jueves, 27 de junio de 2024

Las encrucijadas de la vejez



 Por Marilys Suárez Moreno

En menos de cinco décadas, Cuba ha visto envejecer a su población activa y, lejos de crecer, disminuye y envejece, ubicándose desde ya para 2030 como el país más avejentado de la región, puesto que más de dos millones de personas son hoy adultos mayores de 60 años y pronto habrá más viejos y vulnerables que niños, según se estima. 


Fue Frei Betto quien dijo que la senectud es una tensión psicológica que induce a sobredimensionar las posibilidades del cuerpo. Yo añadiría, además, que  obliga a pensar en el alzhéimer y en otras discapacidades y comorbilidades que la hacen más frágil y que a veces se prefiere dejar en la clandestinidad. 

El desafío de las canas lo llamó alguien y, de hecho, el envejecimiento poblacional demanda preparación y esfuerzos extras a nivel familiar, social y estatal para enfrentarlo, porque no nos educan para encarar la ancianidad. De hecho, habría que cambiar nuestra forma de pensar, sentir y actuar respecto a la edad y el envejecimiento, algo que nos toca a todos y todas. Tiempo al tiempo.

 La vida trasciende en la continuidad generacional de sus habitantes; cada día que pasa nos vamos poniendo viejos y el cuerpo da señales de ello y nos dice que la fase más agraciada de la existencia terminó. Aunque los adultos mayores nuestros son bastante activos, demandan una atención más personalizada, acorde a los múltiples intereses y necesidades de esta masa etaria a la que hay que percibir con igualdad de derechos y oportunidades, tanto en su reconocimiento social como en las decisiones de sus derechos, a fin de proporcionales en el ocaso de sus vidas un trato cordial y afectuoso y una vejez saludable, empoderada y feliz.

 Un ejercicio efectivo de protección a la tercera edad, tal como refiere el Código de las Familias, en tanto ofrece un marco legal a nivel familiar y doméstico, principalmente, traducido en la creación de entornos protegidos, amigables. Dignidad y respeto son las bases en las que se sustenta el Código, porque protege la autodeterminación y preferencia la igualdad de oportunidades en la vida familiar de los adultos mayores, lo cual beneficia su empoderamiento y participación en la sociedad. Pero aún resta mucho por hacer y visibilizarlo para que ese texto no se convierta en letra muerta. 

El envejecimiento poblacional a que estamos abocados tiene tremenda trascendencia a nivel familiar, particular y de la sociedad en su conjunto. Ello demanda preparación y esfuerzos extras para cuidar y atender a los abuelos y abuelas. Sí, porque un cubano o una cubana de 60 años tiene una esperanza de vida de dos décadas más, en las que estará jubilado, pero activo y dependiente de una pensión y de los cuidados familiares. Situación típica de los países envejecidos, como el nuestro.

Un tema que amerita una toma de conciencia porque a todos nos compete. Hablo de respeto,  cariño, comprensión, apoyo, solidaridad, atención diferenciada  y cuidados, algo que se ha ido perdiendo en alguna medida, al extremo de un marcado deterioro de la relación entre jóvenes y ancianos, a los que no hay que ver como una carga insoportable, sino como un ser que, al igual que sus hijos y nietos hoy día, el peso de la edad  no les importunaba en su ayer. 

La realidad cubana nos indica que la expectativa de vida es alta, lo que conlleva un gran esfuerzo de las familias y el Estado para atender a los más viejos de la casa, algo que se dificulta grandemente en la actualidad, dada la compleja situación económica imperante en el país, pero que demanda y exige una mirada real, sensible, humana, abarcadora, presta y especialmente visible a ojos vista.

El abandono de estas personas venerables que nos trajeron al mundo y velaron por nuestro crecimiento y desarrollo, a costa de sacrificios personales en muchas ocasiones, se convierte en demostración de insensibilidad y falta de principios, cuando se les irrespeta y mancilla en su condición humana, discriminándolos o poniéndolos en situación de violencia dentro del propio ámbito familiar y social.

Merecimiento a quienes un día trabajaron, estudiaron, lucharon, combatieron y crearon hermosas historias y familias, como las suyas, las de ellos y ellas, las nuestras y las de tantas y tantas personas que hoy engrandecen el devenir nacional en su continuado relevo generacional.


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