miércoles, 25 de octubre de 2023

Hijos e hijas de una época


 

Por Marilys Suárez Moreno

A sus 13 años, Cristian se cree mayor y regatea con su madre más espacio. Quiere que lo dejen salir con sus amigos, sin tiempo límite de regreso a casa. Castigado por el padre por aparecerse de madrugada, el muchacho no entiende por qué unas veces le dan cierta libertad para salir y otras veces no lo dejan.

Es un error, que trae malas consecuencias, querer criarlos bajo la influencia constante de las órdenes y las amenazas; pero también permitirles determinadas libertades, máxime cuando estas son variadas, según criterios familiares. Entiéndase: un día te dejo hacer  y al otro te impido lo que ayer acepté de buen grado.

Un mando objetivo se fundamenta, en primer lugar, en las razones que hacen necesaria la subordinación infantil. De esta forma, reconocerá en sus padres autoridad, confianza, conocimientos y hasta recursos y fuerzas para resolver sus necesidades infantiles y las de toda la familia. Porque saben cómo evitar las dificultades, si se les orienta sobre cómo hacer las cosas por sí mismos; sin devaluar sus preocupaciones, ni aplastarles ante sus errores, a la vez que se estimula en niño y niñas el ejercicio de sus deberes y derechos.

En el delicado proceso de construcción de la subjetividad, la responsabilidad  de la familia no se limita tan sólo a afrontar sus necesidades materiales básicas. Una siembra más profunda deberá acompañar sus existencias, capacitándolos para afrontar desafíos, desgarramientos y para hacerse de un destino propio. Todo ello producto del fértil terreno de los valores espirituales recibidos en casa, desde el nacimiento.

Cada niño es una personalidad diferente y, como tal, hay que verlo con plena responsabilidad, porque aspiramos a reconocer en nuestros hijos e hijas lo mejor de nosotros y buscamos también en la realización personal de cada uno el logro de todo aquello que quizás no pudimos alcanzar en términos de bienestar. Pero, sobre todo, quisiéramos que encontraran la clave de la felicidad. Un desafío que se acrecienta a medida que crecen y van transformándose, de la noche a la mañana.

De hecho, hay que defender desde las edades más tempranas el espacio sagrado del diálogo, la verdad y el respeto, porque nada podrá sustituir el apoyo y consuelo de la palabra, el contacto reconfortante del abrazo de mamá y papá en los instantes de angustia e incertidumbre, la protección que ofrece la familia ante las trampas de la vida.

A todas y todos nos toca elegir qué camino escogemos. Pero de algo estamos seguros: no es alentando conductas egoístas, sino educándolos en la modestia, la ética  y la generosidad, que serán felices.

Niños y niñas necesitan escuchar, una y otra vez, lo que se espera de ellos en la casa, la escuela, en la comunidad y hasta en su futuro como ciudadanos. Como no están todavía en capacidad de incorporarlos, porque carecen de determinada madurez y desarrollo de la personalidad que les permita interiorizarlos conscientemente, el proceso demanda tiempo y mucha paciencia.

Restringir sus andanzas y vigilarles de cerca no es una arbitrariedad. Es ayudarles a vivir más plenamente en el medio social, lo que conlleva una progresiva aceptación del principio de realidad que poco a poco se va imponiendo sobre el del placer, que rige la vida infantil.

La realidad tiene leyes que el niño o la niña debe aceptar, aun a riesgo de sufrir decepciones. Esto lo llevará a una definición paulatina de las demarcaciones y de acato a las enseñanzas respaldadas por el ejemplo familiar, lo que le proveerá un aval de valoraciones y principios éticos y sólidos.

Entendamos que nuestros hijos e hijas lo son también de la época en medida diversa y según sus propias singularidades. Factores que también intervienen en la formación de su personalidad y de los sueños que los acompañarán a lo largo de sus vidas.

Es deber de todo padre y madre guiarles y ayudarles a vencer los obstáculos y actuar ante determinadas situaciones; sobre todo, contribuir a desarrollar en ellos el sentido de la autodeterminación. La independencia que se les concede tiene que ser discutida para que se entienda cualquier posible negación, o limitación. Si les razonamos una orden, la acatarán con mayor gusto, aunque les desagrade su cumplimiento.

 Basándonos en las concepciones de los especialistas, diremos que en pocos años la persona transita de la niñez a la condición de adulto, en medio de lo cual experimenta bruscos cambios biológicos, psíquicos y en el orden social, que requieren un reajuste de los mecanismos emocionales. Un asunto que hay que entender y aprender a considerar, por lo mucho que nos compete como familia.

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