miércoles, 16 de octubre de 2024

La imparcialidad en la balanza


Por Marilys Suárez Moreno

La mejor manera de actuar con justeza ante el comportamiento infantil radica en saber aceptar a la niña o el niño tal como son, destacando los rasgos positivos y tangibles que tienen y no exigiéndoles más de lo que sus medios y posibilidades les permiten.

A veces los padres no saben ver en su actuación hacia los menores la explicación de algún problema surgido. Por ejemplo, una discusión entre hermanos porque ninguno respeta los derechos del otro. Entonces, castigan a los dos niños sin analizar las causas verdaderas: sin ver que en muchas ocasiones son los propios adultos los que toman, usan, cambian de lugar o botan las pertenencias de los infantes, sin contar con ellos y sin brindarles un ejemplo de cómo comportarse adecuadamente, dando lugar a una decisión parcial y, si se quiere, arbitraria.

En los hogares donde hay más de un hijo, ya sean hembras o varones, a menudo aparece aquello que puede causar graves trastornos: la inclinación de los progenitores hacia una u otro de sus retoños. La mayoría de las veces es una parcialidad inconsciente, ajena al normal cariño que sienten por ellos.

Ser imparciales no siempre resulta fácil, máxime cuando se considera ese afecto bajo el prisma de la simpatía o algún tipo de apego. Naturalmente que no se puede tratar a todas las personas, incluyendo los propios hijos e hijas, con la misma moneda. En todo afecto, siempre hay una parte que está ligada a cierta correspondencia de apego, de similitudes de carácter, de ver reflejados en otras personas algunas de nuestras propias cualidades. Ello es normal y no hiere a nadie, especialmente cuando las simpatías se reparten balanceadamente.

Aunque los niños se críen juntos y relacionados con las mismas personas, nunca podrán ser iguales, aun siendo del mismo sexo y de edades similares, puesto que además de poseer diferencias individuales, hay factores que hacen que uno se destaque en aspectos para los cuales otro hermano o hermana pueda tener dificultades.

De hecho, cuando los padres actúan con inteligencia y conocimiento de las características individuales de sus hijos o hijas, pueden ser capaces de controlar las expresiones de parcialidad que se dan en el seno familiar hasta eliminarlas, por lo dañinas que son para la educación y formación de la personalidad de su descendencia y para la propia armonía hogareña.

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