Por Aime Sosa Pompa
María de los Ángeles no es una mujer débil, pero lamentablemente ya sus piernas no le responden, ni las manos; incluso ha perdido fuerza en los dedos, ni siquiera puede pelar un pepino para hacer una ensalada. Y hace muy poco se dio cuenta de que no puede levantar bien las piernas para ponerse las chancletas, cuando termina de bañarse.
No llega a los 77 años de edad todavía, pero vive sola en su apartamento en el reparto Abel Santamaría, el Salao´, como le dicen coloquialmente a ese sitio en la ciudad de Santiago de Cuba.
Es en un quinto piso, se tarda bastante para llegar allá arriba con los mandados, que los tiene que ir a buscar de poquito a poquito.
Ahora está asustada por todo lo que está sintiendo y hasta tristes pensamientos salen de su cabeza: “no quiero que me encuentren muerta en mi cama”.
Pueda que te haya asustado con esta descripción, quizás pienses que soy algo extremista, que esa golondrina no compone primavera alguna; mas considero que es una realidad que está viviendo un número considerable de mujeres, ya ancianas, en este archipiélago.
Por eso quiero que reflexionemos, sin limitar ese cuadro a una ciudad; en un pueblo, en el territorio más lejano del Plan Turquino; allí puede estar ahora mismo viviendo alguien con esa situación y podemos hacer algo para que no se sienta tan sola.
El escenario de una Cuba envejecida, y envejeciéndose cada vez, ya es recurrente.
El consuelo de que las mujeres llegamos a los 80 años no puede parecer una compensación, cuando personas que llegan o sobrepasan esa edad están horas y horas en la soledad de sus viviendas.
Sin hablar de los por qué, debemos dirigir la atención a los cuidados que necesitan y las atenciones que demandan. Abogo por considerar con creces a las ancianas, por tenerlas en una escala superior de estimación.
A veces esa realidad asusta. Porque cualquiera de nosotros tuvo o tiene una madre o abuela, a la cual --con 83 años, menos o más, incluso con 91 o 94 años-- ha tenido que dejar sola en la casa, sin nadie que la cuide o atienda.
Es probable que todas las personas de la familia estén trabajando, los niños en la escuela y quizás es la vecina quien ayuda de vez en cuando.
Pero no se puede abusar ni pretender que ella deje lo que esté haciendo para atender a otra persona. ¿Es tu caso? ¿Qué haces para resolver esa situación? ¿Todavía no has llegado a eso? Debes haber pensado en ese tema, ¿cierto? Lo primero que te puedo decir es que nadie sabe lo que sucede hasta que lo experimenta.
Lo segundo que puedo agregar es que la fuerza de la edad es, justamente, vivirla. Advierto: para eso hay que tener salud. No basta con la voluntad. Si bien se aspira a que esa postrera etapa de la vida no sea la más triste, hay quien nunca pensó verse sola y, sin embargo, hoy lo está.
En ocasiones nace un dolor desde el centro del pecho, cuando se conoce de una madre ya vieja, a la que han dejado “solitariamente acompañada”, al amparo de conocidos con los cuales no está emparentada, pese a contar con una familia numerosa y cerca físicamente.
Abundan los artículos donde se dan ideas y consejos sobre la tercera edad, que son muy alentadores. En ellos se asevera que, según la actitud que se asuma y el apoyo de familiares y amigos, así se podrán disfrutar los 80 años y más.
Es verdad que con las canas y las arrugas deberían convivir la sabiduría y los intereses; de todas maneras, eso no es una ecuación.
Si la forma en la que se envejece depende del organismo, de la salud y, sobre todo, de la tensión, el estrés, las emociones y el ambiente en el que se vive; creo que no hay una inyección más dolorosa que la soledad, la real, la de pasarse horas y horas sin hablar, mirando canales de televisión, escuchando la emisora preferida. Esa es la soledad, ahora mismo, de una anciana; quizás madre, abuela, bisabuela, tía, tía abuela, viuda…, quizás no...
