Por Marilys Suárez Moreno
Como cada primero de junio, el calendario nos pone en contacto con una fecha linda y especial: el Día Internacional de la Infancia. Seguramente, buena parte de las niñas y los niños del mundo la celebran. Y decimos buena parte, porque no todos los infantes del planeta saben siquiera que un día del año les pertenece.
Una fecha que debe de ser de risas, juegos y alegría, pero también de inclusión para los niños y las niñas. Instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1954, cuando la ONU erigió un día consagrado a la fraternidad, la comprensión entre los niños del mundo y destinado a actividades para la promoción del bienestar de los derechos infantiles y recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño.
La jornada es celebrada en otros países en noviembre, aunque en Cuba lo hacemos el día primero de junio y la festejamos desde 1963, como resultado de la Conferencia Internacional de Defensa de la Niñez efectuada un año antes, Pero igual, está consagrada a la alegría infantil, a la fraternidad y la comprensión entre la niñez del mundo entero y por un mundo más igualitario e inclusivo.
Regidos por la máxima martiana de que “los niños son la esperanza del mundo”, nuestras niñas y niños disfrutarán este primer día de junio, como acostumbran y saben, como parte de una alegre jornada en la que no se subestiman sus propuestas de esparcimiento y diversión, juegos y atracciones. Felices también por contar con un cuerpo legislativo que garantiza su formación y desarrollo, a pesar de las complejidades económicas que nos agobian. Y aun aquellos que, por paradojas de la vida no tienen un hogar natural, cuentan con un techo seguridad, amor y las indispensables comodidades a su alcance en los Hogares de Niños sin Amparo Filial.
El panorama en buena parte del planeta es muy sombrío para la niñez. Obligados a trabajar por su subsistencia, transformados en soldados sin siquiera saber empuñar un fusil en conflictos fratricidas, muertos o presos, sin días ni horas para vivir su infancia infeliz, malviven cientos de miles de infantes. Una fecha que debe ser de risas, juegos y alegría, no tiene significado alguno para aquellos que viven en la pobreza y para los tantos más que mueren cada día por causas evitables y para los que la Convención sobre los Derechos del Niño, depositaria de las responsabilidades de los Estados garantes de salvaguardar sus derechos, es letra muerta.
Es la infancia la primera que sufre las crisis y los problemas de nivel global, a pesar de que entre sus derechos esenciales están el de la vida, la educación y la protección, independientemente del país en que se haya nacido.
Ahora mismo, millares de menores ni siquiera pueden vivir su niñez, porque mueren antes de tiempo. Y sí, estremece el corazón Palestina y sus niños, principales víctimas del genocidio que arrasa la Franja de Gaza, bombardeada asiduamente por la aviación israelí. Niñas y niños indefensos, despojados con sus familias de sus tierras, expulsados de su propia patria, perseguidos y asesinados, víctimas inocentes de un implacable odio, indetenible, al parecer, para la comunidad internacional.
Como dijo el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, “si existe el infierno en la tierra, es la vida de los niños en Gaza”.
Para las niñas y los niños palestinos, y en especial para los de Gaza, símbolos del mayor crimen de nuestra época, desde Cuba, paz, amor y un beso de solidaridad infantil.
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