jueves, 16 de mayo de 2024

Asili na Maisha: origen y vida de un emprendimiento que aspira a crecer (I)


Fotos: Natasha Salomé

Por Aime Sosa Pompa

Todo se convierte en improvisadas vitrinas para el proyecto Asili na Maisha, en Delicias del Diezmero, en el municipio habanero de San Miguel del Padrón. Es un emprendimiento relativamente joven, con las intenciones de vestirse desde sentidos de crecimiento. En el idioma swahili significa origen y vida. Eso es lo que alienta a la principal inspiradora Ludmila Poidevin Argudín.

Prácticamente su vida se resume hoy a ser la gestora principal de este anhelo. “Creo que solo puedo dar las gracias por esta posibilidad. Esta es la primera intención de socialización masiva después de la pandemia, esa que ha dejado brechas, duelos, vacíos, rupturas y parece un sueño, pero todo es posible con ideas claras, un buen plan de trabajo y si tuviéramos apoyo financiero, no caminaríamos rápido, pero si llegáramos más lejos”.

A ella se le puede encontrar en lo poco que queda de su casa, en gran parte consumida por un incendio, mientras crecen las aspiraciones de que su proyecto sea al fin aprobado por las instancias convenientes. Allí se aprovecha la entrada, entre arbustos y árboles frutales y medicinales, para hacer una mini feria y expoventa; y se animan las conversaciones.

Dos son las Marías del proyecto, cada una con creaciones que distinguen el antiguo arte de las costureras y tejedoras. Ellas acuden prestas a sus manos y lidian con las horas domésticas y las dolencias hasta donde pueden llegar, tejiendo y cosiendo.


María de los Ángeles Valdés Hernández está orgullosa de sus primeras carteras. Es asombroso saber que todas esas casi perfectas puntadas las hizo a mano, pues no tiene máquina de coser. Esa actividad la relaja mucho, aparte de que le gusta, pues aprendió “un poquito de tejido de niña y la costura por el camino”, desde hace más de 10 años. Asistenciada y con cuatro hijos, aclara que tiene una familia normal y, con más de 75 años, le han regalado dos nietos y tres bisnietos.

Conversa animada sobre la necesidad de financiar el emprendimiento ahí mismo, en ese barrio, en la zona, "para que toda la gente sepa que es de nosotros, porque si nos vamos para otro lugar, no veo que pudiera tener trascendencia”. Le interesa que a través de Asili na Maisha se realicen conversatorios y encuentros con los temas de la violencia contra las mujeres y el racismo. Reconoce que, aunque no ha vivido alguna experiencia de ese tipo, “a veces uno no sabe que la están maltratando, por ejemplo, un vecino de uno. Y se dice: ¡Ay, qué mal educado! Pero cuando te sientas a analizar lo que te dijo, de la forma que lo dijo, y analizas a la persona, te das cuenta que eso es racismo”.

Tiene un consejo para las mujeres que, como ella, quieran hacer algo más: “!Que se levanten!, como dijo Mariana Grajales. Que se levanten, que en la vida todo no es atender al esposo y a los niños, que si el trabajo, que si...; hay que tratar de salir de lo cotidiano y tratar de vivir, no solamente de su sueldo, de su trabajo, honradamente, con otras cosas”.


María del Carmen Vargas Espinosa llama a lo que hace “mi arte”: “Lo aprendí desde niña, son tradiciones. En mi familia sí nos enseñaron a conservarlas y a seguirlas enseñando a las nuevas generaciones. Porque esto es muy bonito, además te entretiene mucho y es muy práctico. Soy la más chiquita, me enseñaron a coser, a tejer, a bordar, todas esas cositas. Y es que lo necesito. Esto me relaja, me entretiene, me siento realizada con cada obra que hago”.

Antes tenía muy poco tiempo, laboró de forma sostenida por más de 43 años y 20 de ellos en una fábrica internacional de tabaco, en la producción continua, mecanizada. Al llegar a su casa. le dedicaba una, dos o tres horas, lo que pudiera, al tejido: “porque es algo que, como leer, me gusta mucho. Me apasiona”. Cuando se mudó para esa zona y Ludmila le comentó del emprendimiento, se integró.

Sabe el valor del reciclaje, que todo tiene una nueva utilidad y que se puede seguir reutilizándolo para convertirlo en belleza: “por muy malita que esté una telita, por muy deteriorada que esté, la podemos coger para un relleno, un cojincito, por ejemplo. Hasta un pedacito de madera, cuando tú lo limpias, le quitas lo dañado, lo pules un poquito, lo tallas y le das un poquito de barniz; sacas también una figura. Todo está en lo que tú quieras crear”.

Estaba muy atenta cuando se estaba hablando de la mujer, el empoderamiento, el racismo y la violencia. “Sí. Creo que debemos trabajar mucho, enfatizar con la nueva juventud, porque a veces no entienden que es maltrato. Y las muchachas no perciben que las están humillando, que las están maltratando, porque el silencio es maltrato, el alzar la voz, levantar la mano es mucho más que maltrato; pero el ignorarte es maltrato y, a veces, la nueva juventud no se percata. Pero es que ellas mismas están demostrando a veces que están empezando, como digo yo, a abrirse, a florecer, y ya tú las ves con agresividad, hasta la forma de expresarse incorrectamente en la calle. Creo que tenemos que llevarles nuevos valores, como los que nos enseñaron a nosotros. Y con respecto al racismo, hay personas que sí, a veces tienen su forma. Porque a mí una vez me dijeron: ¡Ah, la blanca esta¡, esa es una forma de racismo. Y creo que todos tenemos el mismo derecho, somos una misma raíz. Aunque tengamos pelo lacio y pelos rizados”.

Se muestra rotunda con su parecer sobre las mujeres: “Tenemos que tratar de convocar más a la sociedad, a la comunidad que nos rodea, integrarnos, dar charlas, defender nuestros derechos, empoderarnos. No tenemos por qué aceptar que nos humillen, que nos maltraten, que nos aparten, que nos ignoren. No, para nada. ¡Si nosotras tenemos todos los derechos!”


Para Ludmila, Delicias del Diezmero es una comunidad que necesita visibilización ante sus necesidades más apremiantes; mientras sueña con proponer talleres, cine debates, hacer las tierras más fértiles por una agricultura circular y liderar acciones dirigidas, principalmente, a la mujer. Por eso dice sí a todas las puertas abiertas.

“Este emprendimiento”, defiende Ludmila, “pretende comenzar el análisis de las heridas históricas que persisten en todos y cada uno de los núcleos familiares, salvando tradiciones culinarias, recuerdos de familias, esas historias que se cuentan de boca en boca y solo pueden dejar de ser olvidadas si se crea un espacio donde puedan ser compartidas. Por esta razón insisto en crear ese espacio donde, debajo de un árbol, el abuelo o la abuela narre sus experiencias de vida a nuevas generaciones”.

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