domingo, 17 de septiembre de 2023

Las mensajeras de la Sierra


Por Marilys Suárez Moreno


Sus nombres van unidos por el coraje, la similitud de origen y el destino. Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrals simbolizan el valor y el deber, la voluntad probada en la lucha revolucionaria, la audacia y el compromiso con la causa revolucionaria que abrazaron.

Inseparables y dispuestas, Lidia y Clodomira protagonizaron incontables hechos de arrojo. La temeridad que mostraba cada una en sus actos hacía que los mensajeros varones eludieran la compañía de ambas mujeres. Como mensajeras del Ejército Rebelde, desde sus días iníciales en la Sierra, ellas dos se convirtieron en inseparables compañeras de peligro.
 
Víctimas de una delación, fueron apresadas el 12 de septiembre de 1958, cuando un grupo de sicarios de la tiranía, al mando del asesino Esteban Ventura, sitió el edificio de la calle Santa Rita, en el capitalino reparto Juanelo, donde radicaba una casa del Movimiento 26 de Julio.

Rea el refugio de los revolucionarios Alberto Díaz, Omelio Dampiel, Leonardo Valdés y Reynaldo Cruz, integrantes de una célula clandestina buscada por la policía. Tras los gritos e improperios, los jóvenes fueron asesinados a mansalva, en el propio apartamento.

Sin saber una de la otra, Lidia y Clodomira coincidieron en La Habana. A la capital habían llegado días antes, procedentes de la Sierra Maestra, ambas con mensajes de Fidel.

Aquí acordaron alojarse en la citada, casa que Lidia consideraba más segura. Apresadas por la policía, las dos fueron llevadas para la oncena estación, donde fueron torturadas salvajemente, en vanos intentos por hacerlas hablar. Fue inútil; no les pudieron arrancar ni un nombre.

Trasladadas a la Quinta Estación, ni el dolor ni la proximidad de la muerte pudieron doblegarlas. Tras cinco días de interrogatorios y golpes, el asesino Julio Laurent, en un último intento por hacerlas confesar, metió sus cuerpos en sacos y los llevó mar afuera.

Clodomira, pese a su aparente fragilidad, resistió más que su compañera las inmersiones sucesivas, pero al final ambas sucumbieron. Sus cadáveres no aparecieron jamás, por lo cual se presume que fueron arrojadas al mar el 17 de septiembre.

Clodomira Acosta fue de las primeras campesinas en incorporarse a la lucha. Lidia Doce lo haría poco después. Ambas mensajeras burlaron en diversas oportunidades los cercos y las emboscadas enemigas para cumplir, a riesgo de sus vidas, las misiones señaladas por Fidel y el Che.

Ambas mensajeras del Ejército Rebelde fueron eficaces como correos y leales combatientes revolucionarias. El Che y Fidel las tenían en muy alta estima por el valor, serenidad y tesón demostrado en sus misiones.

Como dijo el Comandante Faustino Pérez, al describir la lucha clandestina, “Esta se tejió en medio de una gama de circunstancias. La grandeza frente a la ruindad, el coraje frente a la tortura y la muerte.

A 65 años de sus muertes, las vidas de las mensajeras de la Sierra, sus ejemplos, heroicidad y coraje reviven por siempre en la memoria de su pueblo.

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