Por Marilys Suárez Moreno
Si una excesiva tolerancia puede traer malos resultados, al convertir a niñas y niños en seres caprichosos y libres de obligaciones hacia los demás, las exigencias en demasía también pueden acarrear situaciones funestas, por aquello de que los extremos siempre son malos.
Algunas personas pudieran calificarse de perfeccionistas, por lo mucho que se esfuerzan para que sus cosas queden idealmente perfectas, y se toman todo el tiempo del mundo para realizarlas.
Si se trata de un trabajo, sus escrupulosidades se convierten de virtud en defecto, porque siempre quieren mejorar lo que hacen, demoran mucho tiempo en terminar la tarea emprendida y no llegan a cumplirla en lo previsto, a pesar de sus muchos esfuerzos.
En el plano doméstico, algunos padres y madres también tienen tendencia a considerar que la formación de su hijo o hija depende, principalmente, de la voluntad que tenga el adulto en enseñarle cómo debe comportarse y en exigirle, rígidamente, que haga las cosas como se les muestran.
Desconocen que la educación infantil depende de muchos otros factores, no solamente de las reclamaciones familiares. Además, en la educación no se puede “quemar etapas”; es muy difícil, por no decir imposible, entrenar ciertos hábitos de vida antes de que el infante esté preparado para aprender a ejecutarlos. De hecho, puede resultar muy perjudicial, llenar de responsabilidades la vida del niño o niña en la edad en que el resto de sus amiguitos invierte el tiempo en jugar.
A veces, en el fondo de las actitudes perfeccionistas se encuentran ciertos deseos ocultos de sus progenitores. Las personas que no llegan a lo que desean en la vida, en ocasiones tratan de presionar a los hijos para que lleguen más lejos. Es un sentimiento natural y noble, pero se olvidan otros aspectos importantes que deben integrar la felicidad humana.
Es natural que la familia se sienta orgullosa de los avances de sus hijos, pero debe pensarse, en primer lugar, en el futuro de ellos.
Una organización de la vida infantil que sea muy severa, que exija hábitos sin respetar las peculiaridades infantiles, resulta a todas luces perjudicial. Las presiones pueden hacer que el infante no desarrolle el interés real hacia los estudios o que realice sus tareas mecánicamente o por compulsión, para evitar las consecuencias de las pretensiones desmedidas de sus padres.
Vale enfocar el problema de las imposiciones desde la coordinación familiar, comparando criterios, analizando diferentes visiones educativas entre los restantes miembros de la familia.
De forma tal que se llegue a razonamientos lógicos en aras de lo que verdaderamente necesita el menor para que, en el futuro, pueda desplegar sus potencialidades, tanto estudiantiles como laborales, con la eficacia y el empuje necesarios, según los requerimientos exigidos y las responsabilidades adquiridas, sin sobredimensionar las cosas por el mero hecho de creer que lo que hace es mejor que lo hecho por otros.
Se trata de ayudar a niños o niñas para que, desde pequeños, puedan desarrollar una visión de lo que quieren llegar a ser.
Plantearse pequeñas metas y ensenarles estrategias para lograrlas, pero dejando que experimenten por sí solos y orientándolos en sus empeños. Esta formación da seguridad y objetividad a sus planes, ya que cada quien es responsable de sus propias acciones.
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