Por Marilys Suárez Moreno
La existencia de Amalia Simoni Argilagos se concibe unida a la de su amado esposo Ignacio Agramonte y Loynaz, muchas y muchos en Cuba la recuerdan precisamente, por ser protagonista de uno de los romances más hermosos de nuestra historia.
Pero la joven camagüeyana fue también una mujer amante de la libertad, una patriota digna del Mayor Ignacio Agramonte, a cuyo ideario fue fiel hasta sus últimos días.
Nacida en el otrora Puerto Príncipe, Camagüey, el 10 de junio de 1842 y fallecida el 23 de enero de 1918, Amalia fue una ferviente patriota y luchadora por la independencia cubana.
Su mayor sueño era ver a su Cuba libre y soberana, como tantas veces lo soñaron ella y su Ignacio querido.
De hecho, la hermosa muchacha fue una activa colaboradora de las fuerzas mambisas, pues fueron muchos los servicios prestados por ella en la manigua y en los hospitales de campaña del vasto territorio camagüeyano. Sufrió los rigores de la cárcel y luego del exilio.
A la pareja les unió el ardor rebelde a la causa independentista y un amor más allá de toda barrera, alimentado por los rigores de la guerra y el posterior y obligado exilio de la amante esposa del guerrero.
Se habían casado en agosto de 1868 en la iglesia Nuestra Señora de la Soledad, en la hoy provincia de Camagüey, fueron pocos los meses de pasión que vivió la pareja, que pasó su luna de miel en la manigua, pues Ignacio se incorporó a la contienda días después de iniciada la insurrección y enseguida la familia Simoni abandonó su residencia y lujos y se trasladó a la finca La Matilde, donde nació el primogénito de Agramonte, Ernesto, a quien el padre nombraría cariñosamente El mambisito.
En plena Guerra de los Diez Años, Amalia Simoni fue arrestada por las fuerzas españolas, las que pretendieron de ella que escribiera a su esposo, pidiéndole que depusiera las armas y abandonara la guerra. Su respuesta fue categórica: “Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle a mi esposo para que sea un traidor”.
¡Fáciles son los héroes con tales mujeres! diría años después el Apóstol de nuestra independencia José Martí al conocer de este lance.
Convertido en un respetado jefe militar, Agramonte marchó a la Sierra de Cubitas, lo que forzó la separación definitiva de la pareja.
“La esposa de un soldado tiene que ser valiente”, le dijo El Mayor a modo de despedida. Al hacerse insostenible su permanencia en Cuba, Amalia se vio obligada a emigrar a Nueva York, donde nació su hija Herminia, a la que su padre no llegó a conocer.
Si durante su noviazgo la pareja mantuvo un intenso intercambio epistolar, pues por entonces Ignacio estudiaba en La Habana su carrera de abogado, durante la guerra independentista del 10 de octubre de 1868, las misivas entrecruzadas por Amalia e Ignacio, trascendieron su amor desbordado y patriótico.
“Estoy formando un escuadrón de caballería que dejará atrás a la española. ¿Quieres que le reserve un puesto de cabo primero al mambisito? Y le pedía a la esposa que les hablara con frecuencia a los hijos de su papá y que los educara a semejanza de su corazón tierno.
No fueron menos intensas las misivas de Amalia, quien conoció en el exilio de la muerte en combate de su Ignacio, el 11 de mayo de 1873.
Tenía 31 años cuando cayó combatiendo al frente de su caballería mambisa el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, su actividad política y guerrera había sido de tal magnitud que ocupaba un destacado lugar en la vanguardia de todos los jefes que luchaban por la independencia de Cuba.
Amalia falleció en La Habana a los 75 años, manteniendo indoblegable su ideario patriótico e incólume su amor por el Bayardo camagüeyano. Hoy, a 107 años de su fallecimiento, la recordamos y honramos su memoria, como ella honró toda su vida a su héroe y esposo y a la patria toda.
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