domingo, 28 de enero de 2024

Martí, Alma de la Patria

 


Por Marilys Suarez Moreno

¿Qué decir de José Julián Martí Pérez, ese cubano universal cuya gloria ha traspasado los confines de la historia? Mucho queda por conocer, descubrir, comprender, amar y venerar su vida, historia, desprendimientos: patriotismo y valores humanos. Una asignatura pendiente, recurrente, necesaria y hasta personal, por muy inherentes que nos sea a cada uno y una de nosotros (as), en Cuba Y ¿por qué no, en muchas partes del mundo?, porque Martí fue un hombre universal.

Su nacimiento, el 28 de enero de 1853 en La Habana de intramuros llenó de dicha a sus padres, Doña Leonor Pérez Cabrera y Mariano Martí y Navarro, de Islas Canarias y Valencia, en España. Era su primer hijo y único varón de siete niñas que tuvo el matrimonio.

Signado por la historia con el decurso de los años se convertiría en el Apóstol de la Independencia de Cuba, el hombre cuya doctrina y pensamiento trazaron la senda de la Generación del Centenario en el Moncada.

Solo vivió 42 años de agitada e intensa vida y más de 20 de ellos fuera de Cuba. La Patria fue una constante en su agitado bregar por los Estados Unidos, Europa e Hispanoamérica. A ella entregó mente y corazón y defendió sus derechos con pasión incansable desde su niñez y adolescencia.

Ese Martí nuestro y de la América toda que desde mucho antes de 1895, año de su caída en combate y ya, sobre todo, en la Guerra necesaria que él mismo preparó, defendía la libertad de su pueblo, todavía infeliz, diciendo que aun podía servir al “único corazón de nuestras republicas”

“Las Antillas libres salvaran la independencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de la América de habla inglesa, y acaso aceleraran y fijaran el equilibrio del mundo”, vinculando así ambos hechos.

Su amada eterna, la Patria, supo de sus quebrantos y entrega. “No hay en mí una duda, un solo instante de vacilación. Amo a mi tierra intensamente. Si fuera dueño de mi fortuna, lo intentaría todo por su beneficio: lo intentaría todo”, escribió el Maestro, quien consideraba a la mujer como “la hermosura mayor que se conoce”. Admiración que volcó en su madre, hermanas, esposa y a cuanta mujer conoció, pues la amistad y el agradecimiento eran para él sagrados.

Nadie como Martí quiso y defendió tanto el amor, la familia y la libertad. Deportado por segunda vez a España, dio un adiós de contenida congoja a su esposa, a su hijito y a sus padres y hermanas. Fue lo único que se llevó de ellos, pues su partida era su regalo a aquellos que amaba y lo amaban.

El amor y el respeto que sentía Martí por la mujer trascendieron en su obra, sin olvidar que fue un hombre que sufrió contradicciones y reveses. Amaba a sus hermanas y siempre veló por ellas, porque para él la amistad y el agradecimiento eran sus deberes y sus gozos. Por eso defendió con verbo y pluma el derecho de los hombres y mujeres a la igualdad social.

La muerte de Ana, fallecida en plena juventud en México, lo conmovió profundamente: “! Decidme cómo ha muerto; Decid cómo logró morir sin verme: ¡Y… Puesto que es verdad, que lejos duerme…! ¡Decidme cómo estoy aquí despierto!”

Pero el nacimiento de su hijo, José Francisco, su Ismaelillo, el 22 de noviembre de 1878 lo colmó de felicidad. Se había casado en México un año antes con Carmen Zayas Bazán Hidalgo, una linda camagüeyana de quien se prendó nada más verla.

Un matrimonio que tuvo sus altas y sus bajas, fundamentadas principalmente por la entrega total de Martí a la Patria amada, su mayor amor, y por la no menos justa incomprensión de la esposa a esa dedicación del hombre que amaba. Y no es que ella abjurara de esos ideales, sino que quería a su esposo disfrutando de su amor y del hijo de ambos; de la familia que deseaba unida y cercana.

Si el fracaso de su plan de La Fernandina, a fines de enero de 1895 fue grande, lo compensó la generosidad y la dignidad de los patriotas cubanos que apreciaron el sostenido y callado esfuerzo del plan elaborado por Martí con minuciosidad de orfebre y en el mayor secreto.

Aquella empresa tuvo la contribución de los emigrados y demostró a quienes desconfiaban que la revolución iba en serio. Ese mismo mes de enero Martí le escribió a Juan Gualberto Gómez, diciéndole que, si en Cuba querían alzarse con lo que tenían, lo hicieran y dos semanas después, le enviaba la Orden de Alzamiento, incorporándose poco después a su anhelada Guerra Necesaria. Caería el 19 de mayo de ese mismo año en Dos Ríos, como vivió, fiel a sus principios independentistas

Rubricando con su sangre todo lo que soñó, amó e hizo, entretejiendo con sus buenas y mejores acciones el alma de la Patria, que es como decir, ¡el alma de Martí, ese ser superior que levantó a Cuba del letargo colonial hasta sacrificarlo todo; casa, padres, familia, esposa e hijo en aras de una lucha emancipadora, ofrendando querencias en aras de un deber único: la libertad de Cuba y su independencia.

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