jueves, 7 de septiembre de 2023

Esa primera vez en la escuela

 Por Marilys Suárez Moreno


Tempranito en la mañana, Vanesa llegaba a su escuela acompañada de su mamá. Iba de completo uniforme y estrenando una linda mochila. Sus largas trenzas y su sonrisa pícara resaltaron enseguida en el aula, donde otras niñas y niños como ella se iniciaban en la escuela. 

La entrada a una escuela el primer día de clases refleja las más disímiles reacciones infantiles, no siempre tan felices como la demostrada por Vanesa, una niña alegre y de lo más espabilada, pero preparada requetebién por el círculo infantil y su familia.

Esta última, resulta clave en la disposición psicológica y emocional del menor para su entrada a las aulas. Esa predisposición favorable la lograrán los padres a medida que preparan a sus hijos para el gran acontecimiento

Pero no todas las familias cuidan esto y utilizan la escuela para intimidar al majadero o al reacio a asistir a clases, creando de antemano un sentimiento de rechazo en el niño o la niña hacia la iniciación escolar.

“Ya te arreglará la maestra cuando vayas a la escuela”, se escucha decir en algunos hogares, donde lamentablemente persiste la creencia de que al educador compete corregir los errores de la formación familiar.

La escuela no puede ser nunca un castigo, un peaje que se debe pagar para adquirir conocimientos. La escuela debe ser fuente de alegría y su influencia educativa repercute en el desarrollo del infante.

Por el contrario, el colegio, con sus actividades y deberes, constituye la primera gran responsabilidad en la vida infantil, pues sitúa a la niña y al niño ante numerosos problemas de ajuste social.

La manera en que se produzca esa primera vez en las aulas depende de su madurez emocional, adquirida previamente, lo que demanda de un proceso de adaptación complejo y delicado.

De hecho, las conductas infantiles durante los primeros días de clases, y a veces en las semanas siguientes, son el resultado de todo un período anterior de preparación y constituyen más que una prueba para el menor, un merecimiento al trabajo desarrollado por los adultos de la casa.

A partir de ahora, el colegio con sus deberes constituirá la primera responsabilidad de Vanesa y de todos los preescolares que se iniciaron en la escuela, al situarlos ante numerosas tareas que requieren esfuerzos de su parte y que significarán un giro radical en sus vidas como estudiantes.

Acaba de comenzar un nuevo período lectivo y los hogares cubanos son escenario en la tarde de las más disímiles escenas: ¿te gustó la escuela?, ¿ya tienes todos los libros?, ¿estás contenta?, ¿cómo se llama tu maestra?, ¿un maestro?, ¡qué bien!

Crearles una imagen agradable del centro docente, interesarse luego por cómo le fue en su primer día de clases y en los sucesivos despertará su entusiasmo por las actividades que compartirá con el grupo y el deseo de aprender. 

La escuela primaria es el puntal sobre el cual se erige el resto de las enseñanzas. En este nivel comienza el aprendizaje de los fundamentos de las ciencias y la lectura. Plasmarlo con éxito demanda que el escolar haya desarrollado una serie de habilidades y alcanzado cierto desarrollo en la percepción y el pensamiento.

Un niño listo de antemano por sus padres para ese gran momento enfrentará mejor esta nueva vida y podrá superar las dificultades que comúnmente surgen en los primeros días de clases. De ahí la necesidad de crearle una imagen positiva de la escuela, enalteciendo ante el nuevo escolar la figura del maestro, despertando su entusiasmo por las actividades que compartirá con el grupo y el deseo de aprender.

A la mayoría de los niños les resulta de gran motivación y atractivo el inicio escolar, debido al significado que la sociedad y la familia le dan a este lugar social que el alumno asume desde que comienza a estudiar. Y Vanesa está entre esos varios millares de infantes que este curso inician el grado preescolar en todo el país.

Una etapa en que los escolares se relacionan para compartir sus juegos y realizar actividades, pero no forman aún un colectivo. Eso surge en el primer grado, nivel donde se sientan las bases de lo que será el colectivo escolar. Si el menor no está preparado, entrará en conflictos con lo que la escuela le exige y comenzará a manifestar su rechazo. Prepararlo psicológicamente, ajustar la vida hogareña para que responda a sus nuevas obligaciones han de ser empeños prioritarios de la familia. 

Por eso y, desde un sentir colectivo, social y cultural, y desde este septiembre que ya echó a andar, una palabra debe quedar anotada en el pizarrón de sus vidas. Una palabra que siempre deberá resultar mágica: educar, seguir educando y hasta re-educando. Y así actuar sobre el aprendizaje de nuestros hijos e hijas y, particularmente, sobre su formación.

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