lunes, 15 de enero de 2024

Luz para vislumbrar los rostros femeninos en los faros de Cuba


Fotos: Yohandra Gómez Amaró y Archivo Especial de la ACN


Por Onelia Chaveco Servicio Especial de la ACN para Mujeres

Detrás de cada potente luz de un faro, casi siempre está la historia de amor de una mujer.

Allí, frente al mar, en el agreste y solitario paraje donde todos identifican la torre y a su farero, apenas si quedó espacio para vislumbrar el rostro femenino, por aquello de que el oficio no está hecho para faldas, ni mucho menos para manos suaves.

La historia tiene una deuda con esas mujeres, por no contar las vidas y sobrevidas del esfuerzo femenino en una de esas balizas; primero como hijas o esposas del torrero y, luego, empoderándose como guerreras que son, hasta convertirse en dueñas de la luz, durante las noches oscuras.

De los fanales cubanos que hoy ayudan a la navegación marítima, 17 son operados por manos diestras, tanto los ubicados en tierra firme como en cayos del litoral. Y de estos, tres –que se tenga noticia- han sido manipulados por mujeres.



El mar, por todas partes

Julia Pascual Rodríguez es una cienfueguera que apenas conocía la playa, cuando a los 16 años se enamoró y casó con un joven que sí estaba marcado por el salitre, desde que pasó su servicio militar en la marina.

Por eso, con los niños de tres y un año se fue a acompañar a su esposo, quien laboraba en esas señales marinas en Caimán Grande, al norte de Caibarién, donde solo pasaban barcos y gaviotas, mientras el mar estaba por todas partes.

La conexión a tierra era mediante una lancha que traía las provisiones alimentarias; el resto era un mundo solitario y de mucha paz.

«Un día el varoncito enfermó, se puso muy mal y me asusté mucho. Creíamos que tenía una dolencia grave; avisamos y vinieron militares y un equipo médico en un helicóptero a buscarnos: fue muy rápido y enseguida le dieron todas las atenciones en un hospital de Villa Clara.

«Allá, en el cayo, permanecíamos por cinco meses y medio, hasta las vacaciones de mi marido, pero recuerdo que una vez demoró el relevo y estuvimos más tiempo. Mira, cuando al fin llegamos en la lanchita al pueblo, los niños tenían miedo hasta de los carros…»


Desde Punta Los Colorados en Cienfuegos

«Luego vinimos para Cienfuegos, y los pequeños comenzaron a ir a la escuela; como hacía falta otro farero, asumí entonces esa labor, junto a mi cónyuge”.

Así Julia dejaba de ser la retaguardia de la familia, la de atender solo la cocina y los hijos, de alcanzarle alguna herramienta a su compañero de vida cuando lo necesitaba.

La posibilidad de realizar esas labores complejas, como una obrera más, y medir sus destrezas; de sentirse útil, percibir un salario y aportar a la economía familiar, hicieron de ella una mujer más segura.

«Hacíamos guardia 24 horas, yo era el relevo de él. Al oscurecer, tenía que subir los 75 escalones hasta la cima, dar manigueta –eran 387 vueltas- al sistema, que encendía y le duraba esa cuerda hasta el amanecer.

«En mi labor debía estar al tanto para mantenerlo encendido, porque todas las embarcaciones se guían por ese faro a su paso por el sur cienfueguero o a la entrada a la Bahía de Jagua; incluso los pescadores del Castillo y del Perché, en sus botes pequeños, usan esa luz para orientarse en las madrugadas, al regreso de las pesquerías.

«Acá, igual, vivíamos en una casa pegada a la torre. Mis descendientes crecieron, celebramos los 15 de la niña y salieron casados de allí.

«Vivimos los ciclones Michelle, Denis, Lily y resistimos, hasta que hubo momentos en los cuales debimos salir y evacuarnos.

«Eran tan fuertes esos huracanes que las olas sobrepasaban la vivienda y, en esas ocasiones, perdimos colchones y equipos; luego se reponían las cosas y volvíamos a la vida normal, con un mar más azul aún».

Como un Robinson Crusoe, Luis Manuel Prieto Carvajal había vivido solo en alma en varias atalayas de Cuba, desde Valle de Cádiz, por Isabela de Sagua; en Paredón Grande, en la costa norte; y Cayo Guano, en el sur de la Perla del Sur.

Aun conociendo la vida dura de torrero, le preguntamos por qué su compañera asumió esa labor. Con orgullo responde:

«Las mujeres cubanas son guapas y guerreras, y no le temen a las tareas difíciles. Julia aprendió a maniobrar el sistema y nunca se le apagó. Logró una gran destreza.

«Yo no soy la primera farera -interrumpe Julia-, tampoco soy la última. Pero fueron 27 años de vida en esos parajes, de los cuales laboré 19 en ese oficio, hasta que me jubilé. Mi esposo y yo construimos esta casa cerca. Ahora, tanto él como yo seguimos extrañando el faro, tanto que me hizo una réplica en el portal de la vivienda».

Las otras fareras cubanas

Según recogen algunos sitios digitales, la primera mujer en practicar esa faena en Cuba fue Victoria Denis Giraldi, quien se mantuvo activa hasta finales de la década del noventa del siglo pasado, en la torrecilla de Cayo Jutía, situado en el municipio de Minas de Matahambre, al norte de Pinar del Río.

Cuentan que Victoria era carbonera en su infancia, en el Cabo de San Antonio, y debía remar desde tierra firme hasta la esquelética señal de unos 34 metros de altura, donde permaneció muchos años como torrera, al punto de ganarse el sobrenombre de La Guerrera.

En su blog mirajovencuba, el periodista Yasel Toledo cuenta que Marianela Rodríguez Deveras, nacida y criada entre el mar, la costa de mangles y el diente de perro, labora en la actualidad como una obrera más en el reflector de Cabo Cruz, provincia de Granma.

Posee una familia con tradición en esos saberes, de ahí que aprendió el oficio transmitido de una a otra generación, y allí se mantiene hasta hoy.



Como eslabón en el tiempo

Julia, la farera de Cienfuegos, viene a ser un eslabón que une en el tiempo a la pionera femenina que desempeñó esas funciones en el occidente de la Isla, con la actual torrera del oriente cubano.

Todas ellas han vinculado su vida personal y familiar al trabajo de iluminar el mar; un rol que, más allá de erigirse como guía para el trasiego marítimo, las hace ascender los peldaños de cada faro, en su empoderamiento dentro de la sociedad cubana.

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