viernes, 13 de octubre de 2023

Capitalismo y patriarcado: ¿acaso se relacionan?

 




Por Gabriela Orihuela

No podemos negar que el patriarcado surgió mucho antes que el capitalismo y que existen sociedades pre-capitalistas donde la violencia de género impera y cobra fuerzas. Pero, otra realidad innegable es que, con la aparición y asentamiento del capitalismo, se reforzó la división sexual del trabajo: el trabajo para el mantenimiento de la vida (trabajo reproductivo o del cuidado) atribuido a las mujeres, y el trabajo para la producción de los medios de vida atribuido a los hombres.
 
Engels (1884) sostuvo que «el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino». Tanto Engels como Marx aludieron a que la dominación de clase aparece en el momento mismo en que aparece la mujer dominada en la familia monógama. El sexismo es, entonces, correlativo y coetáneo del clasismo.

Para Clara Zetkin (1909), feminista de base marxista, la emancipación de las mujeres “dependerá” de una «emancipación social del trabajo que sólo puede realizarse a través de la guerra de clases de la mayoría explotada». Asimismo, otra feminista, Alejandra Kollontai (1909), expuso que no hay una «cuestión femenina especial independiente de la cuestión social general, y solamente la desaparición de los “factores económicos particulares” que subyacen a la “subordinación de las mujeres” podrá “cambiar su posición social”».

No obstante, resulta válido cuestionarnos cómo se refuerzan mutuamente capitalismo y patriarcado.

Llamamos capitalismo, según Julia Evelin Martínez (2011), al «sistema económico basado en relaciones de explotación y de expoliación, cuyo objetivo es la búsqueda de la mayor ganancia posible a través de la reducción progresiva de costos».

A su vez, el patriarcado es una forma de organización política, social, económica, ideológica y religiosa basada en la idea de la autoridad y superioridad de lo masculino sobre lo femenino, fundamentada ridículamente en mitos y que se reproduce a través de la socialización de género.

De acuerdo con el texto “Violencia estructural de género: entre los mitos y la invisibilidad”, de la Dra. Clotilde Proveyer, socióloga con enfoque de género, el patriarcado puede definirse como «un orden social que legitima la estructuración de la sociedad para garantizar el dominio masculino y la subordinación y desvalorización de lo femenino, base que sustenta la violencia de género».

Julia Evelin Martínez opinó, en “Capitalismo y patriarcado: la doble desigualdad de la mujer”: «Su relación radica, precisamente, en que ambos «les niegan a las mujeres tener acceso y control sobre los recursos económicos internos y externos (acceso y control), permiten que se mantenga invisibilizado el aporte del trabajo doméstico o reproductivo en los agregados macroeconómicos. Bajo estas condiciones, las mujeres son explotadas y expoliadas, al igual que los hombres bajo el sistema capitalista; pero con un impacto diferenciado».

«Que el joven capitalismo se sostiene y se aprovecha de un pacto sexual antiguo entre hombres para someter a las mujeres parece claro —es recomendable en este sentido El contrato sexual, de Carole Pateman (2019). Patriarcado, capitalismo y democracia están en profunda relación, siendo el primero el sustento sobre el que se asientan el sistema económico dominante y la forma política e institucional de convivencia del presente», manifestó Laura Mora Cabello de Alba, feminista, corista y profesora de Derecho del trabajo (UCLM), en el análisis titulado “La relación entre patriarcado y capitalismo: Frankenstein y la huelga del clima”.



 Tomada de La Izquierda Diario

Selma James y Mariarosa Dalla Costa (1972) advirtieron que es el capitalismo, en efecto, el que explota el trabajo productivo de las amas de casa, el cual, por cierto, produce la mercancía más fundamental y necesaria para el capitalismo: la fuerza de trabajo, el trabajador, el “ser vivo humano”.

El capitalismo trajo consigo la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral, aunque de modo cuestionable no abolió la “naturalización” del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, tareas feminizadas.

Sobre este apunte, Silvia Federici, en la Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (2013), alegó que «decir que queremos un salario por el trabajo doméstico que llevamos a cabo es exponer el hecho de que en sí mismo el trabajo doméstico es dinero para el capital, que el capital ha obtenido y obtiene dinero de lo que cocinamos, sonreímos y follamos».

La psicóloga cubana Laritza Pérez Rodríguez advirtió que «el trabajo doméstico llega a nosotras como una imposición. Más que eso, ha sido transformado en un atributo natural de nuestra psique y personalidad, una necesidad interna, una aspiración. Se nos convenció de que solamente podríamos sentirnos plenas si teníamos una casa que atender, un marido que complacer y un hijo que cuidar.



Tomada de La Izquierda Diario

«Al transformar el trabajo doméstico en un “acto de amor”, el capital ha obtenido una cantidad increíble de trabajo casi gratuito y se ha asegurado de que las mujeres, lejos de revelarse contra él, busquen obtenerlo como si fuera lo mejor de sus vidas. Así como Dios creó a Eva para dar placer a Adán, el capital creó al ama de casa para servir al trabajador masculino, física, emocional y sexualmente; para cuidar de sus hijos, preparar su comida y remendar su ego», agregó.

El capitalismo ha ignorado -y continúa haciéndolo- el trabajo de las mujeres dentro y fuera del hogar (brecha salarial), no ha valorado el papel de la misma dentro de la familia; sigue colocando a los hombres en su función de proveedores, cuales superhéroes andantes; promueve la monogamia, heterosexualidad y la familia “tradicional”; afianza la violencia de género en grados superlativos como el feminicidio o femicidio. Si bien necesitamos la liberación de las mujeres, es primordial reconocer el papel que desempaña el capitalismo en este sometimiento que parece no dejar de reproducirse.

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