Por Marilys Suárez Moreno
A Martí nos acercamos con el corazón apretado en cada aniversario de su muerte, cuando su recuerdo nos acompaña a la distancia de la memoria. Solo 42 años tenía cuando certificó su orgullo y obligación de dar su vida por Cuba y por su deber.Cargados con unas pocas armas y muchos sueños en el morral, fueron los días de campaña de Martí y el resto de los emigrados que lo acompañaban en su itinerario de Playitas a Dos Ríos, el lugar de su caída en combate.
El pequeño grupo de expedicionarios había arribado por Playitas, costas del Oriente cubano, el 11 de abril de 1895, para incorporarse a la guerra iniciada el 24 de febrero de ese mismo año y, corriendo el cinco de mayo, se entrevistan Martí y el Generalísimo Máximo Gómez con el general Antonio Maceo en el ingenio La Mejorana; una entrevista por demás difícil para él y el propio Maceo, pero en la que finalmente primó la avenencia, el respeto y el amor a la independencia patria que incondicionalmente unía a los tres jefes del Ejército Libertador.
Los días subsiguientes al traslado hasta el campamento situado a la orilla del rio Contramaestre, los dedicó Martí a escribir en su Diario de Campaña, empezado el nueve de abril, dos días antes de su arribo a Cuba. Dio instrucciones generales y se dedicó a su correspondencia personal.
De sus 42 años de agitada e intensa vida, más de 20 los había pasado fuera de Cuba, cuyos derechos defendió a lo largo de su vida, 0con tesón incansable.
Consciente de que el Pacto del Zanjón no había podido matar las ansias de libertad de los cubanos, como lo confirmó la histórica Protesta de Baraguá, comprendió que el amor a la independencia era un sentimiento vívido en la Isla y así lo constató apenas se puso en contacto con los cubanos de dentro y los de la emigración. De hecho, se lo había ratificado a Maceo en la histórica entrevista: No saldría de la Isla hasta haber empuñado las armas de la libertad. Para mí ya es hora, dijo.
Soldados y jefes lo apoyaron en su camino hasta el rancho de Tavera, donde acamparía la pequeña tropa.
Desde su arribo por Playitas, se sucedieron las jornadas loma arriba y rio abajo y, en las noches, escribir, reflexionar. Estaba contento por el apoyo recibido por soldados y jefes durante todo el escabroso camino hacia el campamento mambí. Todos se esmeraban por ayudarlo y Gómez, en Consejo de jefes, lo proclamó Mayor General del Ejercito Libertador, lo que llenó su corazón de sano orgullo.
El día 17 de mayo ya no escribió más en su Diario de Campaña y el 18 lo dedicó a redactar varias cartas, entre ellas la que dirigía a su amigo mexicano Manuel Mercado. En la maduración de su ideario, había llegado a profundas reflexiones sobre los intereses de Estados Unidos hacia América Latina, lo que dejó plasmado en la misiva inconclusa a Mercado y en la que fijaba su posición personal.
La víspera de su muerte, Martí, con conciencia del peligro expansionista del naciente imperialismo, le escribió al amigo: La guerra de Cuba ha venido a su hora en América, para evitar la anexión de Cuba a los Estados Unidos, reafirmándole después su gran propósito antimperialista. Esto es muerte o vida, y no cabe errar.
Su último discurso a la tropa mambisa no tuvo presagios funestos, fue de verdadero ardor y espíritu guerrero, al decir de Gómez. Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, había expresado consiente de su accionar.
Aquel domingo 19 de mayo de 1895, en el campamento mambí de Dos Ríos y tras la reunión sostenida con Máximo Gómez y Bartolomé Masó unas horas antes, conocieron de la presencia enemiga.
Una columna española al mando del coronel Jiménez Sandoval se acercaba con una partida de más de 800 hombres. Al tanto, el Generalísimo se adelantó para organizar la defensa, encargándole a Martí que se retirara, pero éste no pudo contenerse y ordenó al joven Ángel de la Guardia que lo siguiera y se incorporara a la acción, lo que hicieron por el lugar menos intrincado.
En cuestión de minutos se generalizó una fiera batalla entre machetes y balas y unos pocos defensores, pues el resto de los hombres habían marchado con Gómez a preparar la resistencia. Casi enseguida, tres balazos derribaban de su cabalgadura al Héroe Nacional de Cuba. Con su muerte, el país perdía al alma del levantamiento. Tocaría a Gómez y Maceo crecerse ante tan terrible realidad. Y así lo hicieron.
Dos días antes de su caída en Dos Ríos, cerca de la confluencia con el rio Cauto, en el Oriente cubano, le había escrito a María Mantilla, la pequeña que tanto amó y a quien daba clases con gran paciencia y cariño: Tengo la vida a un lado y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas. Sobre su pecho llevaba el retrato de María.
Murió Martí heroica y tempranamente, peleando por Cuba, al pie de una palma, como quiso. Su hacer y su vida fundadora quedaron truncas con su inesperada caída en combate, promisoria, quizás como revelaba en la misiva inconclusa que Mercado nunca recibió y al que le contaba de su hacer silencioso, sus angustias y el sentido de su existencia.
La obra a la que dedicó los años más fecundos de su vida se había puesto en marcha. Su dignidad de cubano honesto no le permitió permanecer impasible ante la guerra, en la que él era no solo su organizador, conductor y artífice, sino el corazón de aquella gesta.
Por eso, cuando supo de la presencia enemiga, no lo pensó para salir temerariamente a cumplir con su deber y su rol histórico, aunque ello implicara el riesgo de la muerte también. “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, sentenció y aquel 19 de mayo salió a combatir, no buscando la gloria, sino empezando, con el morir, la vida.
En el aniversario 129 de su muerte en combate y en el año 171 de su natalicio, el mejor recuerdo para nuestro Martí es reverenciarlo como el Héroe Nacional que es y que certificó con su propia muerte.
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