miércoles, 6 de noviembre de 2024

Razones que Convenzan

  



Por Marilys Suárez Moreno

Las sanciones tienen que aplicarse asociadas en tiempo y espacio cuando ocurran, ni antes ni después, si es que se desea dejar un buen ejemplo. Por lo regular, el adulto que castiga está molesto por la mala conducta del menor. Si ha roto un objeto, ensuciado las ropas, o perdido algo, ciertos padres se mortifican por las consecuencias de esa conducta y apelan enseguida a un buen castigo.

En otras ocasiones, si el infante se porta mal en un lugar público, no está tranquilo en una visita, o por cualquier otro motivo “hace quedar mal al familiar”, y esto provoca irritación. En estos casos, la persona, entiéndase madre, padre o persona a cargo, descarga su malestar a través del castigo.

No entiende que tal proceder refleja una autoridad o mando ciego. Los padres que se dejan llevar por un estado de ánimo encolerizado, no serán capaces de resolver debidamente el problema creado. Sancionar les resulta la solución más fácil.

Hoy en día algunas personas actúan aplicando la vieja Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente” que se usaba en la antigüedad. Si el niño rompe un vaso le dan una nalgada, pero si rompe la vajilla le propinan una zurra. No se detienen a analizar las intenciones del menor, ni tampoco su edad.

Un descuido, un traspié, un gestó fortuito puede desencadenar un incidente. Un chico de corta edad hace muchas cosas sin intención o porque no sabe, simplemente ocurren por descuidos, generalmente de los mayores que ni se percatan, por ejemplo, que los objetos no están en el lugar adecuado y lo dejan al alcance de los menores.

La sanción que se le impone en una situación que lo merece, debe analizar primero la intención del pequeño cuando cometió la falta y no solo fijarse en las consecuencias perjudiciales del hecho en sí.

El niño busca siempre el afecto y el reconocimiento de las personas que lo rodean, en particular de sus padres o maestros. Si goza de ese cariño, cualquier crítica que se le haga, la atiende de inmediato y tratará de corregirla. Pero cuando vive en un mundo poco afectivo, se hace “inmune” a los castigos y reprimendas.

Tristemente los adultos descubren que si aumentan la intensidad de la penitencia, el menor vuelve a reaccionar y por esa vía la relación se llega a convertir en un infierno.

El desarrollo emocional debe permitir, a partir de cierta edad, que comprenda sus errores, sin ocultar su responsabilidad ante la familia. Una vez creada esta conciencia moral, los adultos pueden plantearse entonces la posibilidad de atenuar o suprimir la sanción. Las reprimendas o castigos deben ser justos para convencer al infante y garantizar su formación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario