miércoles, 15 de noviembre de 2023

Enseñanzas decisivas

 


Por Marilys Suárez Moreno

Tal parece que la irresponsabilidad se adueña del comportamiento cada vez mas disparado de Danielito, un muchacho de 11 años a quien su madre soltera ya no puede lidear, entre otras cosas, porque a su cargo tiene otros dos hijos menores.

Las quejas de la madre con los vecinos son constantes. “No obedece ninguna orden, no entiende de prohibiciones y hasta me cuesta trabajo que asista a la escuela, donde ya me han dado muchas quejas de él”.

A fuerza de ser justo, no hay que culparlo totalmente, pues el niño nunca tuvo más sujeción que la que él mismo se diera, pues la permisividad de la madre, siempre blanda a la hora de ponerle límites, amén de otros factores como un hogar disfuncional, condiciones de vivienda, etc., atentó contra el comportamiento infantil.

A medida que crecen, los menores quieren ser más autónomos en sus derechos y estos pasan por su capacidad o incapacidad para colaborar en las pequeñas tareas domésticas, responsabilizarse con el estudio y los deberes escolares, peinarse y vestirse y creerse mayores. Todo muy lógico, pero a su debido tiempo y sin desoír alertas y consejos que, en ocasiones, debieron darse desde mucho antes.

A cada adulto se le impone la necesidad de enseñar a sus hijos e hijas a respetar y razonar, a usar su inteligencia y obedecer no al capricho de mamá o papá, sino a una norma o razón justa.

Resulta vital infundirle al menor, desde temprana edad, pequeñas responsabilidades, como recoger los juguetes, la mochila escolar y la ropa en uso. A medida que crece, las tareas a su cargo deberán incrementarse, tanto como la responsabilidad adquirida.

A veces el niño o la niña piden que los dejen “ayudar” a barrer o poner la mesa, por ejemplo, y reciben respuestas tales como: “Nada de ayudar, para eso estoy yo”, “Tú no sabes hacer eso” y frases por el estilo. Luego, cuando quieren imponerle alguna tarea mínina, chocan con la negativa infantil, renuente a hacer ahora lo que antes le negaron, por aquello de que “tú no estás para eso”.

Esa excesiva tutela estropea al menor que, acostumbrado a sentirse inútil, pierde confianza en sus fuerzas y empieza a pedir ayuda cuando puede pasar sin ella, además de verse relegado en su independencia. Lo contrario sucede cuando, con muy corta edad, se le exige que cuide a sus hermanos menores, haga mandados y realice cualquier encomienda por difícil que le resulte al pequeño o la pequeña, aun en edad de juegos. Mandatos acompañados de gritos, órdenes y golpizas que crean en el hogar un ambiente hostil, de irritabilidad y tensión, lo cual resquebraja las cordiales relaciones filiales que deben existir y la compenetración de los progenitores con hijos e hijas.

No son pocos los padres y las madres que requieren a sus hijos a gritos, utilizando palabrotas o por medio de la violencia, y se horrorizan cuando el menor les grita o se muestra contestón ante los regaños y las exigencias que considera desmedidas.

Niñas y niños se comportan tal y como somos capaces de enseñarles, de ahí la necesidad de fomentar una buena autoridad y crear en el infante la responsabilidad ante sus tareas, ante sí mismo y la sociedad en su conjunto. No puede olvidarse que el menor aprende más por lo que ve hacer que por lo que le dicen que haga.

Lo importante es que conozca e interiorice los efectos de la responsabilidad, de la colaboración familiar, de la razón. Si ha recibido una educación adecuada a esos años primeros de vida, sabrá no solo de buenos hábitos sino del sentido de la responsabilidad ante sus tareas.

Junto con el amor y la inteligencia, también deben guiar la crianza y educación y no las actitudes de imposición e injustas. Lo más importante para la familia es obtener la máxima puntuación en este difícil arte de querer y educar bien a nuestros hijos e hijas.

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