dejó de asumir responsabilidades que sabía le tocaban. 

Su dedicación a la patria causó la incomprensión de los padres, la esposa y de muchos amigos que no acababan de comprender que para él Cuba y su destino eran la máxima prioridad de su existencia.

Una existencia andariega a la que se vio obligado, unas veces como desterrado, otras para ganarse el sustento.

Su amada eterna, la Patria, supo de sus quebrantos y entrega. “No hay en mí una duda, un solo instante de vacilación. Amo a mi tierra intensamente. Si fuera dueño de mi fortuna, lo intentaría todo por su beneficio: lo intentaría todo”, escribió el Maestro.

Nadie como Martí quiso y defendió tanto el amor y la libertad. Deportado por segunda vez a España, dio un adiós de contenida congoja a su esposa, a su hijito y a sus padres y hermanas. Fue lo único que se llevó de ellos, pues su partida era su regalo a aquellos que amaba y lo amaban.

Se reunirían nuevamente en 1880 en los Estados Unidos. Meses después regresarían a La Habana. Carmen no podía admitir que su esposo dedicara más tiempo y atención a sus tareas patrióticas que a la vida hogareña.

En lo personal, el Héroe Nacional de Cuba, vivía el drama del hogar deshecho, la incomprensión de la esposa ante sus ideales y la eterna lucha que él se sentía obligado a librar por la libertad de su patria.

A su hijo, al que no había podido ver desde hacía tiempo, dedicaría su hermoso libro de versos titulado Ismaelillo. Su recuerdo le acompañará siempre, ayudándolo a resistir las amarguras de la vida.

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