jueves, 12 de octubre de 2023

Una mujer anticipada a su época

 Ana Betancourt Agramonte se hizo escuchar en una sociedad donde se le negaba a la mujer desde la educación hasta el derecho de opinar.


Por Marilys Suarez Moreno

En un medio de casi total servidumbre fue que Ana Betancourt Agramonte se atrevió a alzar su voz y pedir para la mujer un sitio digno dentro de la sociedad. Fue en abril de 1869, ante los delegados a la histórica asamblea Constituyente de Guáimaro, en Camagüey, cuando los representantes del Camagüey, Oriente y Las Villas unieron sus esfuerzos independentistas contra el colonialismo español.

Se hizo escuchar en una sociedad donde se le negaba a la mujer desde la educación hasta el derecho de opinar. Ahí estriba la importancia de su discurso valiente y precursor que la engrandece, porque abrió la senda para la lucha que sostendría la mujer por ocupar un sitial dentro de la sociedad, como ocurre hoy en Cuba.
Allí, la corajuda camagüeyana demandó que tan pronto fuera establecida la República se concediese a las mujeres los derechos de que eran acreedoras, expresando:

“Ciudadanos: La mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta obra hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas”.

“Aquí todo era esclavo, la cuna,. El color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer¡”

Era la primera vez que se escuchaba a una mujer reclamar lo que justa y dignamente merecía.. A partir de ese momento, Ana, nacida en Puerto Príncipe, hoy provincia de Camagüey el 14 de diciembre de 1832 consagró su vida a la lucha por la independencia.

Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la patria cubana y el hombre que nos llevó a nuestra primera guerra independentista, el 10 de octubre de 1868, valorando la petición hecha por Ana Betancourt, dijo que la historia reconocería de una mujer que en Cuba se había anticipado a su siglo pidiendo la emancipación femenina.

La vida de esta camagüeyana fue una concreción de las ideas expresadas por ella en Guáimaro. Se hizo escuchar en una sociedad donde se le negaba a la mujer desde la educación hasta el derecho de opinar. Ahí estriba la importancia de su discurso valiente y precursor que la engrandece, porque abrió la senda para la lucha que sostendría la mujer por ocupar el sitial dentro de la sociedad que hoy desempeña.

Esposa del abogado y patriota Ignacio Mora, Ana fue parte integrante de la gesta libertadora y en su natal Puerto Príncipe, se ocupó de la propaganda, recibiendo y remitiendo comunicaciones al área insurrecta. Su casa se convirtió en depósito de armas, de las que partían los correos, proclamas y ropa que ella misma confeccionaba para el Ejército Libertador, lo que le valió que fuera designada agente del Comité Revolucionario. Poco después marcharía a la manigua

Su nacimiento en un siglo en que se negaba a la mujer el acceso a la cultura y su participación en la vida cívica, no fue obstáculo para la intrépida camagüeyana. Autodidacta, aprendió el inglés y el francés de su esposo, quien a su vez, ayudaba a redactar y corregir las pruebas del diario El Mambí, en plena guerra emancipadora.

El profundo y acendrado patriotismo de Ana Betancourt se creció cuando fue capturada en Rosalía del Chorrillo en 1871. Presionada por los españoles para que le escribiera a su esposo, pidiéndole que depusiera las armas, la valiente patriota contestó:

“Prefiero ser viuda de un hombre de honor a ser esposa de un hombre sin dignidad”. El brutal simulacro de fusilamiento a que fue sometida, reafirmó su actitud revolucionaria. Poco después fue desterrada. Viajo por distintos países y sufrió privaciones.

Nunca más vería a su Ignacio, quien fue fusilado cuatro años después. La valerosa camagüeyana continuó su vida consagrada a la revolución. Viajó por distintos países, sufrió privaciones y ejerció como maestra en colegios de Jamaica y El Salvador.

Ana Betancourt, la mujer que alzó su voz para reclamar los derechos inherentes a su sexo, falleció en Madrid, España, el siete de febrero de 1901. Sus restos reposan en un mausoleo en Guáimaro, el lugar donde su nombre entró definitivamente en la historia.

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