¿Quién se prepara para que, cuando llegue la vejez, pueda encarar la soledad de una casa, de un cuarto, de una cama? Creo que por ahí anda el tercer punto que quiero tocar.
Si se pudiera tener esa mirada previsora, esa luz que tanto le adjudican a las mujeres, ese sexto sentido o séptimo, el número que sea…, entonces se tomarían medidas, previsiones, para que lo peor no suceda. Eso ha funcionado en algunos casos, en otros no.
Voy a “echar un cable a tierra”. Es posible que a los 80 una mujer necesite ayuda para llevar un cubo lleno de agua al baño, para alcanzar una cacharra en el estante de la cocina porque ya no llega a esa altura…. Si le duele mucho la espalda por la madrugada o las piernas se le acalambran, ya no tiene quién le pase una mano con tintura de muralla o le dé un masaje…, si se le cae el carretel de hilo debajo de la cama, ya no puede sacarlo ni siquiera con el palo de la escoba…. Puede dejar la llave en un lugar, no acordarse ni tampoco tener quién le ayude a buscarla….
¿Cuántas de esas vivencias parecen lejanas…, cuántas cercanas…, delante de tus propios ojos? Quizás hoy alguien necesite de ti, porque es una anciana y vive sola.
La tercera edad merece una mirada de respeto y tolerancia. Es de suma importancia considerar que esa etapa de la vida no se alarga para descubrir si hay más para aprender, tiene su finitud.
Quizás mañana no haya tiempo. ¿No has visto cómo algunas mujeres longevas andan despacio? ¿Crees que es porque no tienen fuerzas en las piernas o porque tienen miedo a caerse? Es posible, aunque la mayoría ya no está apurada, tampoco deberían estar apremiadas. ¿Para qué ir tan de prisa, si saben dónde termina el camino? Lo único que no conocen es cuándo.
Tenemos que tratar este tema con profundidad, para que nadie en su longevidad, NADIE, se quede en el desamparo, que es por cierto una palabra intensa.
Esa soledad de la casa que, aun siendo joven o adulta, llega a penar en un costado del cuerpo, se acrecienta en dolor y malestar cuando los 75 años y más tocan las puertas.
Sigo recurriendo a tu benevolencia, sigo pensando que eres una persona preocupada por esa mujer anciana que conoces y tienes cerca: no dejes que sea un ser solitario, AYÚDALA, será como ayudarte a ti también, creciendo como mejor persona.
Por eso quiero que reflexionemos, sin limitar ese cuadro a una ciudad; en un pueblo, en el territorio más lejano del Plan Turquino; allí puede estar ahora mismo viviendo alguien con esa situación y podemos hacer algo para que no se sienta tan sola.
El escenario de una Cuba envejecida, y envejeciéndose cada vez, ya es recurrente.
El consuelo de que las mujeres llegamos a los 80 años no puede parecer una compensación, cuando personas que llegan o sobrepasan esa edad están horas y horas en la soledad de sus viviendas.
Sin hablar de los por qué, debemos dirigir la atención a los cuidados que necesitan y las atenciones que demandan. Abogo por considerar con creces a las ancianas, por tenerlas en una escala superior de estimación.
A veces esa realidad asusta. Porque cualquiera de nosotros tuvo o tiene una madre o abuela, a la cual --con 83 años, menos o más, incluso con 91 o 94 años-- ha tenido que dejar sola en la casa, sin nadie que la cuide o atienda.
Es probable que todas las personas de la familia estén trabajando, los niños en la escuela y quizás es la vecina quien ayuda de vez en cuando.
Pero no se puede abusar ni pretender que ella deje lo que esté haciendo para atender a otra persona. ¿Es tu caso? ¿Qué haces para resolver esa situación? ¿Todavía no has llegado a eso? Debes haber pensado en ese tema, ¿cierto? Lo primero que te puedo decir es que nadie sabe lo que sucede hasta que lo experimenta.
