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lunes, 6 de mayo de 2024

El gran patrimonio africano al que le debemos la vida

 



Por Aime Sosa Pompa

En el calendario de las celebraciones mundiales, mayo podría llamarse el mes del respeto y la consideración a África, un continente reconocido también como la cuna de la humanidad. Su patrimonio, tan vasto como diverso, es motivo de atención cada 5 de mayo, por un decreto de la UNESCO fechado en 1992 que reconoce al Día Mundial del Patrimonio Africano, mientras promueve las intenciones de valorar, en todo el planeta, las huellas de su valioso legado cultural y natural. Es aún una necesidad realzar lo ancestral y prodigioso de sus aportes, pues como bien recuerda un proverbio del pueblo igbo: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador”.

La variedad de esa amplia región es tal, que su geografía y entorno natural no solo tienen a los hitos más grandes de la Tierra, también les acompañan las pobrezas y los golpes de Estado; extremos que parecen alejados, pero no. Tantos años de despojo y exterminio de todo tipo han hecho patente lo que se dice en Etiopía: “El mal penetra como una aguja y luego es como un roble”.

Al igual que en otras partes del mundo, el influjo de África llegó hasta el Caribe, donde fue inmenso y potente. Se dice que los primeros africanos entraron a las islas en las carabelas de los ibéricos, llevando sobre sí las huellas de otros siglos de dominación. Después de un exterminio insólito y repetido en disímiles latitudes, comenzaron a llegar africanas y africanos que fueron despojados de sus tierras, mundos y creencias firmes; para entrar en una presencia perenne entre las aguas, los árboles, la misma luna, el mismo sol. Y de una manera o de otra, a la fuerza o por voluntad propia, se insertaron a un modo de ser y pertenecer en estos mares. Quizás ese designio podría abreviarse con un proverbio kongo: “Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran”.