Tributo a las sufragistas de Nueva Zelanda. Fuente: Jim Henderson (Flickr)
por Ana MontesNueva Zelanda fue el primer territorio soberano en aprobar el sufragio femenino el 28 de noviembre de 1893, por impulso de un movimiento feminista que tuvo apoyo del resto de la sociedad. La lucha por los derechos de la mujer había comenzado después de la Revolución francesa, cuando la escritora y filósofa Olimpia Gouges escribió la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791). Sin embargo, su reivindicación fracasó y fue guillotinada durante el Terror revolucionario.
Siguiendo su legado, la primera ola del movimiento feminista comenzó a principios del siglo XIX con el sufragio como reivindicación principal. Con ese fin, una centena de activistas liberales firmaron en la Nueva York de 1848 la Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls, que exigía igualdad de género y derecho al voto. En las décadas siguientes se fundaron asociaciones que protestaban para lograrlo, y el movimiento llegó al Reino Unido y sus colonias, entre ellas Nueva Zelanda.
El sufragio femenino en Nueva Zelanda, logro de insistir
Las demandas por el sufragio femenino en Nueva Zelanda comenzaron en 1869 con la obra Llamamiento de los hombres de Nueva Zelanda, de la activista Mary Ann Müller. Numerosos parlamentarios llevaron la propuesta al Congreso y consiguieron el voto a las mujeres propietarias. Como la discriminación se mantenía, en 1885 se estableció en Nueva Zelanda una rama de la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU, por sus siglas en inglés), una organización civil feminista de Estados Unidos que exigía derechos políticos desde un prisma religioso.
La WCTU tenía la convicción de que el sufragio femenino en Nueva Zelanda era necesario para recuperar la moral de una sociedad en decadencia. A la cabeza del movimiento estuvo Kate Sheppard, una colona inglesa que se había asentado en el territorio en la década de 1860. Bajo su dirección se organizaron reuniones y mítines, y se recolectaron firmas para presionar al Parlamento. En 1891 obtuvieron más de 9.000 peticiones, en 1892 unas 20.000 y en 1893 casi 32.000. Ello representaba a una cuarta parte de la población femenina adulta de Nueva Zelanda, que por entonces tenía 600.000 habitantes. El primer sindicato femenino del país, la Unión de Sastres de Nueva Zelanda, también participó en la iniciativa popular.
Ante la presión, el Parlamento aprobó por veinte votos contra dieciocho la nueva ley electoral, que el gobernador Lord Glasgow firmó el 19 de septiembre de 1893. Esta permitía votar en las elecciones parlamentarias a todas las mujeres mayores de veintiún años. Se estima que en los comicios de noviembre de ese año votaron el 65% de las mujeres autorizadas.
La unión hizo la fuerza
Nueva Zelanda fue el primer país en aprobar el voto femenino, entre otras, por la ausencia de una tradición conservadora y años de presión social. En la época, a las mujeres neozelandesas se las valoraba por su labor de esposas y madres, pero sobre todo como brújulas morales. Ante el alcoholismo o el consumo de prostitución, las sufragistas se presentaron como solución para reformar la moral de la sociedad. Con ello se ganaron los votos más conservadores. También fue clave la colaboración entre neozelandesas de origen europeo e indígenas maoríes. Meri Te Tai Mangakāhia lideró a estas últimas y se unió a las demandas de Sheppard. Ello permitió la universalidad del sufragio, aunque excluía a extranjeras y reclusas.
Aunque fueron progresivos, los avances del sufragio femenino en Nueva Zelanda generaron un efecto dominó en otros países. El primero en seguir su ejemplo fue la vecina Australia, que permitió el sufragio femenino en 1902. Más tarde llegaron a Finlandia (1906), Noruega (1913), la Unión Soviética (1917), Alemania, el Reino Unido (1918) y Estados Unidos (1920).
La lucha por la igualdad política en Nueva Zelanda no acabó en 1893, ya que las mujeres aún no podían ser elegidas para cargos públicos. Este avance llegó en 1919. La primera mujer en entrar en el Parlamento fue la candidata laborista Elizabeth McCombs en 1933. Sin embargo, las mujeres parlamentarias no fueron más del 9% hasta los años ochenta, mientras que las elecciones de 2017 otorgaron un 38% de escaños femeninos en la cámara baja. Jenny Shipley, del Partido Nacional, hizo historia en 1997 como primera mujer al frente del país, y Helen Clark, del Partido Laborista, fue la primera electa en 1999. En 2017 lo logró Jacinda Ardern, que a sus 37 años se estrenó como la mujer jefa de Gobierno más joven del mundo.
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