Lo segundo que puedo agregar es que la fuerza de la edad es, justamente, vivirla. Advierto: para eso hay que tener salud. No basta con la voluntad. Si bien se aspira a que esa postrera etapa de la vida no sea la más triste, hay quien nunca pensó verse sola y, sin embargo, hoy lo está.
En ocasiones nace un dolor desde el centro del pecho, cuando se conoce de una madre ya vieja, a la que han dejado “solitariamente acompañada”, al amparo de conocidos con los cuales no está emparentada, pese a contar con una familia numerosa y cerca físicamente.
Abundan los artículos donde se dan ideas y consejos sobre la tercera edad, que son muy alentadores. En ellos se asevera que, según la actitud que se asuma y el apoyo de familiares y amigos, así se podrán disfrutar los 80 años y más.
Es verdad que con las canas y las arrugas deberían convivir la sabiduría y los intereses; de todas maneras, eso no es una ecuación.
Si la forma en la que se envejece depende del organismo, de la salud y, sobre todo, de la tensión, el estrés, las emociones y el ambiente en el que se vive; creo que no hay una inyección más dolorosa que la soledad, la real, la de pasarse horas y horas sin hablar, mirando canales de televisión, escuchando la emisora preferida. Esa es la soledad, ahora mismo, de una anciana; quizás madre, abuela, bisabuela, tía, tía abuela, viuda…, quizás no...
¿Quién se prepara para que, cuando llegue la vejez, pueda encarar la soledad de una casa, de un cuarto, de una cama? Creo que por ahí anda el tercer punto que quiero tocar.
Si se pudiera tener esa mirada previsora, esa luz que tanto le adjudican a las mujeres, ese sexto sentido o séptimo, el número que sea…, entonces se tomarían medidas, previsiones, para que lo peor no suceda. Eso ha funcionado en algunos casos, en otros no.
Voy a “echar un cable a tierra”. Es posible que a los 80 una mujer necesite ayuda para llevar un cubo lleno de agua al baño, para alcanzar una cacharra en el estante de la cocina porque ya no llega a esa altura…. Si le duele mucho la espalda por la madrugada o las piernas se le acalambran, ya no tiene quién le pase una mano con tintura de muralla o le dé un masaje…, si se le cae el carretel de hilo debajo de la cama, ya no puede sacarlo ni siquiera con el palo de la escoba…. Puede dejar la llave en un lugar, no acordarse ni tampoco tener quién le ayude a buscarla….
¿Cuántas de esas vivencias parecen lejanas…, cuántas cercanas…, delante de tus propios ojos? Quizás hoy alguien necesite de ti, porque es una anciana y vive sola.
La tercera edad merece una mirada de respeto y tolerancia. Es de suma importancia considerar que esa etapa de la vida no se alarga para descubrir si hay más para aprender, tiene su finitud.
Quizás mañana no haya tiempo. ¿No has visto cómo algunas mujeres longevas andan despacio? ¿Crees que es porque no tienen fuerzas en las piernas o porque tienen miedo a caerse? Es posible, aunque la mayoría ya no está apurada, tampoco deberían estar apremiadas. ¿Para qué ir tan de prisa, si saben dónde termina el camino? Lo único que no conocen es cuándo.
Tenemos que tratar este tema con profundidad, para que nadie en su longevidad, NADIE, se quede en el desamparo, que es por cierto una palabra intensa.
Esa soledad de la casa que, aun siendo joven o adulta, llega a penar en un costado del cuerpo, se acrecienta en dolor y malestar cuando los 75 años y más tocan las puertas.
Sigo recurriendo a tu benevolencia, sigo pensando que eres una persona preocupada por esa mujer anciana que conoces y tienes cerca: no dejes que sea un ser solitario, AYÚDALA, será como ayudarte a ti también, creciendo como mejor persona.
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