Por Marilys Suárez Moreno
No todos los niños y las niñas se comportan del mismo modo. Por lo regular, aun entre hermanos, unos tienen el temperamento inquieto, otros tranquilo, pero sí resulta importante no confundir la natural inquietud y vivacidad del infante --que suele ser síntoma de exuberante salud y carácter extrovertido--, con la inquietud extrema que puede tener ciertos significados patológicos de tipo nervioso.
La niña o el niño inquieto, alegre, con deseos de jugar y que da cierta guerra en la casa puede ser guiado para adaptarlo a las normas indispensables de la conducta infantil. Pero conducirlo, requiere tacto, delicadeza y una buena dosis de paciencia si se quiere evitar que esa inquietud pueda transformarse en hiperactividad o en rebeldía si es tratado con mucha dureza o lo clasificamos, a priori, como un inadaptado.
Por lo general, la hiperactividad ocurre cuando no hemos sabido manejar bien las situaciones, es decir, cuando el horario de vida no es el adecuado y la disciplina impuesta no se ajusta a la necesidad de los pequeños de poner en práctica sus iniciativas.
Por eso, a la hora de organizar las actividades de niños y niñas, conviene no obligarlos a esperar largo rato por nada. También los estados ansiosos provocados por problemas familiares, el trato agresivo de los padres, la pérdida de un ser querido, las peleas entre las familias y otras muchas circunstancias acarrean desajustes en la personalidad infantil.
Para controlar la hiperactividad es preciso ser pacientes y conformes, pues este tipo de niño o niña requiere ser aceptado, tal cual es.
De hecho, hay que tratarlos con mucho cariño, sin gritos ni malas formas, y cuidarnos de no decir en su presencia cuan irresistible es, o aquello de que no pueden con él o ella, si bien son los varones los más propensos a la hiperactividad.
Uno de los mejores métodos de controlar a los pequeños que así se muestran consiste en darles libertad de movimientos, sobre todo en las áreas abiertas, y encomendarles pequeñas tareas en las cuales descarguen su energía y arrestos.
Si ya asisten a la escuela, hay que ayudarles a cumplir los deberes escolares, pues estos tienen tendencia a esquivar estas tareas que los obligan a centrar toda la atención.
Con infantes inquietos, intranquilos, impacientes, ansiosos, hay que ser muy cuidadosos y cuando realicen algo bien o alguna actividad en la que ha tenido que permanecer calmado, elogiarles; además de combinar adecuadamente las actividades pasivas con las intensas, de modo que exista un equilibrio entre unas y otras.
Tratarlos con dulzura, tacto y delicadeza, nunca con violencia y sí con paciencia. En cualquiera de esos tipos, sea el inquieto natural o de carácter alegre, como el que sufre de algún trastorno psíquico o físico, la intranquilidad no se cura ni se mejora con regaños ni gritería, sino con respeto y dulzura, sin que esto quiera decir consentimiento o indiferencia.
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