Los comportamientos irrespetuosos pueden tener muchas aristas. Pueden ser resultado de alguna frustración, malas relaciones, como un medio de llamar la atención...
Por Marilys Suárez Moreno
“Me da la gana”, “No me importa”, “Usted no es mi mamá para llamarme la atención”… Y hasta otras contestaciones más fuertes salen de muchos labios infantiles, acostumbrados a hacer y decir lo que les venga en mano, en cuanto a falta de respeto se llama.
Remisos a acatar reglas u órdenes, algunas niñas y niños manifiestan una conducta desaprobatoria; reflejo, quizás, del medio familiar en que crecen. Conductas incubadas desde una edad en que comienza a formarse la imagen de quienes lo rodean.
Los comportamientos irrespetuosos pueden tener muchas aristas. Son resultado de alguna frustración, malas relaciones con los padres y la familia en general, como un medio de llamar la atención, porque copian un patrón de la realidad o para probar fuerzas.
Si bien la situación puede constituir un espejo de repetición de una actitud aprendida de los mayores, en cualquiera de los casos revela arrogancia, falta de valores y educación y mucha soberbia. De hecho, resulta una conducta inaceptable y exige que se adopten las medidas para cortarla de raíz.
El respeto es un valor que permite al ser humano reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades del prójimo y sus derechos.
Respetar a las personas que nos rodean y, en especial, a los mayores, las autoridades y los familiares que acompañan nuestra existencia, resulta esencial para que reine la paz y la armonía entre las personas y la sociedad. Lo contrario sería andar a la desbandada, con total ausencia de deberes y derechos.
El vocablo desempeña un papel vital en la educación. Toda persona siente la necesidad de ser respetado y, por ende, debe hacer lo mismo con los demás. Sin embargo, asombra la desfachatez con que se comportan algunos infantes y no tantos, a la riposta ante cualquier llamado o regaño. Un proceder que acaba con la cordialidad en los hogares y el vecindario.
La relación con personas de diferentes edades y sabidurías pasa por distintos puntos de vista y es entendible que así sea.
La comunicación de los padres con los hijos, por ejemplo, no es la misma que estos tendrían con otros adultos. De hecho, sería contradictorio exigirle al niño o la niña una forma de ser que no se corresponde con nuestro propio modo de relacionarnos con las personas.
No podemos olvidar que la conducta determina también la imagen y es una proyección de la personalidad. Un elemento muy importante en todo momento y a cualquier edad.
Siempre que sea necesario y las razones lo aconsejen, la intervención de padres y madres debe hacerse sentir por la firmeza de su ejemplo, no por las amenazas o castigos, el autoritarismo y el desacato, y haciendo que el menor, en vez de proyectarse inadecuadamente, lo haga con el mayor respeto, mostrándole cómo comportarse debidamente con la familia y los demás, en todo momento.
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