miércoles, 4 de septiembre de 2024

Jugar y aprender

 


Por Marilys Suárez Moreno

Cristian se pasa horas entretenido con los video-juegos y las series que copia en su memoria, Daniel y Beatriz comparten música y juegos en sus respectivos tablets, mientras Juliette y Mónica no se desprenden de sus móviles ni para comer.

Pero las mamás y los papás de cada uno de estos infantes, cuyas edades oscilan entre los 9 y los 13 años de edad, piensan que esos equipos son una bendición, porque los mantienen entretenidos en casa. Claro, a veces pierden la paciencia, porque los llaman para bañarse, hacer las tareas o para comer, y ni se enteran de tan ensimismados que están.

Y como para sí, sus progenitores comentan que ya los y las niñas de estos tiempos ni queman las energías que ellos y ellas dejaban patinando, jugando a la pelota, los yaquis, el pon, a los escondidos, montando carriola y tantísimos otros juegos que hoy se extrañan. Y rememoran con cierta nostalgia sus años infantiles, tan diferentes a los de sus hijas e hijas.

Y aunque se muestran orgullosos de sus habilidades con las nuevas tecnologías y contentos de saberlos con la familia, los excesos son malos siempre, pues no solo se dejan de hacer actividades importantes para sus edades y desarrollo físico y mental, sino que se embobecen con ese alud de imágenes y aplicaciones que hacen que posterguen tareas escolares, estudios y juegos apropiados.

Curiosamente, los juguetes tradicionales han pasado a ocupar un segundo y hasta un último plano en la agenda de los intereses infantiles y desde muy temprana edad puede verse a chicos y chicas trasteando los celulares de mamá o papá que se los dan para mantenerlos entretenidos.

Y el juego, bien se sabe, constituye una de las necesidades básicas de la niñez y una manera de relacionarse con el medio que lo rodea, pues contra lo que muchos piensan, en la infancia no se juega para entretenerse, ni para dejarle tiempo libre a las personas adultas que los cuidan, sino porque es el medio por el que comprenden y forman su propia visión del mundo, integrándose a él.

A los infantes les es necesario el juego activo para desarrollar destrezas físicas, inteligencia emocional, creatividad, imaginación y relaciones sociales. El divertimento, además de fuente de recreación y energía, es un factor valioso de comunicación y despliegue imaginativo. En otras palabras, niñas y niños disfrutan, se entretienen, divierten y aprenden mientras modelan el temperamento y el carácter jugando.

Criterios especializados consideran que el desarrollo de la inteligencia humana tiene un “calendario” propio y cada etapa es fructífera si se asienta sólidamente en la anterior. De hecho, el juego bien dirigido ayuda al desarrollo psicosocial del menor y cuando este es colectivo, o sea, con la participación de otros infantes, las ventajas son innegables.

A muchos progenitores les parece un “lujo” que no pueden darse, compartir entretenimientos y diversiones con los hijos, tanto hembras como varones.

Desconocen cuan gratificante resulta disfrutar con ellos y ellas una relación de compañerismo más allá de los roles establecidos de padres-hijos(as), un asunto de la correspondencia familiar habitualmente descuidado, pero que puede llegar a ser de inestimable ayuda, por ejemplo, para enfrentar con mayor estabilidad la etapa de la adolescencia.

Igual sucede con el disfrute de los medios tecnológicos que hoy tienen a su alcance la mayoría de los infantes. De vez en cuando resulta provechoso compartir con niñas y niños algunos de los programas o series que ven y aprovechar la ocasión para orientarlos, destacar los elementos positivos y hacerles ver lo negativo de determinados aspecto.

Pero, sobre todo, controlar tiempo y horarios para que no interfieran con las horas de comida, baño, estudios, tareas escolares, sueño y otras actividades programadas por la familia. Tampoco debe permitírseles ver programas o seriados no apropiados para sus edades y estar al tanto de que lo que vean y consuman les aporte saldos auténticos.

Además de un derecho, los juegos constituyen una actividad especialmente placentera de participación y comunicación social y una posibilidad de ofrecer a la familia una mejor capacidad para ver las cosas desde la perspectiva de otro o para entender los sentimientos ajenos. Resumiendo, jugar es la mejor manera de aprender y crecer feliz.

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