Por Marilys Suarez Moreno
La cuestión básica en la crianza y educación de los hijos e hijas es amarles y hacérselos saber. Esto no es una técnica ni un procedimiento, sino un sentimiento, una condición cardinal para padres y madres. De hecho, las acciones adecuadas surgen, la mayoría de las veces, sin técnicas aprendidas o recetas ajenas. Brota, eso sí, cuando hay un genuino y profundo sentimiento de aceptación y amor hacia el niño o niña. Sin esa emoción y esa ternura únicas que prodiga la familia, no hay ciencia en el mundo que logre criar y educar bien. Pasa como con los cimientos de una vivienda, si sus bases no son las exigidas para ello, no hay arquitectura que consiga erigir la más bella de las edificaciones.
Casi puede decirse que el niño o la niña empiezan a jugar en el seno materno, cuando en los últimos meses del embarazo, patalean, mueven los brazos y cambian de posición. Es decir, juegan con su propio cuerpo.
El juego, pues, constituye una de las necesidades básicas del infante y una manera de relacionarse con el medio que le rodea, pues contra lo que muchos piensan, en la infancia no se juega para entretenerse, ni para dejarle tiempo libre a las personas adultas que les cuidan, sino porque es el medio por el que comprenden y forman su propia visión del mundo, integrándose a él.
A los infantes les es necesario el juego para desarrollar destrezas físicas, inteligencia emocional, creatividad, imaginación y relaciones sociales. El divertimento, además de fuente de energía y recreación es un factor valioso de comunicación y despliegue imaginativo. En otras palabras, niñas y niños disfrutan, se entretienen, divierten y aprenden mientras modelan el temperamento y el carácter, además de socializar.
En la edad prescolar el menor no distingue realidad de ficción y vive en una atmósfera mágica y fantástica, idealizada a su antojo. Entre otras razones, porque aun no distingue realidad con fantasía y no ha desarrollado su capacidad de abstracción.
En realidad, se considera que el desarrollo de la inteligencia humana tiene un “calendario” propio y cada etapa es fructífera si se asienta sólidamente en la anterior. De hecho, el juego bien dirigido ayuda al desarrollo psicosocial y cuando este juego es colectivo, o sea, con la participación de otros infantes, las ventajas son innegables.
A muchos progenitores les parece un “lujo” que no pueden darse, compartir juegos, entretenimientos, diversiones con los hijos, tanto hembras como varones. Desconocen cuan gratificante resulta disfrutar con ellos y ellas una relación de compañerismo más allá de los roles establecidos de padres-hijos(as),un asunto de la correspondencia familiar habitualmente descuidado, pero que puede llegar a ser de inestimable ayuda, por ejemplo, para enfrentar con mayor estabilidad la etapa de la adolescencia.
Igual sucede con el disfrute de los medios tecnológicos que hoy tienen a su alcance la mayoría de los infantes. De vez en cuando resulta provechoso compartir con ellos y ellas algunos de los programas o series que ven y aprovechar la ocasión para orientarles, destacar los elementos positivos y hacerles ver lo negativo de determinado aspecto. Pero, sobre todo, controlar tiempo y horarios para que no interfieran con las horas de comida, baño, estudios, tareas escolares, sueño y otras actividades programadas por la familia. Tampoco debe permitírseles ver programas o seriados no apropiados para sus edades y estar al tanto de que lo que verán y consuman les aporte saldos auténticos.
Además de un derecho, los juegos constituyen una actividad especialmente placentera de participación y comunicación social, aparte de ofrecer a la familia una mejor capacidad para ver las cosas desde la perspectiva de otro o para entender los sentimientos ajenos. Resumiendo, jugar es la mejor manera de crecer feliz.
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