Fotos: María Montenegro
Por Lianne Garbey Bicet
La contrabajista Olivia Rodríguez se erigió en el escenario de la quinta edición del festival Habana Clásica, personificando un pilar de pasión y precisión. En cada presentación, sus dedos danzaban sobre las cuerdas de su robusto instrumento, cada nota resonando en lenguaje secreto con la audiencia. Su presencia era una fusión de fuerza y delicadeza, su cabello rojo un destello de color en la penumbra.
Su participación en el evento fue un encuentro con lo desconocido, una incursión en la música árabe que prometía tanto desafío como descubrimiento. Desde el anuncio de su repertorio y sus compañeros de escena, afrontó este nuevo horizonte con una mezcla de emoción y curiosidad.
“Desde que me dieron la noticia de que participaría en estos dos conciertos, para mí fue súper emocionante. Fue una interrogante también, porque es algo novedoso para nosotros", comentó en exclusiva para la revista Mujeres.
En la gala inaugural, se presentó junto a la violinista líbano francesa Layale Chaker y el clarinetista sirio Kinan Azmeh, en la Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís. “Este primer concierto, como yo lo veo, era un poco más desde la música de concierto, aunque no deja de tener sus pinceladas de lo que imagino que puede ser la música popular para ellos”.
En el segundo concierto, Olivia compartió escenario con la cantante Afef Elouni y la oudista Nada Mahmoud, en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Allí se adentró aún más en la esencia de la música popular, al interpretar adaptaciones de antiguas canciones sin partituras, en una colaboración estrecha y respetuosa con las artistas tunecinas.
“La música tuvimos que sacarla de unas audiciones que ellas nos había enviado, porque son canciones muy antiguas... Fue muy interesante poder mezclar los dos estilos de música, un poco desde la instrumentación, porque utilizamos además de la percusión de jembé y la darbuka, las tumbadoras. Hicimos algunos temas en estilos cubanos: un son, uno que era una mezcla de danzón-bolero-son, algo así, y también pudimos hacer uno de los temas medio que chachachá y eso a ellas les encantó”.
La ejecución de Olivia en ambos conciertos fue una demostración de su versatilidad y apertura a nuevas experiencias musicales. La comunicación con sus compañeros de escenario trascendió las barreras del idioma, hablando una lengua común: la música. Su habilidad para colaborar con artistas de diversas culturas y lenguajes fue notable, especialmente dada la brevedad del tiempo de ensayo y la complejidad de los repertorios.
Uno de los mayores desafíos fue adaptarse a las estructuras musicales. “Una estructura de la música cubana se divide en 8 o 16 compases; sin embargo, la de ellos melódicamente tiene una secuencia que termina en nueve o cinco compases, y eso fue un poco raro para nosotros", reflexionó Olivia.
Compartir estas experiencias con figuras prominentes en el mundo musical árabe fue un honor y una fuente de crecimiento para ella. “Sabíamos que eran personajes importantes en el mundo de la música de sus países y de su cultura; para mí fue un honor grandísimo haber participado con ellos y poder aprender porque, además de muy buenos músicos, son excelentes personas", dijo con una sonrisa.
“Todas las obras, tanto las del primer concierto como las del segundo, para mí fueron súper apasionadas. Me gustó muchísimo. Es una música y una cultura en general muy emocional, que genera muchos sentimientos y es profundamente rica, así que poderla interpretar por primera vez, conocerla y aprender de ella, tanto para mí como para los otros músicos involucrados, fue maravilloso", expresó entusiasmada.
En esta quinta edición del Festival Habana Clásica, Olivia Rodríguez no solo demostró su excepcional talento como contrabajista, sino también su espíritu inquisitivo y su pasión por la experimentación con diferentes formas de expresión artística.
Con el contrabajo no solo encontró un nuevo lenguaje musical, sino también una conexión profunda con otras culturas. Al cerrar este capítulo de su carrera, se afirma como una consumada contrabajista y una embajadora de la armonía cultural, que lleva consigo un legado de aprendizaje, respeto y amor por la música en todas sus formas.
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